Rufián y Broncano: la casta hablando de la vivienda
«Dos personas que cobran del trabajo de todos los españoles disimulaban sufrir por un problema que no les afecta»

Gabriel Rufián y David Broncano. | RTVE
Gabriel Rufián fue el pasado lunes al programa de La revuelta, convirtiéndose en el primer político en activo que acudía al lugar que más se parece al Congreso de los Diputados y a un circo romano. De esto último pudo dar fe de ello Mariló Montero, que acudió a este programa como gladiadora y no como concursante de Masterchef. El pueblo la increpó buscando influir en la decisión del «Emperador» Broncano, pero su pulgar fue incapaz de no estar erecto y de mirar hacia el cielo. Y es que Mariló es mucha mujer para un Julio César de marca blanca. Así que la Montero salió de la encerrona vivita y coleando, como no podía ser de otra manera.
Rufián apareció en ese circo de una manera más tranquila y sosegada. Pertenecer a la guardia pretoriana de los que manejan el cotarro en ese programa, por tanto, en esa televisión pública, y como consecuencia en este Gobierno Frankenstein, le hizo saber que jugaba en casa. Pero es que, para Rufián, España y concretamente la ciudad de Madrid lo son, desde que se dio cuenta de que no iba a poder vivir igual de bien en ningún otro país. Lo de su amor por Madrid es una cosa que sólo entenderán los que están enamorados hasta las trancas. Ama esta ciudad como solo se puede querer lo que quieres conocer a fondo. Lo que pateas con el ansia de que lo que ven tus ojos no se acabe nunca y termine en un after bailando con una de nuestras actrices más bellas, Ester Expósito.
Antes de empezar la «entrevista», si es que ese noble género periodístico tiene cabida en ese espacio, Rufián le hizo varios regalos a Broncano. El primero fue el pantalón de un chándal con el que un día entró al Congreso, y con el que dio la turra todo el programa como si le hubiera regalado algo muy íntimo y personal. Un servidor espera que por lo menos se los llevase después de haberlos lavado. Y el segundo fueron varios cedés de grupos catalanes para que se escuchara música del resto de las lenguas cooficiales del Estado. Un catalán haciendo una reivindicación donde el primero que no sabe hablarlo es él.
Que Rufián es contradictorio es una cosa que nos ha ido demostrando con el tiempo. Un «tiempo» que no logra comprender o donde él tiene su propia forma de entenderlo. Lo que para todos son 18 meses, es decir, un año y medio justo, para este caballero cada vez más madrileño y menos catalán, se han convertido en diez años, y los que quedan. Y es que Rufián prometió estar solo un año y medio en el Congreso, pero por lo que sea el tiempo a este señor se le ralentiza al entrar a Madrid y concretamente en el Congreso y sentir lo cómodo que se está con un despacho propio y confundirlo con el verdadero «país de las maravillas», mientras piensa que Cataluña puede esperar para conseguir esa condición.
Broncano le dijo que sería duro con él para que no le acusaran de estar sesgado ideológicamente, pero pronto se le olvidó. Le preguntó cosas intrascendentes, como hace siempre, pretendiendo ser gracioso y confundiendo la espontaneidad con la nada. Reconoció que no quería hacerle una entrevista política, pues Rufián estaría cansado de ellas, y además no era el marco donde hacerlo. A Rufián se le notó algo tenso, como si se hubiera arrepentido de ir a un lugar donde solo podía acabar perdiendo, aunque el árbitro estuviera haciendo todo lo que tenía en su mano para que la victoria no se la arrebatase nadie.
El «madrileño» parecía con ganas de irse, y no me refiero a C. Tangana paseando el martes por la Gran Vía cuando se enteró de que Rosalía estaba por la zona para promocionar su nuevo disco, cosa que ha hecho muy poca gracia al alcalde Almeida por no avisar para cortar el tráfico. Tanto vacío le provocó vértigo. Un mareo provocado por la insustancialidad. Rufián necesita estímulos, un Abascal o un Feijóo que le provoquen tener ganas de levantarse por las mañanas con la necesidad de subirse al estrado del Congreso y entretenernos con sus ocurrencias y chanzas. O una música latina, y, por tanto, cantada en castellano, bailada por una mujer de evidente belleza que actúe para él sin necesidad de guion. Pero Broncano le estaba dando ganas de bostezar, pero si no lo hizo fue por educación, y es que lo cortés no quita lo valiente, y la demuestra con Broncano, pero también con Ndongo o Vito Quiles cuando le intentan meter los dedos en la boca, y no contesta vomitándoles.
Broncano quiso terminar haciendo una única pregunta sobre un tema de actualidad. Le preguntó por el problema de la vivienda y su alto precio. Aquí fue donde el populismo de ambos llegó a sus cotas más altas. Dos personas que cobran del trabajo de todos los españoles, y además unos sueldos privilegiados, sobre todo el de Broncano, disimulaban sufrir por un problema que no les afecta personalmente, y que se les olvida tan pronto como se han colgado otra medalla de boquilla. Es salir cada uno del circo romano donde «actúa» y comenzar sus verdaderas vidas. Rufián tratando de sacarle todo el jugo a una ciudad que no se acaba nunca y que nunca duerme, que será muy cara, pero no para un diputado. Y Broncano, decidiendo en cuál de sus dos propiedades inmobiliarias dormirá ese día, o cuál será su siguiente viaje donde el low cost sea lo que verdaderamente le haga gracia, y no él mismo.