The Objective
Opinión

Un hombre naranja gobierna una potencia mundial con el mando a distancia

«Durante cinco días, Trump caminó más alto, más ancho, convencido de haber vencido a la sátira»

Un hombre naranja gobierna una potencia mundial con el mando a distancia

Ilustración de Alejandra Svriz.

Hay presidentes que sacan adelante leyes, lideran guerras o se enfrentan a crisis económicas. Y luego está Donald Trump, que gobierna con lo único que realmente domina: el mando a distancia. Mientras otros consultan informes de inteligencia, él se informa por televisión. Ajusta el volumen, cambia el canal, castiga con zapping a quien no le ríe las gracias. Y desde su sillón, no manda tuits: lanza decretos audiovisuales. La nación no lo ve en prime time dando un discurso desde el despacho oval: él es el prime time a cualquier hora.

No es que Trump vea la televisión, es que cree que la televisión lo ve a él. Por eso cada cadena, cada plano, cada chiste, cada silencio, cada inflexión de ceja se convierte en una cuestión de Estado. Especialmente si viene del lado equivocado del mando: el izquierdo. Fox News, claro, se salva de la quema. Es su refugio, su spa ideológico, su buffet libre de halagos. Fox es la televisión que le devuelve la imagen que quiere ver cuando se mira en el espejo: fuerte, viril, infalible, naranja brillante casi dorado. Pero a veces, incluso Fox lo traiciona –basta un analista tibio, una gráfica poco aduladora– y entonces el amor se convierte en drama. En ese momento, el mando tiembla entre sus manos como un cetro herido.

Pero si Fox es su salón del trono, los late nights son su calabozo. Allí habitan los herejes: Colbert, Meyers, Fallon, y sobre todo, Jimmy Kimmel, su por ahora último archienemigo. Kimmel no solo no le tiene miedo: se ríe de él. Cada noche. Cada semana. Con sonrisa californiana y veneno en cada chiste. Y eso, claro, es intolerable para alguien que solo entiende la burla si es dirigida hacia otros, nunca hacia él. Es un free speech a la carta.

El episodio más reciente es digno de una tragicomedia escrita por Kafka y producida por HBO. Kimmel, fiel a su oficio, osó burlarse de cómo ciertos sectores del MAGA empezaban a utilizar el asesinato de Charlie Kirk para fabricar un mártir y luego arreó al presidente un brutal zarpazo cuando a preguntas de la prensa sobre el dolor de perder a un amigo, éste sacó pecho por las obras del salón de baile de la Casa Blanca: «Construcción, la cuarta fase del duelo», fue el chiste más caro de la historia de Disney. Trump, como buen narcisista, no distingue entre sátira y sacrilegio, lo interpretó como un ataque personal. Y cuando se siente atacado no responde con argumentos, sino con la furia de un emperador herido y un post en mayúsculas. Uno de esos que duele con solo verlo.

En cuestión de horas, varias estaciones afiliadas a ABC –esos templos locales de la televisión que aún creen que emitir La ruleta de la fortuna les da autoridad moral– anunciaron que suspendían el programa de Kimmel. Estaba en juego una de las fusiones más importantes del sector y, para evitarla, mejor pegarle un meneo a la Primera Enmienda que a los beneficios empresariales.

Mientras tanto, Trump, celebró el linchamiento digital como quien aplaude un despido en horario de máxima audiencia: «¡Por fin se acabó el llorón! ¡ABC está haciendo algo bien por una vez!». Brendan Carr, comisionado de la FCC y devoto lector de manuales de censura sutil, dejó caer que, quizá, solo quizá, ABC debería preocuparse por su licencia si seguía dándole micrófono a cómicos con discurso propio.

Durante cinco días, Kimmel fue exiliado de las pantallas. Como Galileo, obligado a retractarse de que la Tierra gira en torno al Sol, pero sin telescopio y con menos pelo. Y durante cinco días, Trump caminó más alto, más ancho, convencido de haber vencido a la sátira con el poder de su dedo índice. No necesitó cárcel, ni multas, ni juicios: solo una combinación de presión, amenazas regulatorias y ese entusiasmo vengativo que lo define.

Pero el silencio ha durado poco. Disney –dueña de ABC y maestra en detectar cuándo una historia deja de ser rentable para empezar a ser tóxica– levantó el castigo mientras llovían las bajas en la plataforma Disney+, las anulaciones de los viajes a Disney World y las acciones se desplomaban en bolsa. La compañía alegó que los comentarios emitidos en el show fueron «mal sincronizados e insensibles», como si la sátira dependiera de un calendario litúrgico. Y Kimmel ha vuelto. No con disculpas, sino con un monólogo todavía más afilado, una risa aún más peligrosa. Trump parecía estar al borde de la apoplejía en su red social: «¡Cómo se atreven! ¡Este payaso no debería estar en la televisión de nuestros hijos!» Recuerden: cuando se queden sin argumentos en una discusión, pregunten si es que ya nadie piensa en los niños.

Al final se ha cumplido el efecto Streisand: el primer monólogo de esta nueva de un show que parecía cancelado está arrasando, superando la barrera de los 14 millones de visualizaciones en dos días. Nunca el cómico fue tan visto, tan citado, tan viral. Es decir: la censura –o su intento– le ha dado al humorista lo que ni ABC ni Disney pudieron regalarle en años de contrato: un fenómeno cultural. A escala mundial, todo hay que decirlo. La hoguera no ha quemado al cómico: lo ha iluminado. Y Trump, que soñaba con su cabeza en una pica mediática, no lleva bien verle convertido en héroe en forma de trending topic. Desde su sillón, claro. Mando en mano. Furioso.

Pero esto no es una anécdota ni solo un rifirrafe entre un expresidente y un cómico, es una partida de ajedrez entre el poder y la risa. Y la risa, aunque parezca inofensiva, tiene algo profundamente revolucionario: Umberto Eco nos lo recordó con En el nombre de la rosa. Trump lo sabe. Por eso la teme, por eso intenta que la televisión vuelva a los tiempos en que los presidentes eran reverenciados y los cómicos se limitaban a contar chistes sobre suegras. Pero el mundo ha cambiado. Y aunque Trump quiera gobernarlo como quien cambia de canal, el humor no se rinde tan fácilmente.

Jimmy Kimmel 1 – Donald Trump 0

La partida continúa.

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