The Objective
Opinión

Diario del presidente, un día más en la oficina

«La cuestión es si he cobrado dinero en efectivo. Yo sé que sí, pero no voy a darle el gusto de darle ese titular»

Diario del presidente, un día más en la oficina

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia del pasado jueves en el Senado. | Eduardo Parra (EP)

Hoy es 30 de octubre. Me despierto y mi corazón no late de manera distinta a la de cualquier otro día. Hay quien piensa que mi comparecencia de hoy en el Senado logrará que la taquicardia se adueñe de mí. Me sorprende que todavía no me conozcan, aunque crean que sí. Hoy es un día más en la oficina, gris, aburrido, insustancial. A mí lo que me importa es que sea un día sustancioso para mí, como lo son siempre, no solo desde que llegué a la Presidencia del Gobierno, sino a la Secretaría General del Partido Socialista

En la exitosa serie de los 90, Expediente X, se decía que «la verdad está ahí fuera», pero yo sé que donde mejor está es en mis adentros. En mi forma de entender la política, se gobierna a los demás, pero se trabaja para uno mismo. Hace un año y medio que no comparezco en el Senado. Motivos para acudir, según la oposición, ha habido muchos, pero a quién puede importarle lo que piensen esos perdedores. Al enemigo no hay que darle ni agua. Lo de poner la otra mejilla cuando te acaban de golpear en la otra, es una cosa que tiene que ver más con la fe cristiana que con un buen progresista como yo. Mi animadversión a ese credo se incrementa cuando el electoralismo se otea en el horizonte. Cómo voy a creer en Dios si quiero sustituirle. 

Me ducho y pienso que traje ponerme para la ocasión. El azul marino clásico no falla. Debajo llevaré una camisa de una azul cuya claridad se diferencie del de la chaqueta. El problema es la corbata. Me preocupa más esa elección que las preguntas que el PP y Vox me harán en escasas horas. La roja es demasiado obvia. La azul haría no diferenciarme en absoluto de Feijóo o Pablo Casado. Esta verde no está mal, vende esperanza, algo que cada vez veo menos en los míos y en mi partido, y que, por tanto, hay que ocultar. Además, no dejaré que Abascal se apropie de este color. Dicen que el azul y el verde son colores que no combinan entre ellos, pero a mí me interesa que vayan juntos para azuzar el miedo a la ultraderecha. En cuanto a cómo quedan mezclados en mi traje es una cosa que solo me compete a mí, y lo que digan los demás me importa lo mismo que lo que dice THE OBJECTIVE sobre un servidor y mi Gobierno. Qué a gusto me voy a quedar cuando me saquen una noticia de ese medio para atacarme y les conteste quitándole toda la validación diciendo que es un «tabloide digital». Otra genialidad que se me ocurre.

Me tomo un par de cafés antes de llegar a mi comparecencia en el Senado. Vuelvo a ser el centro del mundo. Siempre lo soy, pero hoy lo parece aún más. Noto en el ambiente la gran expectación ante lo que pueda decir. Y no voy a decir nada. Nada nuevo. Diré lo de siempre mientras embarro el terreno de juego para que el balón no pueda moverse con fluidez. Me divierte ver a todos los medios apelotonados buscando la mejor imagen de mi entrada a la sala. Me coloco en la parte derecha de la mesa de quien preside la comisión. Miro al frente y ya me siento el triunfador de la jornada.

A la primera que me ponen delante es a la señora Caballero de UPN. Ante su primera pregunta tardo en responder nueve minutos. Ella insiste en que conteste con un «sí» o un «no». La cuestión es si he cobrado dinero en efectivo. Yo sé que sí, pero no voy a darle el gusto de darle ese titular. Y menos de manera tajante y escueta. Me voy por los cerros de Úbeda, ataco a Feijóo, al Partido Popular, y cuando tengo a la gente cansada reconozco que puede que haya cobrado alguna vez en efectivo, pero siempre con factura. Por suerte no me preguntan por esas facturas. Si lo hacen diré que se las comió el perro. Qué obsesión por el «metálico» tienen estos politicuchos. Un servidor no tiene culpa de que hayan amanecido mirando al cielo y viéndolo de esa manera tan plomiza y gris. 

Le toca el turno a Pelayo Gordillo. Tiene nombre de árbitro de Primera División, pero es un senador de Vox. Me pregunta cuánto dinero he cobrado en efectivo. Evidentemente, no le contesto, pues no lo sé ni yo. Pero este ultraderechista insiste. No sabía que me encontraba en la Santa Inquisición, pero él no sabe que en España las cosas se hacen a mi manera. Decían que Frank Sinatra tenía malas compañías. Es lo que les diré a los distintos senadores cuando me pregunten por Ábalos, Cerdán y Koldo. Que se aprovecharon de mi buena fe. Que se lo crean o no es una cosa que no me importa. He convertido en arte la huida hacia delante.

Me he dado cuenta de que puedo manejar la situación con facilidad. Lo peor ha pasado, y me ha dado tiempo a reírme a mandíbula batiente, y a decir que todo esto era un circo. Hay quien me llama «iluminado», pero es que no puedo evitar ver cosas que los demás no ven, y en este caso me veía en una sala rodeado de payasos. Llega el turno de Junts, Esquerra, Sumar, Coalición Canaria y compañía. Me hablan de prostitución, de mi fallecido suegro, de mi mujer, mi hermano, de ETA, de Aldama, un bucle que de tan repetitivo me hace que conteste con el piloto automático. Me ha ido bien hasta ahora y hoy no va a ser distinto. Me divierte ver a Rafael Simancas defendiéndome desde su asiento en la sala. Parece que le va la vida en ello, pero ese riesgo solo lo corro yo, él solo puede perder su sueldo, que es lo único que tiene, y me lo debe a mí. Da manotazos en la mesa como si fueran aplausos cada vez que le gusta algo que digo, que es casi siempre, y protesta cuando soy atacado. Es un buen empleado. 

Para el final han dejado a Alejo Miranda de Larra, senador del PP. Me pregunta por muchas cosas, pero añade una nueva que echaba de menos, Venezuela. Me lo pone fácil para alabar a mi gran maestro, Zapatero. Con él empezó todo y es de bien nacido ser agradecido. El circo acaba mucho antes de las cinco y puedo irme a comer a Moncloa. Begoña me espera como cada día. Después del postre nos tumbamos en el sofá y ponemos «nuestra televisión». Gonzalo Miró y Marta Flich nos realizan su masaje diario hasta que la palabra siesta toma todo su sentido. En definitiva, hoy solo ha sido un día más en la oficina.  

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