En un ataúd de Halloween, para llorar o reír
«Está claro que un peligro del antisanchista es convertirse en un sanchista del antisanchismo»

Pedro Sánchez durante su comparecencia en la comisión de investigación del Senado. | EFE
1. Digan lo que digan las encuestas, a la baja en cualquier caso, el PP parece ya un Javier Arenas colectivo, personificado en el cada vez más arenesco Feijóo. Cunde el miedo al gatillazo: miedo que, como sabemos, es un certero factor del gatillazo. Hay tantos fallos a la vista que no se entiende cómo no los ven ellos mismos. Por ejemplo, que el ominoso Mazón siga pululando por ahí. Su jeta debería haber desaparecido hace un año de la vida pública española. También el espectaculito del Senado, con el meritorio Miranda disparándole epiléptica e infructuosamente al cínico Sánchez, quien se puso gafas de mafioso de Casino. Yo tenía la ilusión de que el PP llegase (¡sin mi voto!) al Gobierno. Primero por el fin del sanchismo. Segundo por ver a amigos míos como subsecretarios de Estado. Pero estos amigos van envejeciendo y nada. Amenazan con ser los sempiternos príncipes Carlos de las subsecretarías de Estado.
2. En su artículo sobre la sesión de escenificación, que no de investigación, del Senado, suelta esta perla Jabois: «El antisanchismo es una enfermedad que está destruyendo a las mejores mentes de la derecha». Está claro que un peligro del antisanchista es convertirse en un sanchista del antisanchismo: el envilecimiento (así como la pesadez) amenazan siempre. Pero que hable de destrucción de mentes ajenas uno que se reboza cotidianamente en las de El País y la SER, y que además se mira al espejo, es para meterse en un ataúd de Halloween y no parar de llorar, o reír.
3. De todos los giros en curso, el católico (como bien lo ha formulado Garrocho) es el que me resulta más simpático. Es una prueba de la astucia de la Sinrazón. Y también, por cierto, de la implacable vigencia de Nietzsche, cuya «muerte» proclaman ahora Gomá y Ana Iris. En cuanto a la moda monjil, era casi una consecuencia lógica del feminismo puritano de moda. Aunque lo de hoy no pasa de ser un revival ingenuo de lo que ya se ofreció de un modo más avisado en la Movida: de la película Entre tinieblas de Almodóvar a la canción Quiero ser santa de Parálisis Permanente.
4. La clave de Morituri, de Sanz Irles, que acaba de editar Sr. Scott, podría ser: muerte con vidilla. Es una profunda novela sobre la muerte (sobre el envejecimiento y la muerte), pero recorrida (¡animada!) de tal modo por la electricidad literaria que uno lo que quiere es permanecer en la vida para seguir leyendo novelas como esta. La combinación de tema lúgubre y expresión jocosa es en cierto modo medieval, lo que entre nosotros remite a las danzas de la muerte y a obras como el Libro de buen amor o La Celestina; por la misma razón, podría decirse que es joyceana. El desparpajo verbal del narrador, que por estar fuera de la historia puede no solo contarla, sino reflexionar sobre el contar, con extremada autoconciencia de las palabras y los procedimientos que utiliza, convierte cada página en un festín para el lector hedónico. Está bien que el contrapeso sea grave, porque así el juego resalta más. De algún modo, se habla de la muerte (y de la eutanasia y el suicidio, con consideraciones médicas, políticas y filosóficas) desde el chisporroteo de la vida: como para ilustrarnos lo que se pierde. La trama, que contiene elementos de la novela picaresca, con un crescendo casi berlanguiano, esperpéntico, humorístico, punteada a la vez de erotismo y de crepúsculo, es, como escribió Jaime Gil de Biedma sobre los poemas de su amigo Gabriel Ferrater, tras su suicidio, una añagaza para retenernos.
