Bardem, una saga desdichada
«Levanta el puño con poca convicción y se ha comprado una kufiya demasiado grande, que parece un babero gigante»

Javier Bardem con su pañuelo palestino en la gala de los Emmy.
Javier Bardem es un tipo curioso, miembro de una familia muy alineada ideológicamente. Su carné de identidad lo refiere como Javier Encinas Bardem, pero su relación con su padre fue siempre tormentosa, hasta el punto de haberle citado en público dos veces en su vida, una de ellas para ponerlo a caldo en una entrevista que le hizo la revista Esquire. La otra, más convencional, tras el fallecimiento de Carlos Encinas Doussinague, para dedicarle el Goya al mejor actor que ganó por Boca a boca.
Su madre, Pilar Bardem, fue la Pasionaria que encendió la llama en sus dos hijos varones. La chica, Mónica, también es actriz, como su madre y sus hermanos, pero es mucho más discreta en la cosa interpretativa y también en las soflamas. Javier es un gran actor empujado hacia el histrionismo por esa costumbre de manifiestos y abajofirmantes, entre los que su nombre siempre estuvo destacado en las causas de la izquierda. A Javier Bardem, a su hermano Carlos y a toda la cuadrilla les hizo un menguado favor quien empezó a colectar sus nombres bajo el epígrafe de Intelectuales y artistas. Un actor es solo un animalito con instinto y memoria para aprenderse el papel. Nunca debieron asumir el rol de guías de la humanidad, papel para el que, evidentemente, no están dotados.
Ellos creen que sí, de ahí que esta semana se nos haya presentado en los Premios Emy ataviado con una kufiya, el pañuelo palestino en torno al cuello y con el puño izquierdo recatadamente levantado. Levanta el puño con poca convicción y se ha comprado una kufiya demasiado grande, que parece más bien uno de esos baberos gigantes que te ponen en el Oyster Bar de la Grand Central Station cuando te dispones a comer marisco.
Tengo en mi memoria un momento estelar con kufiya, protagonizado por Arnaldo Otegi el 14 de noviembre de 2004 al explicar en Anoeta a sus fieles la aceptación de Herri Batasuna del plan paz que había propuesto Rodríguez Zapatero y su plan de pacificación, consistente en la creación de una mesa de partidos vascos para las cuestiones políticas y de otra mesa entre el Gobierno y ETA para la “desmilitarización” del conflicto. Herri Batasuna pedía a ETA un alto el fuego unilateral, y al Estado, varios actos de desarme a plazos. Fue una declaración teatral. Hacía tres días que había muerto en París Yassir Arafat, podrido de ambición y de dinero. Otegi subió parsimoniosamente al atril y lo cubrió delicadamente con una kufiya en homenaje al rais. Era también el trigésimo aniversario del histórico discurso de Arafat en la ONU, 11 de noviembre de 1974, cuando comenzó su discurso diciendo: «Hoy vengo aquí con mi fusil de combatiente de la libertad en una mano y una rama de olivo en la otra. No dejéis que la rama caiga de mi mano».
Otegi parafraseó al líder palestino. Y dijo: «La izquierda abertzale se presenta hoy aquí con un ramo de olivo en la mano. Que nadie deje que se caiga al suelo». No tuvo necesidad de decir qué era lo que llevaba en la otra mano. Se sabía ya desde que Arafat lo hizo explícito: un fusil, al que puso acentos de nobleza: un fusil de combatiente de la libertad no es un arma de guerra, tiene un pasar. Otegi daba un paso más gracias a la elipsis. Pónganse ustedes en la piel de cualquier cajero de banco a quien se le acerca un tipo que le susurra: «Tengo una bolsa vacía en una mano y un revólver en la otra. Usted verá…». Algo así le decía Woody Allen en su papel de atracador en Toma el dinero y corre cuando pide al hombre de la ventanilla que lea el mensaje que lleva escrito en el papel y el cajero no le entiende la letra: «dice: tengo un revólver» «Ah, no, en esta nota no pone revólver. Aquí dice al volver».
El caso es que la kufiya, tanto en el caso de Arafat como en el de Otegi, era la prenda que servía para una amenaza bastante explícita. En el caso de Javier Bardem no era para tanto; puro postureo, aunque lo acompañó con las baladronadas de costumbre. Volvió por supuesto a invocar el genocidio que ya invocó en 2014, a pesar de estar bastante recientes los dos partos de Penélope Cruz en 2013 y 2011, ambos en el exclusivo hospital judío Cedar Sinaí de Los Ángeles. Once años después ha ido un poquito más allá al comparar a las Fuerzas de Defensa Israelíes con los nazis, exactamente con el sádico oficial que interpreta en la película Ralph Fiennes, con una analogía nazi explícita que la IHRA (Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto) considera una señal inequívoca de antisemitismo.