El 'año Franco': juzgar el pasado para exonerar al presente
«A punto de acabar y cien actos después, la efeméride sólo ha servido para validar el relato sanchista»

Ilustración de Alejandra Svriz.
En uno de sus textos más conocidos, Anti-antirrelativismo, el antropólogo Clifford Geertz partía del siguiente argumento: estar en contra de un punto de vista no significa apoyar aquello que dicho punto de vista combate. Por ejemplo, estar en contra de la caza de brujas o del macartismo no te convierte ni en defensor de las brujas, ni del comunismo. Aunque sí, y muy apropiadamente, en sospechoso de todo ello.
Como me dispongo a criticar la anacrónica lucha contra Franco en la que nos ha embarcado nuestro Gobierno, habrá quien me acuse de franquista. Y harán bien, porque seguramente eso, acusar, sea el objetivo de todo ello. Pero no, lo siento, compañeros académicos, queridos amigos que leéis esto a hurtadillas, no voy a defender (porque ¿quién lo hace?) a un dictador que nació… hace 132 años. Lo cual, por cierto, no sería peor (si acaso mejor) que defender a otro que siguiera vivo.
Vayamos primero con el nombre. La denominación oficial (e históricamente errónea) del programa de actividades que conmemora la muerte de Franco es «50 años en libertad». Pero en 1975 ni se recuperó la libertad, ni se acabó con el franquismo, ni nada. «No me parece mal que se haya fijado en 2025», decía uno de los organizadores (claro, ¿qué va a decir?). «Aquí en Francia se celebra el Día de la Liberación y este tampoco corresponde exactamente con las primeras elecciones». A ver quién no es capaz de no ver la semejanza entre la liberación de todo un continente tras la rendición incondicional de la Alemania nazi, el más funesto régimen totalitario que haya dado el planeta, y la tromboflebitis de un gallego. No, estimado colega, la elección del año 2025, su preparación a toda prisa, responde a la única razón de que así convenía a una sola persona, Pedro Sánchez, ese hombre.
Por cierto, ¿se habrán dado cuenta sus esforzados organizadores de la semejanza entre los «25 años de paz» que celebró el franquismo en 1964, con esto de los «50 años en libertad»? ¿Lo harán aposta?
Durante un año se han celebrado (o eso prometieron) cien actos y congresos. Hemos visto a catedráticos de universidad participando en las sempiternas tertulias de RTVE, acaso para ir vertiendo un poco del picante del pasado en el menú político de cada día. El CIS ha inflado a Vox al mismo tiempo que preguntaba por Franco. Y en el Congreso de los Diputados, sede del poder legislativo, se acoge una performance en donde actores profesionales (no los amateurs habituales) declaman discursos de aquella época.
«Es fácil intuir el motivo: proyectar el espantajo de Franco sobre el ya de por sí desquiciado escenario de nuestra política»
No hace falta ser Clifford Geertz para intuir el motivo de todo ello. Proyectar el espantajo de Franco sobre el ya de por sí desquiciado escenario de nuestra política. Hacer una analogía entre los años treinta del siglo XX y la actualidad. O, peor, entre la derecha actual (o sea, la mitad de España) y los fascistas. O sea, un auténtico despropósito. Pero un despropósito oportuno, al fin y al cabo, que reserva a nuestro presidente del gobierno, el papel de centinela del progresismo, de katechon de la ultraderecha.
Nótese que es al revés. No es, como se nos quiere hacer creer, que el llamado Gobierno progresista de nuestro país se justifique en evitar que la ola de ultraderecha llegue a nuestro país, lo que provocaría una segura erosión en nuestras instituciones democráticas; sino que, como el actual Gobierno ya las ha erosionado, necesita un relato que lo justifique.
Y ya se sabe, introducir a Franco es en España el camino más corto, o para hacer una película, o para cambiar de conversación. Y así, como si de una película de Fellini se tratase, durante todo un año hemos visto desfilar a gentes de toda clase y condición. Actores, titiriteros, acróbatas, secretarios de estado, organizadores de talleres, de escape rooms, de cursos de formación docente (si no sabe que son, el infierno les reserva un lugar junto al tipo que inventó los muebles de metacrilato) e historiadores, sobre todo, historiadores.
¿Cuántos historiadores habrán participado en estos cien actos? Esto es lo que más melancolía produce, porque si de algo ha de estar advertido el historiador es precisamente sobre la tergiversación del pasado. Aunque, quizás, en las infinitas horas de esos congresos, a alguno se le escapara una mueca de incomodidad cuando algún experto explicara, no sé, cómo se dividió a las sociedades del pasado, la invención de un antagonista, la cooptación de los intelectuales. Puede que alguno se sonrojara, nada, un leve rubor, cuando se mencionara el retroceso democrático, el control y vigilancia de los medios de comunicación, también de la justicia, el recurso a la decisión personal del dictador.
El año Franco es un poco como ese catedrático de universidad, tan común, por otra parte, en nuestro paisaje académico, que, siendo recto, prolijo en sus investigaciones, de una ponderación granítica (que diría Pla) e implacable con el pasado, en el único lugar donde puede actuar, en el presente de sus días, en su departamento, se comporta como un verdadero tirano.