Las tres primeras catástrofes del siglo XXI
«En la Nochevieja del 1999 al 2000 se acabó una era ciclista en España: la que narraba el gran Pedro González para TVE»

El pelotón ciclista tras la finalización de la 80 edición de la Vuelta. | EFE
1. Murió Robert Redford. Para mí siempre fue el del cine de verano en que vi Los tres días del cóndor. La noticia ha sido tratada en la prensa malagueña como local, por los meses que pasó en Mijas en 1966. Entre los artículos de la nacional, bastante buenos, destaco el de Altares sobre Todos los hombres del presidente, en que elogia la capacidad del periodismo «para frenar los abusos del poder». Solo que para los periodistas sanchistas el título es hoy de hecho: Todos los hombres del presidente, pero lo que diga el presidente.
2. Redford también tenía su ego. Todo el mundo lo tiene. Un amigo mío fue a etrevistarse con el chistoso Arévalo, que buscaba colaborador. A la salida la pregunté qué tal. Me miró desesperado: «Es acojonante, ¡hasta Arévalo tiene ego!». Pues Redford no digamos. En uno de los libros sobre guionismo que leí en su época, creo que El oficio del guionista de John Brady, se hablaba de cómo camelarse a una estrella de Hollywood para una película. Ponían el ejemplo de El mejor. «Robert», le dijeron, «si la película es sobre el mejor jugador de béisbol, solo la puede hacer el mejor actor». Robert aceptó el papel. Creo que Arévalo también lo habría aceptado.
3. Los dos primeros episodios de Nuestro siglo, la nueva sección de David Jiménez Torres en La Brújula, se han ocupado de dos acontecimientos del inicio que han condicionado lo que llevamos, un cuarto ya: la llegada de Putin al poder el 1 de enero de 2000 y el 11-S de 2001. Al final del último episodio, exclamó el director del programa Rafa Latorre: «¡Qué barbaridad! Los dos primeros años de este siglo lo marcaron dramáticamente». Pero hay un tercer acontecimiento que también ha marcado dramáticamente este cuarto de siglo.
4. En la Nochevieja del 1999 al 2000 se acabó una era ciclista en España: la que narraba el gran Pedro González para Televisión Española. Una era dorada que incluyó el imperio de Miguel Indurain. La mañana de Año Nuevo, cuando todo el mundo estaba pendiente del efecto 2000, trajo una noticia para mí más devastadora que el Apocalipsis que se temía: la de la muerte de Pedro González. Había llevado a su hija a una fiesta tras las uvas y al regresar le dio un infarto. El milenio empezaba fatal. Pero fue a peor: su puesto lo ocupó Carlos de Andrés, que hasta entonces había seguido la Vuelta en la moto. O sea, que desde el mismísimo año 2000 hasta este 2025 hemos estado sufriendo al soporífero De Andrés. Una catástrofe para mí equivalente a la llegada de Putin al poder y el 11-S, y con el mismo alcance. Su culminación ha sido la reciente Vuelta, de cuyo desastre ha sido uno de los cómplices, no abiertamente pero sí taimadamente. En sus retransmisiones, el ciclista más nombrado ha sido un tal Genocidio.
5. Ha resultado muy doloroso ver el desprecio con que los patanes despachaban mi amado ciclismo. Poniendo artificiosamente en el otro plato de la balanza a los muertos palestinos como coartada para cargarse la Vuelta. El estomagante The Puentete añadía como el matón que es: «¡Pero si la última etapa es la más aburrida!». Hombre, si el criterio es el aburrimiento, vete a tu casa, ministrete. En compensación, me llegó un libro que no tengo tiempo de leer, pero que estoy leyendo. Es que al hojearlo leí: «La bicicleta me hace renacer». Y leí: «Mont Ventoux». Es Días de sol y piedra, del autor de Homo viator, Pepe Pérez-Muelas (en Siruela ambos). Escribiré sobre él este jueves.