Aldama y el fraude electoral
«La Justicia, lenta como un caracol, lo investigará; Indra lo negará con comunicados gélidos y escuetos; Sánchez callará»

Víctor de Aldama durante su irrupción en la comparecencia de Leire Díez el pasado mes de junio. | Carlos Luján (Europa Press)
En las ondas de la Cope del pasado lunes por la mañana apareció Víctor de Aldama. No como un fantasma, sino como un prestidigitador de la palabra, sacando conejos de la chistera de la corrupción. Y entre esos conejos, uno negro como la medianoche, el fraude electoral. Indra, ese gigante tecnológico que custodia los secretos de nuestras urnas, salió al ruedo envuelta en sospechas de amaños de papeletas y urnas fantasmas en IFEMA. Aldama, con la voz más segura que su futuro carcelario dijo: «Hay empleados de Indra que podrían salir a hablar de fraude electoral».
Bustos, el columnista que escribe como quien empuña un cuchillo que se desangra en tinta, pincha: «¿Fraude? Explíquese». Y Aldama responde sin titubear. «Sí, de fraude electoral», incide, como quien clava una bandera en territorio enemigo. Sugiere que Indra, esa empresa que ha monopolizado el escrutinio desde hace años, guarda en sus servidores más pecados que datos fiables. Indra se supone que es el guardián de nuestra democracia digital, y que sus sistemas velan por la pureza del sufragio.
¿Quién es Víctor de Aldama para hablar de fraudes? Un presunto defraudador de 182 millones, un comisionista en la trama de los hidrocarburos que baila al son de la Justicia como un funambulista sobre la cuerda floja. «Colaboraré», promete ante jueces, pero solo si el trato es amable, si la cárcel se reduce a un retiro dorado. Sus palabras en la Cope no son el evangelio, son trueque. Cambia confesiones por indulgencias, y en ese regateo, la verdad se diluye como azúcar en un café. ¿Fraude electoral? Podría ser un órdago para rebajar penas, un farol en el póker judicial. Dudar de su palabra es algo natural cuando él mismo ha reconocido que no hizo «las cosas bien».
El lector suspicaz, ese que huele el azufre bajo las alfombras de la Moncloa, se pregunta: ¿y si Aldama miente, pero no del todo? Porque del otro lado del tablero está Pedro Sánchez, ese titán de la opacidad, frío como un filete de la nevera, calculador como un reloj suizo. Sánchez, el que en 2016 manipuló las primarias del PSOE con avales falsos. Por eso fue expulsado de su propio partido, por fraude interno, por torcer la voluntad de los suyos en un aquelarre de votos inflados. Si Sánchez amañó su «hogar», ese PSOE que era su nido de serpientes, ¿por qué no extender esa manera de actuar a la nación entera? Un hombre que gobierna con más sombras que luces en el cuadro. Opaco como el Támesis en un día de niebla londinense, Sánchez no confiesa errores; los entierra bajo decretos-ley y comparecencias donde no dice nada.
Dudamos de ambos, por supuesto. Pero algo pasa en este duelo de titanes. Algo que hace que, en el balance final, un servidor incline la balanza hacia el pícaro comisionista. Porque Aldama, al menos, reconoce sus tropiezos: «He metido la pata», dice, y en esa confesión hay un atisbo de humanidad, un quiebre en la armadura que permite vislumbrar al hombre bajo el monstruo. Sánchez, en cambio, es un monolito: frío, impenetrable, un ajedrecista que sacrifica peones sin pestañear. No hay grietas en su fachada. Cuando Aldama habla de Indra y urnas en IFEMA, de empleados silenciados que podrían cantar, uno se fía más del pillo que del presidente. Porque el delincuente sabe que el error es humano. Sin embargo, el calculador sabe que el poder lo es todo y, por tanto, incuestionable.
¿Hubo fraude en el 23-J? ¿Indra, esa diosa hindú de la fertilidad, amañó el veredicto para que en vez de reproducir humanos lo hiciera con las papeletas? No lo sabemos, y quizá nunca lo sepamos. Pero en este teatro del absurdo, Bustos condujo a Aldama a lanzar esa acusación gravísima. La Justicia, lenta como un caracol, lo investigará; Indra lo negará con comunicados gélidos y escuetos; Sánchez callará, como siempre, con su sonrisa de Mona Lisa. Y nosotros, los cronistas, seguiremos tejiendo este tapiz de sospechas. Porque al final, entre un muy probable delincuente que delata a los de su misma condición, y un presidente que oculta, mi fe se inclina hacia el que quiere expiar sus pecados.