La censora Ione Belarra
«En un momento en que España se polariza peligrosamente, necesitamos más ‘Fragas’ y menos ‘Belarras’»

La portavoz de Podemos en el Congreso, Ione Belarra. | Jesús Hellín (Europa Press)
En el programa Todo es mentira de Cuatro, presentado por Risto Mejide, la secretaria general de Podemos, Ione Belarra, protagonizó un episodio que revela el lado más autoritario de quienes se autoproclaman defensores de la tolerancia. Belarra, en un intento desesperado por desviar el foco de sus propias incoherencias políticas, exigió al presentador que no volviera a invitar a la abogada Paula Fraga, acusándola de «transfobia» y de promover «discurso de odio». Una actitud que huele a censura pura y dura, propia de regímenes dictatoriales, y normalizada en el discurso de Podemos, un partido que no duda en tildar de «fascistas» a quienes no comparten sus postulados.
El debate comenzó con un tema candente: las protestas propalestinas y la posición del Gobierno español ante el conflicto en Gaza. Belarra, fiel a su estilo, arremetió contra Pedro Sánchez, acusándolo de ser «cómplice» en lo que ella denomina «genocidio». Pero Paula Fraga, desde su posición como voz crítica de la izquierda, no tardó en poner el dedo en la llaga. «Hoy ella se llena la boca de este tema del que efectivamente es un genocidio y, sin embargo, cuando fue ministra… ¿por qué no salió del Gobierno cuando estaban vendiendo armas a Israel?», preguntó Fraga, recordando el paso de Belarra por el Ejecutivo de coalición.
Fraga no se detuvo ahí. Acusó a Podemos de instrumentalizar causas nobles, como la palestina, mientras ignoran otras atrocidades. «¿Esta izquierda es capaz de condenar también el exterminio a los cristianos en países como Nigeria o Eritrea?», inquirió, destacando el silencio selectivo de la formación morada. Además, sacó a relucir una foto de Pablo Iglesias con kipá en el Muro de las Lamentaciones, cuestionando la coherencia: «¿Qué te parece la foto del Pablo Iglesias con kipá? Cuando lo hizo él os pareció el súmmum del progresismo».
Incapaz de rebatir las críticas sobre su gestión y coherencia, Belarra optó por el ataque personal. Cambió de tercio hacia el feminismo y el género, preguntando directamente a Fraga: «¿Paula, una mujer trans es una mujer?». Ante la respuesta negativa de Fraga, quien defiende la realidad biológica, Belarra sentenció: «Yo creo, Risto, que no deberías dar hueco a personas tránsfobas con un discurso de odio». Pidió explícitamente que no se invitara más a Fraga, argumentando que sus opiniones constituyen «odio contra las personas trans». Fraga, lejos de alterarse, respondió con firmeza y educación: «No es transfobia, es realidad biológica. No es delito de odio. Vale, pues denúnciame. Denuncia y lo veremos en un juzgado». Y remató: «Si no sabéis definir una mujer ¿cómo vais a hacer políticas para las mujeres?».
Risto Mejide, en su papel de presentador, rechazó la petición de Belarra: «La coordinación de invitados y colaboradores no es de su competencia. Nosotros aquí damos voz absolutamente a todo el mundo» Pero lo más destacable fue la compostura de Paula Fraga. Ante un intento flagrante de veto, que podría haberla sacado de quicio, respondió con elegancia y argumentos. No levantó la voz, no insultó; simplemente defendió su posición y desafió a Belarra a llevar el asunto a los tribunales si tan convencida estaba de que se trataba de un delito. Esta educación en medio de la tormenta es un ejemplo de cómo se debe debatir en democracia: con respeto, pero sin ceder un ápice en las convicciones.
Esta no es la primera vez que Podemos muestra su intolerancia hacia el disenso. El partido se ha caracterizado por etiquetar como «fascistas» o «rojipardos» a quienes cuestionan sus dogmas, ya sea en temas de género, inmigración o política internacional. Refleja una tendencia en cierta izquierda que, bajo el manto de la progresía, busca imponer un pensamiento único. Belarra, al comportarse como alguien que quiere silenciar a los discrepantes, no solo daña su imagen, sino que erosiona la confianza en la política. ¿Qué mensaje envía a la sociedad? Que el debate es válido solo si se ajusta a sus parámetros. Fraga, por el contrario, representa esa izquierda crítica que no teme confrontar ideas con argumentos. Su educación frente al pretendido veto de la intolerante Belarra es digna de elogio: en lugar de victimizarse o ponerse agresiva, usó el argumento y el reto judicial, demostrando que la verdad no necesita censura para prevalecer.
En un momento en que España se polariza peligrosamente, necesitamos más «Fragas» y menos «Belarras». Personas que debatan con altura, y que no intenten censurar al contrario. Porque la verdadera democracia se nutre de la pluralidad, no de la uniformidad impuesta. Si Podemos sigue por este camino, no será extraño que su influencia siga menguando. Al fin y al cabo, como dijo Fraga, llevan «tomando el pelo a la gente de izquierdas y a la gente en general todo este tiempo».