Pérez-Reverte contra García Montero, un duelo desnivelado
«El Instituto Cervantes parece más un altavoz del independentismo oficial que un guardián neutral del español»

Luis García Montero y Arturo Pérez-Reverte.
El rifirrafe entre Luis García Montero, director del Instituto Cervantes y poeta de cabecera del progresismo oficial, y Santiago Muñoz Machado, director de la Real Academia Española (RAE), un jurista de fuste que ha osado plantar cara a las embestidas ideológicas, está tomando similitudes con el de nuestra clase política. En la trifulca ha querido entrar Arturo Pérez-Reverte, el novelista de batallas y mares embravecidos, miembro de la RAE, que no ha dudado en ponerse del lado de Machado y arremeter contra García Montero con la contundencia de un cañonazo en Trafalgar. En este duelo solo puede quedar uno, y si me preguntan, apuesto por el cartagenero, que al menos sabe manejar la palabra sin caer en el panfleto.
García Montero, en una entrevista con el diario peruano La República, lanzó el primer dardo: criticó que la RAE esté en manos de un «catedrático de Derecho Administrativo» como Muñoz Machado, un «experto en llevar negocios de su despacho para empresas multimillonarias», en lugar de un filólogo puro. Según Montero, la Academia es poco menos que una sucursal de Wall Street disfrazada de diccionario. El pleno de la RAE no tardó en responder con un comunicado de «absoluta repulsa» ante lo que calificaron de «agresión» gratuita contra su director, elegido democráticamente y sin mácula en su gestión. Tampoco se puede olvidar el artículo reciente en ABC del premio Cervantes Álvaro Pombo, y perteneciente a la Real Academia Española, donde le hace un traje que ni el sastre más sádico.
Pero el verdadero fogonazo ha llegado con Pérez-Reverte. En su cuenta de X, el autor no se anduvo con paños calientes: tildó a García Montero de lamebotas al servicio del Ministerio de Exteriores. «El Gobierno quiere colonizar la Academia a través de un mediocre y paniaguado director del Cervantes», escribió, acusando al Ejecutivo de Pedro Sánchez de usar el Instituto como ariete para erosionar la independencia de una institución tan noble. La RAE ha resistido presiones para imponer el lenguaje inclusivo o ceder ante las demandas independentistas de Cataluña, País Vasco y Galicia, mientras el Instituto Cervantes parece más un altavoz del independentismo oficial que un guardián neutral del español.
Pérez-Reverte tiene toda la razón. García Montero, con su pose de intelectual comprometido, no es más que un mamporrero del PSOE, colocado en el Cervantes en 2018, fue una de las primeras decisiones del gobierno sanchista. ¿Recuerdan cuando defendió el indulto a los líderes del procés, alegando que era «un gesto de convivencia»? O su silencio ante las purgas en el propio Instituto Cervantes, donde ha priorizado la agenda ideológica sobre la promoción cultural. Montero representa esa literatura subsidiada, esa que vive de cargos públicos y aplausos en mítines, pero que palidece ante la verdadera creación. Para muestra un botón tan reciente como el Premio Blanquerna que le ha adjudicado la Generalitat de Cataluña esta semana, por ser un difusor de la literatura catalana y de las lenguas cooficiales del Estado. Cualquier cosa que oscurezca a la lengua de Cervantes le viene bien a este granadino de evidente «mala follá». Y es que todos sabemos que el castellano es fascista y de ultraderecha.
Este duelo dice mucho del bajón en la calidad de los escritores más comerciales y mediáticos de nuestra actualidad. Comparados con cualquier época anterior en España, el nivel es paupérrimo. Pensemos en el Siglo de Oro, el enfrentamiento entre Quevedo y Góngora fue un festival de ingenio, donde la espada y la ironía estaban a la misma altura, por no hablar de su inmensa gloria literaria. Aquello era arte, no este intercambio de tuits y comunicados que parece un programa de Sálvame. Incluso el propio Pérez-Reverte tuvo una afrenta bastante más interesante con ese genio de las letras españolas que fue y es Francisco Umbral.
Y es que cualquier tiempo pasado fue mejor para la literatura española. Lo demuestra el reciente ganador del Premio Planeta, Juan del Val, un personaje más televisivo que conocido por lo que escribe. Colaborador en El hormiguero, ese programa de Antena 3 que pertenece al grupo Atresmedia y, oh casualidad, el Premio Planeta lo otorga el Grupo Planeta, valga la redundancia y dueño de la cadena. Seguro que es pura coincidencia, como cuando el año pasado se lo dieron a esa «portentosa» escritora que es Sonsoles Ónega, que hace el programa de las tardes también en Antena 3. Ironías de la vida: el premio más dotado de las letras hispanas parece un enchufe televisivo, un intercambio de favores entre platós y editoriales donde todo queda en casa. ¿Dónde están los ganadores de antaño, como Vargas Llosa o Ana María Matute, que elevaban el nivel? Hoy, el Planeta premia a famosos de la tele, pues sus libros se pueden leer mientras ves en la televisión cómo hablan unas hormigas.
Si realmente quieren glorificar la literatura española no lean ni a Pérez-Reverte ni a García Montero, no pierdan el tiempo y pónganse con quienes la elevaron a un lugar donde el vértigo es el primer reconocimiento a su obra. Lean a Cervantes, Lope de Vega, Calderón, Galdós, María Moliner, Clarín, Concepción Arenal, Baroja, Delibes, Clara Campoamor, Cela, Martín Gaite, Umbral, Carmen Laforet, Emilia Pardo Bazán, Rosalía de Castro, María Zambrano y otros muchos. Que el presente y el futuro no iban a ser lugares prósperos, lo supieron ellas y ellos antes que nosotros.