La estética de un diputado
«Es un atentado contra el respeto institucional, una ‘cornada’ al decoro que debería imperar en el Congreso»

El diputado de Sumar Nahuel González. | Eduardo Parra (EP)
Este martes, en el circo perpetuo que es el Congreso de los Diputados, surgió una figura que parecía que iba o venía de un campo de fútbol y que confundió el hemiciclo con las gradas más bulliciosas. Hablamos de Nahuel González, diputado por Valencia del partido Sumar, que decidió subir al estrado luciendo una camiseta de fútbol con las palabras «Palestina Lliure» estampadas en el pecho. No era un mitin en una plaza pública ni una manifestación callejera, era el Parlamento, ese sanctasanctórum donde se supone que se fragua el destino de una nación. Y allí estaba él, defendiendo una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) para derogar la ley que regula la tauromaquia como patrimonio cultural.
¿Quién necesita corbata cuando puedes ir vestido como si fueras a animar a tu equipo en el estadio? Solo le faltó subir con un bocadillo de chistorra en la mano para masticarlo ruidosamente en el descanso del partido al que parecía que iba, o en un momento de silencio entre sus alegatos propalestinos y antitaurinos. Imaginen a un diputado, representante del pueblo soberano, transformando el estrado en una grada de fútbol. Es un atentado contra el respeto institucional, una «cornada» al decoro que debería imperar en un lugar como el Congreso. La elegancia es lo único que nos salvará como especie. Sin ella, somos poco más que simios con smartphones gritando consignas mientras nos rascamos la cabeza.
Podemos compararle con su camarada Gabriel Rufián, ese independentista catalán que ha sabido afinar su vestimenta hasta convertirla en algo armonioso. Rufián aparece en el hemiciclo con una elegancia informal pero respetable: chaquetas ajustadas, camisas sin corbata, pero impecables, un toque de rebeldía que no ofende al espacio que representa. Ha aprendido la lección, la indumentaria no es un capricho burgués, sino una herramienta de persuasión. Nahuel, en cambio, parece haber salido de una siesta en el sofá, con la camiseta arrugada y el mensaje político estampado sobre el pecho como si fuera el eslogan de una marca de cerveza. ¿Es que no entiende que la elegancia, tanto en la vestimenta como en la forma de manifestarnos, es nuestra carta de presentación? Es lo que le da peso a lo que queremos mostrar de nosotros mismos, lo que representamos y lo que queremos decir.
Y es que los lugares sí importan. A un hospital se va aseado, con ropa discreta, y se comporta uno en silencio, respetando el dolor ajeno. No irrumpes en una sala de urgencias con chanclas y shorts, gritando consignas. A la boda de un amigo o familiar, se respeta al anfitrión vistiendo con elegancia, como una muestra de amor y amistad. No apareces con vaqueros rotos y una camiseta de tu grupo favorito de rock, porque eso sería escupir en el plato de la celebración. Y a un velatorio no se va vestido como si se fuera al gimnasio. Eso es una falta de respeto hacia el fallecido y sus allegados. Nahuel González puede tener las mejores intenciones morales, defendiendo causas justas –o al menos lo que él considera que lo son–, pero su exterior grita dejadez, desinterés absoluto con la manera de presentarse ante la ciudadanía. La estética propia es la mejor manera de mostrar respeto por el prójimo. Ignorarla es como decir: «Mis ideas son tan brillantes que no necesito pulir mi apariencia». Error garrafal, la forma amplifica el fondo, o lo entierra en el ridículo.
Tomemos la tauromaquia, precisamente el tema que Nahuel defendía con su ILP. Ahí, la estética no es un adorno, es parte fundamental de la liturgia. El traje de luces, el capote bordado, la elegancia del torero en la plaza, todo eso es una carta de presentación que hace apetecible el espectáculo, que lo eleva de mera carnicería a arte. ¿Quién se tomaría en serio una corrida si el matador apareciera en chándal? Nadie. Y, sin embargo, Nahuel sube al estrado a atacar esa tradición vestido como un hincha descontrolado. Es una ironía maravillosa, critica una estética refinada mientras exhibe una que ofende al ojo y a la razón. A nadie le importó lo que dijo sobre los toros, porque su imagen lo eclipsó todo.
Espero sinceramente que el equipo de fútbol al que Nahuel fuera a ver después de su intervención en el Congreso ganara el partido. Al menos así, su atuendo habría tenido sentido en algún contexto. Porque en el Parlamento, fue un fiasco estético que rozó lo cómico. Y aquí radica el meollo: lo verdaderamente ético nunca será descortés con lo estético. Puedes ser un activista furibundo, un defensor de causas globales, pero si no cuidas la forma, tus palabras se pierden en el ruido. Y las de Nahuel fueron un gol en propia puerta.