Ser español es lo más pesado que hay en el mundo
«El gran problema español es la incapacidad para el pensamiento abstracto, incluido el pensamiento político abstracto»

Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal en una imagen de 2023. | EP
1. El pobre PP, después de tropezar con las mamografías y el aborto, tropieza con la inmigración. «La nacionalidad española no se regala, se merece», ha dicho Feijóo. ¡Jóo, macho! Yo solo firmaría la frase si se entendiese el último verbo en su sentido de «merecer castigo». La nacionalidad española es una formidable condena. Ser español es lo más pesado que hay en el mundo. Y no digamos en sus variantes catalana y vasca: las maneras más pesadas, de entre las pesadas, de ser español. García Calvo caló muy bien a estas Españitas. El gran problema español, no me canso de repetirlo, es la incapacidad para el pensamiento abstracto. Incluido el pensamiento político abstracto. No se comprende la limpia noción de ciudadanía universal, vacía, sin adherencias. Hay una pulsión fatalmente falangista por introducir contenidos espurios. También (ninguna facción española se libra) en nuestra malbaratada izquierda.
2. Me ha hecho gracia el revolcón al gañán Aroca por ponerse a cloclear en la cadena SER mientras hablaba la perla Harbour. El feminismo ha empezado a criticar el machismo de la izquierda. Ha tardado, pero está llegando. Lástima que no le alcanzase, porque ya murió, a un celebrado mago de la literatura. Este no dejó pruebas escritas, a diferencia de Neruda con su «me gusta cuando callas», contra el que ya espabilaron también. El de Luisgé fue un episodio anterior a este de Aroca. El feminismo no duda ahora en meterse en el corazón del sanchismo para afirmar su hegemonía.
3. Escribe Del Molino una simpática columna sobre Antonio Famoso, el hombre que pasó quince años muerto en su casa sin que nadie lo advirtiera. Como sus cuentas estaban automatizadas, «era el ciudadano perfecto, siempre al corriente de pago». Añade el columnista de El País: «Ni siquiera votaba, para no estropear las encuestas ni exacerbar la polarización». Esto último es particularmente simpático. Más simpático aún, aporto yo, es que Famoso superase a Ábalos en el número de años sin pasar por el cajero (quince a seis). Pero lo que convierte a Famoso en el ciudadano definitivamente perfecto es que jamás dijo ni mu sobre Sánchez, como cualquier simpático columnista de El País.
4. El nombre sórdido de Rodríguez Menéndez no me evoca sordidez, sino felicidad. Al leerlo en la noticia de su muerte me ha llegado el inconfundible aroma. La felicidad es por la tertulia que tenía entonces en Madrid con el escritor Fernando Marías y otros amigos. Es la única vez que he tenido una tertulia fija y era estupendo, porque te arreglaba la semana. Nos reuníamos en el Café del Prado, en la mesa del altillo. Había un piano cerca. Entonces no sabía que en aquella calle del Prado (no confundir con el paseo) vivía el narrador de El malogrado de Thomas Bernhard, una historia de pianistas. Pero en la tertulia nunca hablábamos de literatura. En aquel tiempo le dieron el premio Nadal a Fernando por El niño de los coroneles y en las entrevistas le oímos hablar de libros por primera vez. «Nos hemos tenido que enterar por la prensa de que te gusta Joseph Conrad», le dijimos. De lo que hablábamos era de cine y de cotilleos. Rodríguez Menéndez salía todas las semanas. Era nuestro héroe negativo. Nos reíamos con sus exabruptos. Uno de nosotros supo un suceso terrible del abogado en un piso de Atocha y lo contó una tarde (No lo puedo revelar). Me lo crucé una sola vez, mientras me dirigía a un concierto de Bebel Gilberto. La vida es así de rara. Un tipo como ese formaba parte de un paisaje en que fui feliz.