The Objective
Opinión

Isabel Preysler recupera a lo grande el trono de ‘Reina de Corazones’

«Es una Isabel más humana, más libre y, sobre todo, más dueña de su historia»

Isabel Preysler recupera a lo grande el trono de ‘Reina de Corazones’

Ilustración de Alejandra Svriz.

Aunque usted no haya comprado ni ojeado en su vida una revista del corazón, sabe quién es Isabel Preysler. La conoce perfectamente (o eso cree usted). Más que una socialité, se trata de todo un fenómeno sociológico que, merced a su currículo sentimental, se ha ganado un rinconcito en la historia de este país. Pasaban los años, pero siempre había una razón para verla en una portada. Y cuando todo el mundo daba por hecho que se quedaría en ese altar de porcelana del papel couché, publica Mi verdadera historia. De repente, la Reina de Corazones recupera su trono, pero esta vez sin trajes de alta costura ni exclusivas de Hola!, su BOE particular, sino con un libro bajo el brazo. Su regreso ha sido todo menos discreto. Y el mérito, en buena parte, es de Pilar Vidal, la periodista que la ha acompañado durante más de dos años en este viaje de confesiones y recuerdos. Vidal lo resume de forma directa: «Isabel hace un striptease emocional». Y no le falta razón.

Porque lo que hay en estas memorias no es un repaso de titulares ni una colección de anécdotas con buenos modales. Es una Isabel más humana, más libre y, sobre todo, más dueña de su historia. Después de décadas escuchando versiones sobre su vida —a veces dulcificadas, otras crueles—, ha decidido contarla ella misma. «Se ha escrito muchísimo sobre mí —dice—, pero ninguno contaba la verdad». Y en ese gesto de tomar la palabra, de recuperar el control del relato, está la clave de su regreso triunfal.

El libro arranca en Filipinas, donde recuerda una infancia «privilegiada y feliz». De ahí salta a una España en plena efervescencia social, con una joven Isabel que apenas entiende lo que le espera. En poco tiempo se convierte en la mujer más fotografiada del país, la esposa del cantante más famoso del mundo y la protagonista de un cuento moderno que todos creímos conocer. Pero el libro desmonta el mito con delicadeza. De Julio Iglesias, por ejemplo, habla con cariño, aunque no esconde los problemas. «Mientras que yo jamás sospeché que podía estar engañándome, Julio, en cambio, sentía unos celos enfermizos». La frase suena como un dardo lanzado con sonrisa, pero esconde la herida de quien vivió con un hombre que ya no pertenecía solo a su familia, sino al escenario.

Y ahí asoma también una de las revelaciones más humanas: el conflicto entre Julio y Enrique Iglesias. Isabel reconoce que le duele ese distanciamiento que parece no tener fin. «Me entristece que se hayan alejado tanto. Es una situación que no debería haberse prolongado». Cuenta incluso una escena casi de película: durante una visita a Miami, Enrique —ya convertido en estrella mundial— evitó coincidir con su padre. Ella intentó que se vieran, pero no lo consiguió. «A veces, ni el amor ni la sangre bastan para reconciliar los egos», dice, con la resignación de quien lleva toda una vida mediando entre artistas.

Después llega Carlos Falcó, marqués de Griñón: elegancia, vino, campo, otro tipo de vida. Pero el corazón de estas memorias tiene nombre y apellido: Miguel Boyer. Isabel no se ha andado con rodeos y, en la rueda de prensa donde presentó el libro, ha confesado lo que muchos intuían: «El gran amor de mi vida fue Miguel». Se nota que al hablar de él baja la guardia. Recuerda una complicidad intelectual, un amor tranquilo pero intenso, unos años difíciles marcados por la enfermedad, y una lealtad que no se negocia: «Miguel me hizo sentir protegida y admirada. Fue el hombre que más me ha querido». En un libro lleno de glamour y control, esa frase suena como una rendición honesta, y quizá por eso conmueve tanto.

Y luego está, claro, Mario Vargas Llosa. Ese capítulo era inevitable. Aquí Isabel da el golpe mediático con las cartas inéditas del Nobel, escritas en plena pasión, con frases que cualquier guionista de serie romántica envidiaría: «Qué revolución has causado en mi vida, amor mío». Ella las publica, dice, para demostrar que él fue feliz con ella. «Las cartas son mías y puedo publicarlas», asegura, muy consciente del revuelo que causaría. Pero lo más delicado llega cuando revela que Vargas Llosa padeció un mieloma múltiple y que ella era la «persona autorizada» para recibir la información médica. Un detalle que no ha gustado nada a la familia del escritor y que ha abierto un nuevo frente. Isabel, sin embargo, no parece preocupada: simplemente ha decidido que ya era hora de hablar claro.

Para quien le interese el personaje, más allá de los nombres y las polémicas, la clave es el tono. No hay victimismo ni resentimiento. Hay humor, ironía y un punto de coquetería. Isabel no pierde la elegancia ni cuando lanza sus verdades más duras. Reconoce sus errores, se ríe de su propia leyenda y, en algunos momentos, hasta se permite cierta melancolía: «He vivido bajo la mirada de los demás, y no siempre ha sido fácil», confiesa. Y uno entiende que detrás de los vestidos de alta costura había una mujer que, como todas, tuvo que aprender a caerse y levantarse.

Pilar Vidal ha sido fundamental para que este libro suene auténtico. Su mano se nota en el ritmo, en la naturalidad de la narración, en la manera de mantener a Isabel en el centro sin disfrazarla de heroína ni convertirla en mártir. La periodista ha logrado algo difícil: que la Preysler más inaccesible se vuelva cercana sin perder su aura.

Con Mi verdadera historia, demuestra que maneja el foco mejor que nadie: ya no es la mujer perfecta de los reportajes de interiores luminosos, sino una narradora con voz propia. Y, curiosamente, eso la hace más poderosa. Eso sí, ahora luce otro tipo de corona: la de quien se atreve a quitarse filtros en plena era del postureo. Ha pasado de ser el mito a ser la autora del mito. Ya no posa: se confiesa. Y con eso basta para que, una vez más, acapare todos los titulares.

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