El CNI nunca creyó en la tregua de Zapatero con ETA
Apartados de la lucha antiterrorista, los espías prepararon el día después y consiguieron dar a la banda el golpe final

Ilustración de Alejandra Svriz.
Con ETA no terminó José Luis Rodríguez Zapatero, como ha apuntado estos días nuestro director, Álvaro Nieto. Simple y llanamente su intención de acabar con ellos mediante una negociación no sirvió para nada, como no había servido en todas las ocasiones anteriores. El brazo político de ETA nunca tuvo una influencia decisiva en la marcha de la organización, siempre fueron los jefes de los comandos, la parte militar, la que tomó las decisiones importantes.
Por este motivo determinante, el director del CNI en esa época, Alberto Saiz, informado por el consejo de dirección de La Casa, tomó la decisión de aceptar el alejamiento impuesto del frente de batalla, activar todos los medios para estar listo el día en que ETA blandiera de nuevo las armas y trabajar en lo que mejor hacían hasta ese momento: espiar al entorno etarra, a los intermediarios, a los negociadores y a todos los que estaban implicados en el proceso, ya fuera en países como Suiza o en la retaguardia política y militar en el País Vasco.
En aquellos años investigué el tema como subdirector de Investigación de Interviú, con el total respaldo del director Manuel Cerdán. Desvelamos cómo Alfredo Pérez Rubalcaba, portavoz parlamentario del PSOE, era el depositario de la confianza de Zapatero para la negociación, lo que le llevó a ser nombrado ministro del Interior.
Rubalcaba blindó las conversaciones alejando de la lucha contra ETA a los agentes del CNI y a la Guardia Civil, de tal forma que la Policía, que él controlaba directamente y era de su máxima confianza, fuera quien estuviera en primera línea de combate y evitara que nadie metiera la pata deteniendo o dando pasos en falso que repercutieran negativamente. En aplicación de esta estrategia para no entorpecer el proceso, se produjo el caso Faisán, que implicó a dos policías –uno de ellos el jefe superior de Policía del País Vasco, Enrique Pamies– por el chivatazo que recibió el 4 de mayo de 2006 Joseba Elosúa, propietario del bar Faisán, para evitar que fuera detenido en una redada contra la red de extorsión de ETA.
Promesas a ETA
Cuando ETA declaró la tregua el 22 de marzo de 2006, y hasta el 30 de diciembre cuando cometieron el atentado en la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas, con el saldo de dos muertos, los negociadores en nombre de Zapatero hicieron muchas promesas que hemos leído en THE OBJECTIVE estos días y algunas más que yo recuerde, como garantizar a los presos que consiguieran la libertad el cobro del paro el mayor tiempo posible para que no se encontraran en una situación complicada.
Pero todo dio igual. Ese 30 de diciembre, el sector duro de la banda, encabezado por su jefe militar, Mikel Garikoitz Aspiazu Txeroki, acabó con la posibilidad de un pacto. Volvió la guerra abierta. Los investigadores señalaron como responsables del atentado a los cuatro integrantes del comando Elurra. Dos de ellos cayeron una semana después en Guipúzcoa cuando ya preparaban un nuevo ataque. Los otros dos fueron perseguidos por las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, pero fue el CNI quien encontró la pista que llevó hasta su paradero.
El CNI pirateó ordenadores de ETA
La División Técnica del CNI había pirateado el ordenador de un colaborador de la banda que se puso en contacto con uno de los perseguidos. Los mandos del CNI decidieron que no debían limitarse a entregar la información a la Guardia Civil para que explotara los datos con la Gendarmería francesa y así conseguir las detenciones.
Propusieron participar ellos en el operativo de búsqueda para que la información que obtuvieran les llegara con más nitidez y la experiencia beneficiara a sus actuaciones futuras. De esta forma, en los equipos de trabajo que persiguieron a Joseba Iturbide y Mikel San Sebastián no solo había agentes de la Guardia Civil y la Gendarmería francesa, sino también agentes operativos del CNI.
Tras la detención de los dos terroristas concluyó la desarticulación de todo el comando que había efectuado el atentado en la terminal 4 y todos los esfuerzos se dedicaron a cazar a Txeroki, el número uno de ETA y responsable del fin de las negociaciones.
En noviembre de 2008, un equipo operativo del CNI fotografió a un sospechoso durante un encuentro con un etarra. Nadie lo identificó en un primer momento, hasta que el servicio secreto consiguió hacerlo por medios técnicos: se trataba, nada más y nada menos, que de Txeroki. Las fotos que había de él eran antiguas y el cambio de apariencia había sido inteligente, pero lo habían descubierto.
El 17 de noviembre de 2008, en Cauterets, una localidad de los Pirineos, al sudoeste de Francia, las fuerzas de seguridad francesas detenían a Mikel Garikoitz. Junto a los asaltantes de la casa iban los guardias civiles, como se contó, y agentes del CNI, lo cual se ocultó.
Dos semanas después, el 8 de diciembre, el trabajo en la sombra del CNI ofreció los datos necesarios para que los equipos operativos sobre el terreno encontraran a Aitzol Iriondo Yarza Gurbitz, el lugarteniente de Txeroki hasta su detención y que había asumido el papel de jefe militar. Fue detenido en Gerde, también en el sur de Francia. Un nuevo golpe que aumentó la desmoralización que se empezaba a palpar en ETA, que no terminaba de entender cómo las fuerzas de seguridad podían estar localizándolos. En sentido contrario, esta detención tuvo un efecto alentador en la Guardia Civil, pues consideraba que Iriondo era el autor material, un año antes, del asesinato de dos de sus compañeros en Capbreton.
Después siguieron las detenciones de todo aquel que ocupara sucesivamente la máxima responsabilidad en ETA. No habían pasado dos años desde la captura de Txeroki, en mayo de 2010, cuando otra operación permitió la detención del nuevo jefe de ETA, Mikel Kabikoitz, y su lugarteniente Arkaitz Aguirregabiria. Fueron apresados sin que pudieran imaginar que su localización había sido provocada por una conversación entre dos colaboradores de la banda que hablaban de «prestarse las llaves del piso de Bayona». Esa charla había sido captada por el CNI.
Estos continuos golpes que acabaron con la resistencia de ETA a abandonar las armas se debieron al gran esfuerzo realizado por la Guardia Civil y la Gendarmería francesa sobre el terreno. Pero, especialmente, a que entró en el escenario a pleno rendimiento el CNI, que consiguió la información para estas y otras detenciones. No fue gracias a Zapatero.