Elogio a Guadalupe Sánchez
«Los ataques no son casuales: son el reflejo de una izquierda que, huérfana de ideas, recurre al linchamiento personal»

La abogada y columnista Guadalupe Sánchez. | Víctor Ubiña (TO)
No es de extrañar que una mujer como Guadalupe Sánchez se convierta en el blanco preferido de los francotiradores de Twitter, ahora X, y de alguna tertulia televisiva. Ahí va ella, defendiendo con uñas y dientes a clientes tan «pecaminosos» como el juez Peinado, ese que osa investigar los tejemanejes de la corte sanchista; el emérito Juan Carlos I; o el novio de Ayuso, Alberto González Amador, al que se le ha colgado la etiqueta de «empresario corrupto» por ser pareja de la presidenta autonómica que más molesta al sanchismo. Y, claro, como todo buen chivo expiatorio en esta España de inquisidores laicos, Guadalupe ha acabado en el ojo del huracán de Malas lenguas, ese programa donde su nombre encaja a la perfección con los mensajes que lanzan.
Permítanme una confesión inicial, no tengo el placer de conocer a Guadalupe Sánchez. Ni en persona ni por las redes sociales. Ni un café nos hemos tomado en la barra de alguna cafetería madrileña. Pero qué placer es devorarme sus artículos en esta casa que compartimos y que acoge a herejes de pensamientos distintos. Tampoco me pierdo sus intervenciones en el canal de YouTube de ViOne, en el programa que presenta Jano García.
En este elogio no vengo a endulzar realidades, sino a defender a una profesional que merece más respeto del que le otorgan los «masajistas» del sanchismo. Guadalupe Sánchez, alicantina de pura cepa, se licenció en Derecho por la Universidad de Alicante. Gerente del bufete Novalex Spain, ha intervenido en tribunales de toda España, defendiendo causas que van desde lo penal hasta lo civil, siempre con esa tenacidad que recuerda a las heroínas de las novelas de Emilia Pardo Bazán o Virginia Woolf, elegantes, afiladas y sin complejos.
Es la autora de Populismo punitivo, un libro que debería ser lectura obligatoria en las facultades de Derecho, donde se enseña que la ley no es un instrumento de venganza ideológica, sino un baluarte contra la barbarie. En sus páginas, Guadalupe desmonta con maestría cómo el «progre-punitivismo», ese invento de los que claman por la amnistía para los suyos mientras piden la horca para los otros, ha corrompido el sistema judicial español.
Y no para ahí: defiende a Carlos Vermut, ese director de cine que ha decidido querellarse contra El País por dar verosimilitud al testimonio de seis mujeres acusándole de agresión sexual de una manera deslavazada y poco seria. ¿Y qué decir de su rol en la demanda del rey emérito contra Revilla? En abril de 2025, cuando tuvo que hacer frente a las excentricidades típicas del populista cántabro, Guadalupe se plantó ante los tribunales con la solidez de quien defiende a un cliente más, sin mirarle el apellido.
En THE OBJECTIVE sus artículos son como los vinos del Somontano: robustos, con cuerpo y un regusto que invita a reflexionar. No escribe para agradar, sino para incordiar, homenajeando a Rosendo, con quien comparte melena y actitud rockera para meter el dedo en la llaga de esa hipocresía que ve en el gobierno actual y en todo lo que lo rodea.
Permítanme ser incisivo con los que la atacan. Empecemos por Malas lenguas, ese rincón de la televisión donde la verdad nunca estropea una buena noticia o titular. El programa se dedicó a demonizar a Guadalupe por «elegir mal a sus clientes». ¿Elegir mal? Qué eufemismo tan exquisito para decir «no encaja en nuestra narrativa». Esos mismos que aplauden cuando un letrado defiende a un etarra o a Puigdemont. Hipócritas de tres al cuarto, que confunden la defensa letrada con complicidad y la independencia judicial con conspiración. ¿Y las redes? Un estercolero digital donde anónimos con avatares del Che Guevara la tildan de «abogada de la corrupción».
Estos ataques no son casuales: son el reflejo de una izquierda que, huérfana de ideas, recurre al linchamiento personal. Atacan a Guadalupe porque representa todo lo que les aterra: una mujer inteligente, conservadora sin complejos, que defiende la ley por encima de la ideología y que no se calla ante el populismo rampante. En X recibe oleadas de insultos de periodistas y anónimos. «Mercenaria de la derecha», le dicen, como si defender al rey emérito fuera peor que alabar la amnistía desde las páginas de El País.
Pero Guadalupe resiste, como debe ser. Su carrera no es un accidente: es el fruto de años de trabajo en despachos, de noches en vela preparando alegatos, de esa vocación que ve en la Justicia no un negocio, sino una misión. Ha representado a clientes de todo pelaje, y ha escrito sobre la crisis de nuestra democracia en Crónica de la degradación democrática en España. Sigue colaborando en ViOne porque sabe que el debate libre es el antídoto contra la dictadura del relato. No la conozco, repito, pero la admiro. Porque en esta España de falsos profetas y verdaderos charlatanes, mujeres como ella son las que mantienen en pie el frágil andamiaje de la libertad.