Las lecciones de periodismo de Javier Ruiz
«Disentería informativa, dice, como si lo que expulsan en ‘Mañaneros’ o ‘Directo al grano’ no fuera una diarrea ideológica»

El presentador de televisión Javier Ruiz. | Alberto Ortega (EP)
El pasado lunes fue Javier Ruiz a «divertirse» al mejor sitio posible, el programa Directo al grano, un programa gemelo al suyo si no fuera porque lo presentan el hijo de Pilar Miró y una mujer tan «roja» que llegó a ser pareja de un nieto de Franco, Marta Flich. Esa Santísima Trinidad del pseudoperiodismo de la televisión sanchista, antes conocida como la televisión pública, nos ofreció una lección de «periodismo», y además de manera gratuita, como no podía ser de otra manera en el ente público. Habría que decir también que lo que se dijo tuvo el mismo valor que lo que tiene en los bolsillos un pobre muerto de hambre en Somalia. El invitado fue Javier Ruiz, presentador de Mañaneros, y ahora más conocido por ser «la pareja de». Un ejemplo de pareja perfecta para el Ministerio de Igualdad. Y es que ‘igual-da’ uno que la otra. Perdonen por el chiste malo. Quiso comenzar la lección cuanto antes, pero en resumen lo que hizo fue criticar el duopolio de las televisiones privadas, y defender las audiencias de los programas que hablan por la voz de su amo.
Así fue como comenzó el gran circo romano del autobombo, como si fuera una sesión de terapia grupal para egos más inflados que un globo aerostático en una convención de narcisistas patológicos. Ruiz, con esa mueca de economista profético que cree haber patentado el fuego cada vez que lanza un dato sesgado, vociferó que «todo el mundo está disparando contra TVE» porque «molesta la televisión que se ve a los que pierden». Según el mesías Ruiz, es envidia en estado puro, las privadas caen en picado y por eso aúllan como lobos heridos.
Gonzalo Miró cabeceaba afirmativamente ante cada frase de Javier Ruiz con grave riesgo de desnucarse. Las preguntas que le hacía eran inocuas y almibaradas, como algodón de azúcar licuado en un baño de dogma progre. «¿Hay dos tipos de periodismo?», le lanzó pensando que era una pregunta para el premio Pulitzer, y Ruiz respondió que «solo hay un tipo de periodismo: tienes información o tienes otras cosas que provocan disentería informativa». Disentería informativa, dice, como si lo que expulsan en Mañaneros o Directo al grano no fuera una diarrea ideológica que evacua cualquier vestigio de imparcialidad, dejando solo el residuo tóxico del catecismo sanchista.
Ruiz sentenció que «les molestan los datos. Cuando el dato te mata el relato, de repente molesta». Y siguió con el histrionismo de un actor de melodrama cutre: «No somos nosotros, lo que les molesta es la realidad. A veces es incómoda para el Gobierno y a veces para la oposición». Como si su «realidad» no fuera un caleidoscopio que deforma los datos para que quepan en la fábula de Moncloa, ninguneando la inflación que asfixia familias o el desempleo juvenil que Sánchez camufla con pirotecnia numérica.
Flich, reacia a perder el tren del victimismo, se acopló al estribillo interrogando sobre los «ataques personalizados a periodistas», en especial a las féminas, diciendo que «a las mujeres no solo se les puede perseguir, se las puede humillar». Buscaba que Ruiz defendiera a su pareja, pero para eso ya está un servidor. Y es que uno sabe que no hay peor enemigo que uno mismo. Y para muestra un botón de apellido Santaolalla.
Y no saciados con fortificar su reducto, Ruiz embistió contra el «duopolio» de Antena 3 y Telecinco, que monopolizan el 85% de la tarta publicitaria, esparciendo «miedo al paro» porque «si te vetan, no vuelves a trabajar». ¡Oh, desdichado Javier, santo varón contra el capitalismo voraz! Como si RTVE no fuera un conglomerado que expulsa a los disidentes con el Gobierno que sufrimos todos.
Como resumen, esta «lección de periodismo», perpetrada en plena hora de la siesta, dejó durmiendo en los laureles a sus protagonistas. Para los televidentes fue una pesadilla antes de merendar. Un guion igual de oscuro que uno de Tim Burton, pero mucho menos divertido. Para los telespectadores fue la consecuencia de una mala digestión. Eran las cinco y ya habían comido, pero sus estómagos centrifugaban como si se hubieran convertido en un nido de cucarachas. Se acababa de ejecutar una cátedra magna en hipocresía autocomplaciente, donde Ruiz, Miró y Flich se ungieron custodios de la verdad mientras trataban de esconder bajo las alfombras la mucha mierda que defienden. Les fue imposible, y esa disentería de la que habló Ruiz salió salpicando a todas las pantallas que vieron dicho espectáculo. Un contenido televisivo que provocó una descomposición general.