Sarah Santaolalla y sus 47 lechugas
«Sarah Santaolalla y sus 47 lechugas son solo un símbolo de cómo este gobierno malgasta recursos en propaganda»

La activista y analista política, Sarah Santaolalla. | Gabriel Luengas (EP)
En el entretenido circo de la televisión pública española, donde el dinero de todos fluye alegremente, ha salido a la luz un detalle jugoso: Sarah Santaolalla, esa colaboradora omnipresente en programas como Mañaneros y Malas lenguas, se embolsa nada menos que 4.700 euros al mes por sus apariciones estelares. En el argot socialista, ese que tanto gusta en Ferraz para disimular las cifras con un toque folclórico, a eso lo llaman 47 «lechugas».
Pero aquí no hay verdulería clandestina ni fajos de billetes metidos en un sobre bajo la mesa. Esta verdulería tiene todos los papeles en regla. Los contratos están firmados, sellados y bendecidos por los altos cargos de RTVE que, en un arrebato de generosidad con el erario público, decidieron que las intervenciones de Santaolalla valen su peso en oro. Un salario ganado de manera legal, transparente como el agua cristalina de un manantial. Otra cosa es si esta mujer, con su currículum, merece un sueldo que roza el de un directivo de empresa o un profesional de alto rango. Porque, seamos sinceros, ¿cuáles son sus méritos? ¿Sus muchos años de experiencia ejerciendo el periodismo? ¿Un doctorado en comunicación audiovisual? ¿O simplemente el don de la palabra en un plató donde el debate se reduce a repetir consignas partidistas?
4.700 euros mensuales por aparecer en televisión y soltar opiniones que, en el mejor de los casos, podrían clasificarse como entretenidas. Eso es lo mismo que gana un médico residente con años de experiencia en un hospital público, luchando contra turnos interminables y listas de espera eternas. O más que muchos profesores en colegios y universidades públicas, esos que moldean el futuro de generaciones enteras con salarios que apenas dan para llegar a fin de mes. Mientras un cirujano salva vidas por un sueldo similar, Santaolalla lo cobra por vociferar sobre el último chisme político. ¿Es esto equidad social?, ¿o es el enésimo ejemplo de cómo este gobierno, que se autoproclama defensor de los trabajadores, despilfarra el dinero público en sus fieles aliados mediáticos?
Sarah Santaolalla ha hecho carrera en la televisión saltando de un programa a otro con la gracia de una acróbata. En Mañaneros, ese magacín matinal que pretende informar, pero acaba en un batiburrillo de cotilleos y sutil propaganda, sus intervenciones son como un café cargado: estimulantes, pero sin mucho fondo. En Malas lenguas, el tono sube y las pullas vuelan, pero ¿aporta algo más que entretenimiento efímero? Sus defensores dirán que sí, que es una voz fresca en el panorama mediático, una mujer empoderada que defiende causas progresistas. Bien, pero ¿a qué precio? ¿47 lechugas al mes del dinero de todos?
Es irónico, ¿verdad? Este Gobierno, que tanto habla de redistribución de la riqueza, de gravar a los ricos y ayudar a los vulnerables, mantiene un sistema donde tertulianos cobran sueldos de élite por opinar en la tele pública. Mientras, un profesor de secundaria, con años de experiencia y un máster bajo el brazo roza los 2.500 euros netos. Un médico de familia, atendiendo a decenas de pacientes al día, obtiene cifras muy similares a los profesores. ¿Merece Santaolalla más que ellos? Sus méritos parecen residir en la lealtad ideológica, en ser la cara amable que masajea al régimen sanchista.
En un país con una deuda pública que supera el 100% del PIB, con las pensiones públicas en jaque y donde tener un techo es algo de privilegiados, priorizar estos pagos es como regar un jardín de lujo mientras la casa se quema. El PSOE, con su retórica de «no dejar a nadie atrás», deja atrás a los verdaderos héroes anónimos para premiar a los voceros televisivos. ¿Es esto socialismo? Más bien parece un capitalismo de amiguetes disfrazado de progresismo.
Sarah Santaolalla y sus 47 lechugas son solo la punta del iceberg. Un símbolo de cómo este gobierno malgasta recursos en propaganda y fidelidades, mientras el ciudadano de a pie paga la factura. ¿Soluciones? Transparencia real, auditorías independientes y un replanteo de prioridades. Pero con este Ejecutivo, pensar esas cosas es soñar despiertos. Y ya sabemos que soñar es gratis. Y es que los sueños, sueños son, menos para Sarah, que le ha quitado el puesto a Alicia y vive en el país de las maravillas.