The Objective
Hastío y estío

Un PSOE que no aplaude ni a sus muertos

«¿Qué les costaba aplaudir? Un gesto de dos segundos, un reconocimiento a un referente del socialismo aragonés»

Un PSOE que no aplaude ni a sus muertos

El expresidente de Aragón Javier Lambán el pasado 10 de julio. | Europa Press

Un servidor es un aragonés que vive en Madrid desde muy pequeño. Un maño de Madrid o un «gato» al que le gusta saltar por las torres del Pilar. En definitiva, lo que yo defino como un «mañileño» al que le duele lo que le pasa a España en general, pero que no puede evitar un pellizco especial cuando algo pasa en una de mis dos tierras. La semana pasada ocurrió una escena que condensaba, en su patética brevedad, toda la podredumbre moral del socialismo español actual. Jorge Azcón, presidente de la comunidad aragonesa y que pertenece a un partido rival, tuvo la decencia de honrar a Javier Lambán, el que fuera su predecesor socialista, con el Premio Gabriel Cisneros a título póstumo. Un galardón que rinde tributo a la defensa de los valores constitucionales.

Lambán, fallecido hace apenas unos meses, merecía ese reconocimiento. No por ser un santo laico, Dios nos libre de beatificar a políticos, sino por su trayectoria como servidor público que, en tiempos de zozobra nacional, se erigió como baluarte contra los partidos separatistas que tanto han contaminado el aire de España. Durante su mandato, Aragón no fue un mero peón en el tablero de Moncloa, sino una voz discrepante, un recordatorio de que el PSOE no siempre fue esa corte de siervos sumisos que hoy babea ante los zapatos de Pedro Sánchez

Y entonces, el silencio. No un silencio respetuoso, de esos que honran a los muertos con la gravedad del duelo. No, un silencio gélido, calculado, como el de una serpiente que mide el mordisco antes de clavar los colmillos. Los diputados del PSOE aragonés, esos supuestos herederos de Lambán, se quedaron petrificados en sus escaños. Ni un solo aplauso. Optaron por la mudez como forma suprema de cobardía. Vileza pura destilada en el laboratorio de Ferraz, donde el miedo se administra en dosis homeopáticas para que nadie se atreva a toser sin permiso. Porque, seamos serios, ¿qué les costaba aplaudir? Un gesto de dos segundos, un reconocimiento a un hombre que fue su líder, su estandarte, un referente del socialismo aragonés. Pero no. Prefirieron el mutismo, esa arma cobarde de quienes carecen de la estatura moral para disentir sin traicionar.  

Esta no es más que la prueba de que el PSOE aragonés de Pilar Alegría no es un partido, sino una sucursal. Una filial dócil del monopolio sanchista. Lambán fue el primero en romper filas con Sánchez, en denunciar públicamente el giro populista que ha convertido al PSOE en un convidado de piedra de los independentistas. En 2023, cuando el sanchismo pactaba con ERC y Junts para perpetuarse en el poder, Lambán alzó la voz desde Zaragoza, recordando que la Constitución no es un trapo para limpiar las babas de los nacionalistas. ¿Y qué hace su partido ahora? Negarle un aplauso póstumo. Es el miedo, señores. Miedo puro, irracional, a las represalias de la cúpula. Miedo a que un gesto de humanidad les cueste el carnet, el escaño o el puesto en la lista electoral. Siervos del sanchismo, lacayos que lamen la bota del amo por un mendrugo de poder.

El PSOE aragonés ha demostrado tener menos personalidad que una ameba. Esas criaturas unicelulares al menos se mueven por instinto, responden a estímulos básicos de supervivencia. Estos, en cambio, ni eso. Se limitan a replicar el ADN tóxico de Ferraz, mutando solo para camuflarse en la ciénaga del oportunismo. La escena en las Cortes fue un microcosmos perfecto de la decadencia socialista.

Y mientras tanto, Aragón asiste atónita. Una tierra de carácter, forjada en las sierras del Pirineo y las llanuras del Ebro, merecía mejor epílogo para uno de sus hijos ilustres. Merecía que sus representantes socialistas, en un gesto de madurez política, transcendieran la trinchera partidista y aplaudieran lo que, al fin y al cabo, era un homenaje a valores compartidos. Pero no. Prefirieron la mezquindad, esa que Sánchez ha inyectado en las venas de su formación como un veneno lento. Siervos miedosos, así los pintará la historia con este episodio. 

El Premio Gabriel Cisneros a Lambán ha honrado a un hombre que se lo merecía, y expone de manera evidente la fractura moral de un partido. El PSOE aragonés, en su silencio ensordecedor, solo confirma su servidumbre. Ojalá Lambán, desde donde quiera que contemple esta farsa, no sienta repugnancia, sino lástima. Por ellos, por su partido, qué en su afán de poder eterno, ha perdido hasta el pudor de no aplaudir a sus muertos. Aragón y España merecen más. Mucho más.

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