Pepe Álvarez, de profesión, parásito
El obrero de 1888 luchaba contra el patrón. El trabajador de 2025 debe luchar contra los sindicatos

El líder de UGT, Pepe Álvarez. | Eduardo Parra (EP)
En la ciénaga endogámica de la clase política y sus tentáculos, donde vividores de toda laya succionan la teta del Estado hasta dejarla seca, pocos exhiben tanto cinismo como Pepe Álvarez. Dentro del zoológico de ventajistas adheridos al poder, el señor Álvarez, secretario general de la Unión General de Trabajadores (UGT), sindicato que nació en Barcelona en 1888, junto al PSOE, para defender al obrero, se ha convertido en el mejor defensor de los intereses de Pedro Sánchez. Y no es que falte fauna para escoger. ¡Qué tiempos aquellos, cuando la lucha obrera olía a carbón y no a marisco y toallita de limón!
UGT es el sindicato de la subvención. Y Álvarez, el mandamás desde 2016, un burócrata profesional de 70 años que lleva medio siglo –¡cincuenta años!– pegado al pesebre sindical. Afiliado a UGT a los 19 y de ahí, a vivir del cuento de la lucha de clases, sin haber experimentado jamás lo que es el vértigo de no llegar a fin de mes. Y es que, hace apenas unos días, este ricachón vividor, tuvo la brillantez de soltar una perla que ya es historia de la infamia: llamó «privilegiados» a los autónomos, porque dice que «ganan mucho dinero», defendiendo la barbarie de subirles las cuotas a la Seguridad Social.
¿Hay algo más hiriente, más obsceno, que un señor que lleva décadas con un sueldo garantizado –financiado en parte por las arcas del Estado que esquilma–, que posee siete propiedades inmobiliarias, incluyendo un ático dúplex en el exclusivo barrio de Gracia de Barcelona (no declarado, por cierto, en el Portal de Transparencia de su sindicato), señalando con el dedo a quienes se parten el lomo para levantar la persiana?
El cinismo no es ya un arte, es una enfermedad profesional en la España sanchista. El tipo que nunca ha adelantado el IVA por una factura que tardará meses en cobrar, que no sabe lo que es no tener vacaciones pagadas o no tener derecho a paro (como les sucede a los trabajadores por cuenta propia), se permite atacar a 3,5 millones de autónomos. Detrás de sus palabras, estaba la propuesta del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones de Elma Saiz: un atraco a mano armada. Quería meter la mano en el bolsillo del autónomo hasta dejarlo tiritando, con subidas que en el tramo más alto escalaban de 796 en 2026 a 1209 euros en 2028. Y aún más sangrante, quería desplumar al autónomo más humilde, el que no llega a 700 euros al mes, obligándolo a ingresar 252 euros mensuales en las arcas estatales para 2028. Una salvajada. Por fortuna, la ley se frenó, ya que hasta Sumar se desmarcó, y Junts, ERC, PP y Vox se opusieron rotundamente. Aunque estoy seguro de que el Gobierno volverá a intentarlo. Y Álvarez, inmutable en su torre de langostino, la defendió como «justa y sostenible». ¡Claro que es sostenible para tu bolsillo, Pepe, si la pagan otros!
UGT se atreve a poner en su web que defiende los intereses de 11 millones de trabajadores, «trabajen o no, sean fijos o temporales». ¡Mentira podrida! UGT no defiende al obrero, defiende al PSOE. Punto. Son un parásito con dos rostros: por un lado, chupan de la ubre del Estado; por otro, simulan ser contrapoder.
Para entender a Álvarez hay que entender la historia reciente de su cortijo. En 2013, estalló el escándalo de las mariscadas en la UGT de Andalucía. La factura icónica es el epitafio de su decencia: 2.047 euros, provenientes de una subvención para promover acuerdos entre sindicatos, empresarios y el gobierno autonómico, derrochados en un festín de 30 raciones de langostinos, pargo al horno, foie y Riojas reserva. Pero el sindicato fue más allá: desvió fondos públicos destinados a la formación de parados para financiar bacanales con putas y cocaína.
Las subvenciones, pensadas para los trabajadores, acabaron en orgías desbocadas: facturas revelan gastos en prostíbulos y drogas, como los miles de euros de las tarjetas black de la Faffe, vinculada a UGT, en puticlubs como el Don Angelo. La defensa patética de aquel líder interino que balbuceó «no era una mariscada, eran unos langostinos» no oculta el hedor de la corrupción. La UGT de Álvarez, además, acumula condenas por fraude en subvenciones, como en Asturias (2012) y Andalucía (2024), por cursos fantasma. La lucha obrera, convertida en un mecanismo de enriquecimiento personal y burocrático, financiada por el mismo sistema al que dicen combatir.
Mientras Pepe Álvarez se preocupa de llamar «privilegiados» a los que mantienen a flote este país, y pide subirles los impuestos para que el Estado siga engrasando su maquinaria clientelar, la realidad española es un infierno que debería avergonzar a cualquier supuesto defensor del trabajador. España, bajo el rodillo fiscal del Gobierno de Pedro Sánchez –amigo necesario de estos sindicatos de la poltrona–, lidera en la Unión Europea el paro (general y juvenil) y el índice de miseria. Tenemos una tasa de temporalidad que es un chiste de mal gusto, precariedad a tutiplén, y salarios que dan risa comparados con Francia o Alemania.
Pero a estos ricachones comegambas de la cúpula de UGT la miseria no les preocupa. Lo que les preocupa es que se les acabe el chollo. Desde 2018, el Gobierno de Sánchez nos ha metido unas 100 subidas fiscales. La recaudación en IRPF se ha disparado sangrando a la clase media. El IVA recauda más por el efecto de la inflación (un impuesto oculto). Nuevos tributos a banca, energéticas, plásticos, grandes fortunas… Y Sánchez dice que es para pensiones y servicios públicos. ¡Mentira! Es para mantener un déficit y una deuda pública insostenibles y, lo que es peor, para que los suyos sigan repartiéndose dinero en sobres en efectivo –sí, confirmado por el propio Sánchez–, mientras los servicios públicos colapsan.
El sindicalismo español, con Pepe Álvarez a la cabeza, no es la solución. Es el problema. Es el parásito que se alimenta de la enfermedad, el que llama «justo» a un atraco fiscal porque le garantiza seguir viviendo en su ático dúplex del Barrio de Gracia. El obrero de 1888 luchaba contra el patrón. El trabajador de 2025 debe luchar contra estos parásitos sindicales que han convertido la lucha obrera en una carrera de privilegios.