Sánchez y Vox toman a Feijóo por un pardillo
Abascal no la clava, pero sube. ¿Por qué?

Ilustración de Alejandra Svriz.
La excrecencia sanchista –ahora convertida en un chulo barriobajero en el Parlamento– y su Cara B más descarada, Vox, parece que acuerdan artimañas comunes contra el Partido Popular. Esta vez ambos se han refugiado en el aborto o, mejor dicho, en su resurrección. Y desde posturas dispares: el desaprensivo Sánchez propalando un aborto a lo bestia, un «derecho», encima, contrapuesto al de la vida, que este sí figura inscrito en el Artículo 15 de la Constitución. Los pregoneros de Vox le han tendido a Feijóo una trampa más sofisticada: diga usted si está de acuerdo en que a las mujeres que se han desprendido de su embrión o feto, según las semanas de embarazo, se les debe obligar a conocer los posibles efectos adversos de su decisión. ¡Tramposos!
A ver, ¿a cualquiera de ustedes, alguna vez, tras ser sometidos a una intervención quirúrgica, los especialistas no les han prevenido sobre la desdichada posibilidad de una complicación? Pues claro que sí. Entonces, ¿a qué viene esta falacia? Unos, estos costaleros sanchistas de Vox, han utilizado una martingala, y el otro, Sánchez, más sinvergüenza desde luego, la ha aprovechado para colocar en el debate nacional una iniciativa imposible: la de insertar en nuestra Norma Suprema la consideración del aborto como un derecho inalienable. Afortunadamente, nuestros «padres fundadores», incluidos el comunista Solé Tura y el socialista-erasmista Peces Barba, se cuidaron muy mucho de considerar ese eufemismo de «interrupción del embarazo» (¡qué idiotez!) como parte del Capítulo que defiende de forma expresa el Derecho a la Vida.
En la martingala de uno –Sánchez– y de otros –los ágrafos aprovechados de Vox– ha caído, como un escolar que acaba de ponerse pantalón largo, el PP. Primero, en el Ayuntamiento de Madrid con un Almeida sorprendentemente incauto, y luego en todas las respuestas de los dirigentes populares metiéndose en un jardín donde los cactus miden aproximadamente como las Torres de La Castellana. Solía asegurar Pío Cabanillas Sr., entre otras de sus muchas frases celebérrimas, que «A Madrid hay que venir ‘f…o’, o sea, ya saben a qué me refiero. Pues bien: los muy listos y capaces colaboradores de Feijóo todavía están en primero de mala leche. Otro episodio, por ejemplo: está bien que la plana mayor del PP se haya mostrado dolorida por el fallecimiento prematuro de Fernández Vara, pero ¿de ahí a considerarle prácticamente «uno de los nuestros»? ¡Si incluso hasta el hipócrita de Sánchez, que llamó al difunto en vida «petardo» y «tipo impresentable», ha estado más comedido en la loa funeraria!
Si, en otro orden de cosas, hay que hallar algún motivo –difícil menester– en el estancamiento del PP en las encuestas y en la subida incomprensible de Vox es precisamente este: que Abascal y sus muchachos/as se comportan como la Cara B del Gobierno de Sánchez. No la clavan, no se conoce una sola idea de ellos aprovechable, no acuden a dar la cara en ninguna tragedia, danas o incendios, no colaboran en la gestión de institución alguna, y se colocan en la entrepierna de los gobernantes mundiales más abyectos, Orbán, el húngaro, pero ahí están: engordando la bolsa de unos votos basados en un solo proceder: el linchamiento de la inmigración, hundimiento de barco incluido.
Y es curioso, sin embargo, innumerables diletantes de la derecha, de clónicos de Abascal, reprochan de común a Feijóo que sea «tan blando», pero cuando, por momentos, abandona esa postura y se echa moderadamente al monte, los mismos le riñen y dicen algo tan bodoque como esto: «Nosotros no somos como ellos». Y, es verdad, no metabolizan ese PP muy dubitativo que, según región o personaje, se contradice en sus mensajes. Por ejemplo: ¿quién le manda al gallego Rueda, tan próximo a Rajoy, o al andaluz Moreno calificar de genocidio los ataques de Israel a los terroristas de Hamás? ¿Es que resulta imposible que el PP articule siempre un mensaje idéntico? ¿Por qué esa tendencia inveterada a despistar a sus afectos? ¿Es que nadie puede impedir que un descabezado, el tal Mariscal, le haga ganar con su ausencia una votación importante a Sánchez? ¿Es que nadie le va a expulsar del Grupo? El depravado de La Moncloa todavía se está riendo.
Y esto a la vera misma de un momento trascendental: la posibilidad nada descartable de que el día 16, después de que Ábalos deponga en el Tribunal Supremo, sea enviado directamente a la cárcel a acompañar a Santos Cerdán, y Koldo García que el 17 puede correr igual desgracia, no puede haber otra algarada nacional que no sea la de la denuncia a Sánchez como lo que es, el jefe de todas las corrupciones posibles. Afortunadamente, el juez Peinado, que está actuando como un entomólogo, se ha tropezado con un regalo gustosísimo envuelto en celofán por el abogado Camacho de la señora del presidente.
¿Qué es esa tontería de exigir los quehaceres de las antiguas mujeres de los presidentes? ¿Van a resucitar a Amparo, esposa de Suárez; Pilar, de Calvo Sotelo; Carmen, entonces, de González; Ana, de Aznar; Sonsoles, de Zapatero; o Viri, de Rajoy. Es de esperar que el PP no se avenga a estas piruetas propias de germanías. Los que ahora significan la golfería nacional son los susodichos del «cuarteto del Peugeot» y las peripecias dolosas de Gómez, lo demás es caza menor.
El PP tiene en qué emplearse: sin ir más lejos en la celebración de la Hispanidad que está brotando de nuevo gracias a las iniciativas de Ayuso en Madrid y de Mazón en Valencia. Durante muchos años, la derecha de este país ha picado en el anzuelo tendido por los miserables –pocos, pero vociferantes– criollos del Sur que han alejado del lenguaje común ese concepto de Hispanidad –Hispanoamérica, como gran región– y lo han sustituido por Iberoamérica o hasta por el inconcebible Latinoamérica. La derecha ha dudado hasta del papel de España en el descubrimiento de América, todo por un complejo de inexistente conducta colonial.
No es de esperar que en el PP de ahora moren individuos tan analfabetos como estos de la izquierda que ni siquiera saben que el promotor de la palabra Hispanidad fue un cura vizcaíno, hablante de euskera: Monseñor de Vizcarra que, junto a otros dos vascos, Ramiro de Maeztu y Miguel de Unamuno, defendieron el uso sin exageración, pero sin temores, de esta realidad universal: la Hispanidad. Feijóo no puede ser en este tramo el pardillo al que ataca Sánchez y del que se mofa ese mentecato iletrado de Fuster, portavoz de Vox, que tiene en su biografía, como su gran acontecer, un asesinato: el del diario La Gaceta.
