The Objective
Hastío y estío

Pedro Sánchez, Nobel de la Paz

«Si el Nobel de la Paz se otorgara por la hipocresía ejercida, Sánchez ya tendría una estantería llena»

Pedro Sánchez, Nobel de la Paz

Pedro Sánchez. | EFE

En las antípodas de la cordura política, donde el delirio se confunde con la estrategia de comunicación, ha irrumpido Ángel Víctor Torres, ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, para proponer nada menos que el Premio Nobel de la Paz para su jefe, Pedro Sánchez. Sí, han leído bien. En una entrevista en una televisión canaria, Torres ha ensalzado las declaraciones del presidente contra el «genocidio» israelí en Palestina. «La mayoría de los españoles le aplauden», ha dicho el ministro con esa convicción que solo se encuentra en los que han pasado demasiado tiempo en Moncloa, inhalando el oxígeno viciado de ese lugar «sagrado».

Proponer a Sánchez para el Nobel de la Paz es como nominar a un pirómano para el premio al mejor bombero. Es el colmo de la ironía, o mejor dicho, de la bufonada. Torres, con su acento canario que suaviza hasta las burradas más gordas, ha pintado a Sánchez como un paladín de la humanidad, un faro en la tormenta del conflicto palestino-israelí. Sus palabras contra las acciones de Israel en Gaza, según el ministro, merecen el galardón porque representan «un compromiso firme con la justicia». Olvídense de los matices diplomáticos, de las complejidades de un conflicto que lleva décadas sangrando al mundo árabe y judío. No, aquí estamos ante un Sánchez convertido en apóstol de la no violencia, listo para recoger su premio en Oslo.

Si el Nobel de la Paz se otorgara por la hipocresía ejercida, Sánchez ya tendría una estantería llena. En noviembre de 2023, el grupo terrorista Hamás envió un comunicado elogiando a Sánchez por su condena a la ofensiva israelí y por insinuar el reconocimiento del Estado palestino. «Gracias, España», tuitearon, como si Moncloa fuera el nuevo cuartel general de la yihad. Y Sánchez, lejos de rechazar el elogio con el asco que merecía, lo dejó flotar en el éter diplomático, como un trofeo incómodo pero útil para su galería de vanidades.

Y es que el sanchismo ha normalizado lo anormal. ¿Acaso alguien en Ferraz se sonroja por gobernar con Bildu, el brazo político de ETA? Esa ETA que, durante cuatro décadas, dejó un rastro de 850 asesinatos, bombas en centros comerciales y secuestros por doquier. Bildu, heredera directa de los verdugos de Miguel Ángel Blanco, y socio preferencial para este Gobierno infame. 

El último esperpento de este «hombre de paz» ha sido su comportamiento con la Vuelta Ciclista a España. El domingo 14 de septiembre, Madrid amaneció con las calles convertidas en un circo propalestino, cortadas por manifestantes claramente violentos. La última etapa fue cancelada a 59 kilómetros de la meta por los disturbios. ¿Y qué hizo Sánchez? En lugar de condenar la violencia, expresó su «admiración» por las protestas. «Respeto y reconocimiento a los deportistas, pero también a quienes alzan la voz por Palestina», dijo en la mañana del día de los acontecimientos, adelantándose cínicamente a los acontecimientos. Como si bloquear una carrera deportiva fuera equiparable a un ayuno voluntario de Nelson Mandela en la cárcel.

Sánchez ha convertido a Madrid y al resto de España en un polvorín. ¿Paz? Esto es polarización pura, destilada en odio sectario. España, que ya estaba partida en dos por sus conflictos territoriales y sus guerras culturales, ahora ve cómo el presidente anima a la calle a boicotear hasta un evento deportivo inocuo. La Vuelta, que debería ser un símbolo de unidad, pedaleando por paisajes que vertebran un territorio, acabó en cargas policiales, y con los ciclistas extranjeros preguntándose si estaban circulando por Beirut.

Decir que Sánchez merece el Nobel de la Paz no es solo una broma de mal gusto; es un insulto a la inteligencia colectiva. Este hombre, que ha llevado a España a una fractura social insoportable, con el 52% de los españoles declarando en un sondeo reciente del CIS, que el país está más dividido que nunca, se atreve a posar como estadista global. Ha pactado con independentistas que sueñan con dinamitar el Estado, ha callado ante los halagos recibidos de un grupo terrorista como Hamás, y ha envalentonado a radicales para que conviertan las calles en campos de batalla. ¿Y todo por qué? Por votos, por relevancia internacional, por esa megalomanía que le hace creer que es el salvador del mundo mientras su país se desangra en broncas eternas. Pero sobre todo para distraer al personal de su basura interna. Mientras hay quien pide ese premio Nobel para Sánchez, la mayoría de los españoles, los de a pie, solo pedimos que sea él, el que nos deje en PAZ a nosotros.

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