The Objective
Opinión

Sobre el escándalo de Alessandro Lequio y las mentiras de Rocío Carrasco y Fidel Albiac

«¿Miente Paco Albiac en su lecho de muerte, o miente la prensa que nos vende a Rocío Carrasco como víctima?»

Sobre el escándalo de Alessandro Lequio y las mentiras de Rocío Carrasco y Fidel Albiac

Ilustración de Alejandra Svriz.

¡Vaya semanita! La entrevista de Antonia Dell’Atte en la que recuerda los malos tratos sufridos ha despertado el monstruo dormido en Alessandro Lequio, que solo quiere hablar de este tema delante de su abogado. Poco podemos decir que no hayamos comentado ya. Nada ha cambiado desde entonces y no parece que vaya a cambiar: al conde lo protegen como a un niño mimado.

Sin embargo, la publicación del libro Confesiones, escrito por el padre de Fidel Albiac, abre un nuevo melón. Y es que pocas parejas del corazoneo patrio despiertan más interés informativo que el matrimonio Albiac-Carrasco, cuya historia llegó –tras la emisión de una docuserie que emocionó al público– hasta el mismísimo Congreso de los Diputados, alimentando una campaña político-feminista para generar la necesidad de regular la violencia vicaria, que se ha materializado a través de un anteproyecto de ley que la tipifica como delito específico en el Código Penal (en concreto, el artículo 173 bis), con penas de seis meses a tres años de prisión.

En Rocío: contar la verdad para seguir viva, la hija de «la más grande» hacía un relato descarnado de los malos tratos, físicos y psicológicos, sufridos a manos del que fuera su marido, Antonio David Flores. Legalmente, debemos decir «supuestamente sufridos», porque no hay sentencia alguna que avale los hechos, por mucho que su relato nos dejara impactados y llegara ilustrado con la documentación aportada en su momento para la denuncia, que no sirvió para que esta fuera admitida a trámite.

Quedó en el inconsciente colectivo la imagen de una víctima (vestida con un traje fucsia, color reivindicado por una ola de simpatía y solidaridad en las redes sociales, frente al azul del bando oponente) que intentó quitarse la vida, que vivió bajo los efectos de una larga depresión, que fue maltratada por su propia hija (en este caso, confirmado por los informes psicosociales y una sentencia contra Rocío Flores) y perdió toda relación con su hijo (quien, para nuestra sorpresa, pasó con permiso materno el último verano antes de su mayoría de edad junto a su padre, a pesar de la amenaza que «el ser» podía suponer para el crío vistos los antecedentes con su hermana), al que se ha visto condenada en sentencia firme del Tribunal Supremo a indemnizar con 13.200 euros más intereses –además de recibir una multa de 900 euros– por el impago de la pensión alimenticia durante 66 meses.

Sorprendente final para una mujer que luchaba contra la imagen de «mala madre» construida por Antonio David Flores, un tipo que llegó a ser socio del siniestro abogado Rodríguez Menéndez, condenado por estafa agravada y usurpación de funciones, y al que unos desconocidos hirieron de gravedad tras descerrajarle varios tiros en plena calle. Menudo prenda. La relación ya nos habla de la catadura moral del ex guardia civil, cuya primera experiencia con la justicia fue una condena a seis meses de cárcel, otros tantos de suspensión de cargo público y una multa de 61.000 euros por malversación de caudales públicos.

Dios los cría y ellos se juntan: Antonio David con Rodríguez Menéndez. Y antes, con Rocío Carrasco, que aquí todos han ido coleccionando condenas.

Una vez ganado el corazón de la audiencia, convertida en símbolo de la lucha contra el maltrato, pasando del ostracismo mediático a protagonista absoluta, Rocío Carrasco sirvió la segunda temporada, En el nombre de Rocío, como una fría venganza contra los Mohedano y aquellos relacionados con Ortega Cano, incluidos sus hermanos (a los que Fidel, según Gloria Camila, llamaba «los inmigrantes»), villanos de una guerra civil familiar que los espectadores hemos vivido a lo largo de los años a través de las revistas y los programas del corazón.

No hay relato de buenos y malos que no sea simplista. Y en este caso, lo mejor es no tomar partido por nadie, porque ninguno lo merece. Como escribiría Soledad Puértolas, todos mienten. O nos han mentido todos en algún momento según las necesidades de su relato. O se han traicionado entre ellos, jugando una partida tan interminable como turbia y agotadora.

Basta un ejemplo:

  • Rocío Carrasco en la serie En el nombre de Rocío, sobre su tío: «Amador es un tonto venido arriba (… ) ¿Quién coño es? (…) Yo tengo que contar con ese señor para nada. Que a mí ese señor no me ofrece ninguna confianza, ni como persona, ni como profesional».
  • La misma Rocío Carrasco en ¡Qué tiempo tan feliz!, respondiendo a María Teresa Campos cuando la periodista aseguraba «yo sé que os queréis mucho»: «Nosotros somos una familia le pese a quien le pese, que estamos unidos, lo quieran o no quieran. Mi tío ha sido la persona más importante en la vida de Rocío Jurado, tanto personalmente como profesionalmente, era su mano derecha […] Mi madre moría con mi tío […], eso es lo que hay. Y no hay más».

Bueno, sí, hay más, porque Fidel Albiac –el hombre que, supuestamente, ha elegido no hacer declaraciones, ni participar en la prensa del corazón (a pesar de sus apariciones en las portadas en las revistas)–, entró por teléfono para rematar la faena: «Yo hablo con él un día sí, un día no. Y él lo sabe, que es un gladiador de esta lucha […] Como decía Rocío Jurado, que en paz descanse, él es el macho de la manada. Él hace su función por atrás, que es más importante que por delante […] A mí me vale lo que hace, lo que apoya a su sobrina, y cómo la quiere». Todos esos piropos, según Fidel a la Campos, se decían en petit comité.

Vale, entonces, ¿en qué quedamos? ¿Amador es bueno o es malo? ¿O ambas cosas, según convenga? ¿O ninguna? Porque a la inversa hemos visto las mismas contradicciones, con Rocío pasando de ser la sobrina ideal a «una canalla» que «ha luchado más por sus parejas que por sus hijos».

Así todo durante años y años. ¡Vaya familia! Un mareo, una monumental tomadura de pelo que, en lugar de ser contenido para un DeViernes, ya merece ser tratado como un enigma por Iker Jiménez en Horizonte.

Las hemerotecas están para algo. Y no perdonan.

Por si faltara poco, las aguas de este delirante mar de confusiones siguen revueltas desde la muerte del padre de Fidel Albiac. Diversos medios han recogido cómo este triste suceso ha afectado a Rocío, porque «mantenían una estrecha relación» (según Infobae) y «era una figura clave de la pareja en los momentos de mayor controversia mediática» (según Libertad Digital). La lista de medios que insisten en esta versión es larga: ¡Hola!, Semana, Lecturas… Y todo ello, mientras el propio Paco Albiac, en su libro póstumo Conclusiones, confiesa que nunca, jamás, coincidió con ella en vida: «Querido Fidel, en mi tiempo constreñido por las horas, que para mí son minutos, ya no hay lugar para las máscaras que todos los humanos acarreamos cuando esperas a la muerte. Yo la aguardo de frente. Con la seguridad que me exijo, las mentiras se diluyen, no hay lugar para falacias, mentiras, ni lloriqueos. La vida y su compañera, la muerte, me han obligado a ser libre, verdadero, orgulloso. […] Por ello, con la certeza de que cuando leas mi carta, ya no estaré aquí, te abro mi corazón, mis ideas y mi cerebro, sin tapujos, liberados de los velos que ocultan las realidades perecederas. Dispones de muchos momentos hermosos para ser vividos en la compañía de los tuyos, horas y minutos de calidad con tu esposa, A QUIEN NUNCA ME DISTE TU PERMISO PARA CONOCERLA…»

Las mayúsculas son cosecha propia, más que nada para dejar claro que algo no cuadra en esta historia: ¿Miente Paco Albiac en su lecho de muerte, en su testamento literario, o miente la prensa que nos vende la moto de una Rocío Carrasco como víctima de un destino trágico?

Sea como fuere, alguien miente. O mienten todos. Una vez más.

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