The Objective
Hastío y estío

Ekaizer, un rostro autoritario de la televisión sanchista

«Una máquina perfectamente engrasada para defender lo indefendible, para amplificar las mentiras del Gobierno»

Ekaizer, un rostro autoritario de la televisión sanchista

Ernesto Ekaizer increpando al periodista Hugo Pereira en el programa de Jesús Cintora. | RTVE (RRSS)

La escena es digna de un guion de telenovela de un país bananero, pero con el presupuesto de la televisión pública española, que ya sabemos que no escatima para sus farsas ideológicas. En el plató de Malas lenguas, el programa que Jesús Cintora presenta como si fuera un oasis de pluralismo sin lograr ni pretender conseguir, estalla el veterano periodista Ernesto Ekaizer. No con un argumento demoledor ni con una revelación periodística que deje boquiabiertos a los espectadores. No. Con un exabrupto que resume en diez segundos cómo se encuentra la televisión estatal: «¿Quién coño eres tú? Si no me dejas terminar, me levanto y me voy».

El destinatario de esta perla de urbanidad es Hugo Pereira, un periodista joven y con una ideología distinta a la suya, que osó interrumpir al maestro, ese dinosaurio del periodismo, no por viejo sino por prehistórico, que se cree con derecho divino a monopolizar el micrófono. Cintora, el moderador que aspira a ser el árbitro imparcial, pero que acaba siendo quien más se divierte con las bravuconadas de Ekaizer, intenta apaciguar: «Calma, calma». Pero ya es tarde. El daño está hecho. Ekaizer, con las venas del cuello hinchadas a lo Patiño y el rictus de un dictador bolivariano en su último discurso, ha desnudado el alma de la RTVE actual: una jauría donde solo pueden ladrar los fieles al régimen.

Este no es un incidente aislado, es el espejo perfecto de la televisión pública española en la era Sánchez. Una máquina perfectamente engrasada para defender lo indefendible, para amplificar las mentiras del Gobierno y para ahogar cualquier voz disidente. Programas como Malas lenguas prometen debate, pero entregan monólogo. Opiniones siempre progubernamentales. Críticas al PP o a Vox continuas. Pero ni una pizca de crítica al sanchismo, esa amalgama tóxica de corrupción, ineficacia y postureo progresista.

Ekaizer, en su arrebato, no es solo un maleducado. Es el símbolo de esa dominación sutil pero implacable. «Quién coño eres tú», grita, como si el plató fuera su feudo personal y no un espacio pagado con el dinero de todos los españoles, incluidos los que no votan el Frankenstein sanchista. Esa frase no es un lapsus; es una declaración de principios.

Fue en El País donde Ekaizer se consagró como un sabueso del periodismo de investigación. En los noventa y dos mil firmó reportajes demoledores sobre la corrupción de los gobiernos del PP. Su trabajo sobre el caso Naseiro fue espléndido: destapó la financiación ilegal del partido de Aznar antes de que la Gürtel fuera la siguiente «correa». Libros como El caso Barcenas o Indecentes lo convirtieron en un tótem para el periodismo de investigación. Ekaizer era el que mordía a los poderosos, el que no se callaba ante el dinero negro ni las tramas urdidas en los despachos.

Con la llegada de Zapatero, Ekaizer empezó a ser sumiso con el poder. Sus críticas al partido socialista que gobernaba no se veían por ningún lado, ni tampoco encontró «curiosamente» ninguna trama corrupta. Con Sánchez decidió definitivamente que la imparcialidad era algo de periodistas soñadores y bisoños. De cazador de corruptos a mirar para otro lado cuando la basura la generan los que hoy defiende. Defiende la amnistía catalana como si fuera un tratado de la UE, minimiza los casos Koldo y Ábalos como un «ataque de la ultraderecha» y arremete contra Ayuso con la saña de un comisario político. ¿Dónde quedó el Ekaizer indómito? Enterrado bajo capas de lealtad al Gobierno, convertido en el guardián de la ortodoxia sanchista. Cree que su veteranía le da patente de corso para humillar a periodistas jóvenes como Pereira que, por cierto, representa lo que la TV pública debería fomentar: juventud, frescura, diversidad de opiniones. Una radicalidad construida a lo largo de muchos años, pero que no tiene que ver con su edad. Para ejemplo, el gran Raúl del Pozo, el patriarca del columnismo español, que a sus 88 años sigue siendo ejemplo de periodista independiente que defiende la libertad y la democracia por encima de todo.

Esto no es periodismo, sino propaganda televisiva al más puro estilo norcoreano. La televisión pública, que debería ser el foro donde chocan ideas como en un ágora ateniense, se ha convertido en un sórdido aquelarre donde solo se tolera la voz del amo. Ekaizer, con sus exabruptos, no solo se ha ridiculizado, ha puesto en evidencia el fracaso de un modelo. ¿Cuánto tardará el Gobierno en premiarlo con una condecoración, o un puesto público con dotación generosa, y por supuesto, pagada por todos?

Los españoles de a pie que pagamos esa factura merecemos algo mejor. Donde el debate sea un intercambio, no una dictadura de los veteranos y noveles pro sistema. Ekaizer, ese argentino que vino a España, suponemos que buscando algo distinto al régimen autoritario de su país que acabó en 1983, está terminando su carrera con unas formas que se le parecen mucho, donde el disenso no está permitido. Lástima que esa mala educación no sea solo un mal día, sino el ADN de la tele que Sánchez quiere para los españoles.

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