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Opinión

El mal rollo que parece despertar Fidel Albiac a la sombra de Rocío Carrasco

«Cuando alguien menciona su nombre, el aire se espesa un poco. No hace falta que aparezca»

El mal rollo que parece despertar Fidel Albiac a la sombra de Rocío Carrasco

Rocío Carrasco.

Cuando fallece Paco Albiac, resurgen con fuerza fantasmas dormidos. No es solo el dolor por un padre perdido al que, al parecer, no se dirigía desde hace tiempo, y a cuyo funeral, según diversas fuentes, no ha acudido su hijo, sino la posibilidad de que el silencio que ha envuelto a Fidel Albiac se vea ahora quebrado de nuevo por el cuestionamiento público de su papel en la vida de Rocío Carrasco, el hermetismo de su figura y las batallas que ha mantenido en tribunales para proteger su honor.

En torno a él siempre ha habido un mal rollo difícil de disimular: del rumor a la acusación, de la sombra al juicio legal.

No es casual que en 2008 Rocío Carrasco y Fidel emprendieran una demanda contra Cuarzo Producciones y contra el colaborador Pablo González. En los programas A tres bandas y Dónde estás corazón se vertieron comentarios acerca de sus problemas personales y del supuesto interés económico de él en la herencia de Rocío Jurado. El Tribunal Supremo reconoció que en esas intervenciones se produjo una intromisión ilegítima en su intimidad personal y familiar, y condenó solidariamente a Cuarzo y a Pablo González al pago de 15.000 euros. El fallo no deja lugar a dudas: aunque se trataba de personajes públicos, la libertad de expresión no ampara la caricatura ni la difamación. Aquella victoria judicial dio a entender que el silencio de Albiac encontraba eco en los jueces.

Sin embargo, los litigios posteriores no siempre sonrieron al matrimonio. Uno de los más mediáticos fue el que Rocío Carrasco interpuso contra Kiko Matamoros, Conecta5 y Cuarzo Producciones por unas declaraciones emitidas en Viva la vida en 2019. Matamoros afirmó que una enfermera le había contado que «cuando Rocío tenía la custodia del niño, no lo llevaba al neurólogo». Carrasco lo consideró un ataque a su honor y pidió 90.000 euros de indemnización.

El Juzgado de Alcobendas, y más tarde el Tribunal Supremo, desestimaron su demanda al entender que las palabras no eran insultantes ni vejatorias, y que se limitaban a transmitir un testimonio. La justicia cerró así el caso con una derrota por la que, además, tuvo que asumir las costas en las distintas instancias.

A Fidel, su padre le ha dejado ahora como única herencia un libro titulado Conclusiones, y la historia se cierra sobre sí misma. Paco Albiac no le lega dinero ni bienes, sino palabras: una despedida con más preguntas que certezas. El gesto parece un espejo de la propia vida de Fidel, siempre envuelta en misterio.

Y es que el mal rollo que provoca su figura no se explica solo por lo que otros dicen de él, sino por lo que él mismo alimenta con su opacidad. Su silencio, en lugar de generar respeto, genera recelo; su discreción se interpreta como cálculo; su defensa judicial, como una forma de poder. Fidel Albiac es un hombre que, sin hablar, logra que se hable de él, y eso –en el ecosistema de la televisión española– es una forma de autoridad eficaz, pero inquietante.

Por todo ello, su leyenda negra parece inevitable.

A lo largo de los años, junto a Rocío Carrasco, los vaivenes judiciales han ido moldeando la figura de Albiac como un personaje doble: legalista, sí, pero también obsesivo con el control de su imagen. No son pocos los periodistas que aseguran haber sentido presiones de su entorno. Gustavo González, por ejemplo, habló de llamadas y vetos cuando informaba sobre temas que lo implicaban, y varios colaboradores de televisión han descrito una supuesta estrategia sistemática de intimidación mediática.

Les puedo confesar un secreto: esa suerte de censura la he vivido en mis carnes, con Terelu Campos como comisaria política de la pareja durante los años de Con T de tarde en Telemadrid. La sensación que me transmitía aquella presión castradora era que Fidel no perdona y no deja pasar una. Así lo viví, así lo recuerdo. Además, durante una fiesta de cumpleaños en casa de María Teresa Campos, fui testigo de cómo Rocío y Fidel bromeaban con tirar a la piscina a uno de los invitados. Yo estaba detrás de ellos: no me vieron, pero pude escuchar perfectamente el comentario que acabó –no por casualidad, me temo– con Víctor Sandoval en el agua.

Lo que dijeron, mejor me lo reservo, pero tengo razones personales para que el personaje me despierte, más que mal rollo, rechazo. Quizá por eso, cuando alguien menciona su nombre, el aire se espesa un poco. No hace falta que aparezca: basta con la idea de que pudiera hacerlo.

Y es que ya me lo imagino maquinando una demanda.

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