Arnaldo Otegi, el terrorista amigo
«Nunca ha condenado la violencia, porque es parte fundamental de su personalidad»

Arnaldo Otegi. | EFE
Estaba malacostumbrado por la justicia española. Arnaldo Otegi Mondragón, El Gordo, tenía un historial delictivo largo y compacto desde que ingresó en ETA en 1977, el segundo año de la muerte de Franco, aunque declaró que él se apuntó a ETA para luchar contra el franquismo, una afirmación que le hace emparentar vitalmente con Pedro Sánchez Pérez-Castejón, por la condición que ambos comparten de antifranquistas sobrevenidos.
Su carrera criminal incluye su participación en nueve secuestros, alguno de ellos en grado de tentativa: Luis Abaitua Palacios, directivo de Michelin, a quien mantuvieron nueve días en un zulo de Elgoibar, localidad natal de Otegi y que al parecer fue excavado por él mismo. Durante el secuestro, jugaron con él a la ruleta rusa, según declaró uno de sus hijos.
El de Abaitua es el único secuestro por el que fue condenado a seis años de prisión. En los nueve días de su cautiverio, ETA obtuvo datos del directivo de Michelin, Luis Mª Hergueta, que fue asesinado un año más tarde. También fue procesado por los secuestros de Javier Artiach, Gabriel Cisneros, Javier Rupérez, Antonio Zaldumbide y Pedro Luis Iturregui, pero en todos ellos salió indemne, bien por falta de pruebas, bien por prescripción. Javier Rupérez publicó un libro, Secuestrado por ETA, en el que contó el secuestro del que fue víctima en noviembre de 1979 durante 31 días en la localidad abulense de Hoyo de Pinares y en la zaragozana de Trasmoz. Años más tarde dejó constancia de su dolorida perplejidad: «Quién me iba a decir que mi secuestrador en 1979, Otegi, sería socio preferente del Gobierno».
Quién nos lo iba a decir a todos. Quién se lo iba a decir entonces a los socialistas, que habían registrado un mes antes su primera víctima a manos de ETA, el fotógrafo Germán González, en Urretxu. Del secuestro de Rupérez fue absuelto por falta de pruebas. La víctima no pudo reconocerlo porque sus secuestradores siempre estuvieron con la cara tapada en su presencia. Pero su compañera de comando Françoise Marhuenda, hizo un relato minucioso a la Policía al ser detenida. Dio detalles hasta de las armas que se habían repartido los miembros del comando. A Otegi y a ella les correspondieron dos pistolas Browning FN 9 mm Parabellum.
Dos miembros de la banda señalaron a Arnaldo Otegi como el dirigente que dio la orden de matar a Juan de Dios Doval, el primer profesor de la UPV asesinado por ETA en 1980, pese a lo cual, la Fiscalía omitió mencionar su nombre en sus informes.
A finales de mayo de 2006, la joven periodista de El Mundo, Cayetana Álvarez de Toledo publicó una gran columna que llevaba por título El Gordo y en la que contaba la participación de Otegi en el secuestro frustrado de Gabriel Cisneros. Éste echó a correr y los dos terroristas que le dispararon, Otegi y Luis Mª Alkorta, se dieron a la fuga, creyéndolo muerto. El diputado llamó a Cayetana para pedirle que escribieran un libro sobre los hechos, porque él quería contar quién era Arnaldo Otegi. Como pasaría después con el secuestro de Rupérez, Françoise Marhuenda también identificó a Otegi como miembro del comando. El cáncer acabó con la vida de Gabriel Cisneros antes de que pudieran empezar siquiera el libro.
En 2005, Arnaldo Otegi fue condenado por el caso Bateragune, junto a otros cuatro colegas por el intento de reconstruir la ilegalizada Batasuna por orden de ETA. Al enterarse de que el fiscal pedía prisión para él, el Gordo preguntó asombrado si la petición contaba con el beneplácito del fiscal general del Estado: «¿Esto lo sabe Conde-Pumpido?».
Parece que sí lo sabía. Para entonces, Arnaldo Otegi había sido calificado por Zapatero como «un hombre de paz», el Gordo había negociado con Jesús Eguiguren las bases del llamado proceso de paz, que motivó la tregua de ETA de marzo de 2006 y su ruptura unos meses más tarde en la T-4 de Barajas. Hay que recordar que el fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Eduardo Fungairiño, fue destituido en febrero por sus discrepancias sobre la negociación con ETA.
Durante el juicio del caso Bateragune, Otegi se negó a contestar a la pregunta de si condenaba la violencia, lo que llevó a la magistrada Ángela Murillo a decir: «Ya sabía yo que no iba a responder», comentario preciso, pero improcedente. El TEDH consideró que no había tenido un juicio justo, el Supremo ordenó repetir el juicio pero el Constitucional se negó a ello. El Tribunal Europeo dio por buena la resolución del TC y rechazó el recurso de Otegi hace unos días.
Era evidente, por otra parte, que nunca ha condenado la violencia, porque es parte fundamental de su personalidad. El 23 de febrero de 2000, al día siguiente del asesinato de Fernando Buesa, se cruzó en el Parlamento vasco con los compañeros del portavoz socialista. No les miró ni les dirigió la palabra.
Miembro de ETA (p. m.) desde 1977, vivió el proceso en el que empezó a manifestarse una división entre los que querían abandonar el terrorismo y quienes pretendían seguir matando. Otegi estaba con estos últimos; por eso se pasó a ETA (militar) en 1981. Por eso no ha condenado ninguno de los 850 asesinatos de la banda. Porque está de acuerdo con todos.
La consternación que expresaba Javier Rupérez debería sentirla toda la familia socialista para abominar del corrupto que dirige ese cotarro. Más cerca de Otegi que de Rupérez, por supuesto, pero también que de Fernando Buesa Blanco. En la foto del sujeto, en sus ojillos maliciosos y crueles hay un recordatorio permanente de que la marca de Caín es indeleble. No la puede borrar ni Pedro Sánchez.
