Pedro no sabe ni contesta
«Ningún gobernante se ha mostrado tan cínico como Pedro Sánchez Pérez-Castejón desde Vespasiano»

Pedro Sánchez en la comisión de investigación del 'caso Koldo' en el Senado. | Europa Press
El hombre que preside el Gobierno de España desde hace siete años y cinco meses es un mentiroso pertinaz; miente siempre, incluso cuando no tiene necesidad. Sus primeras palabras en el Senado ante la comisión de investigación del caso Ábalos fueron: «Es un placer para mí estar en el Senado». Puede que sí. El placer aumenta cuando se demora su consecución y aunque el reglamento de la Cámara Alta le obliga a comparecer una vez al mes, solo ha acudido en una ocasión a lo largo de la legislatura. Fue el 12 de marzo de 2024, hace 19 meses y 20 días.
La primera en la frente, aunque no fue la única, naturalmente. Lo suyo fue un recital de mentiras. Mentía al decir lo contrario de lo que sabía, mentía cuando simulaba desconocimiento y mentía cuando alargaba sus respuestas desviándolas por peteneras con incongruencias ajenas a lo que se le preguntaba. O cuando respondía: Feijóo, Ayuso, Rajoy.
Ningún gobernante se ha mostrado tan cínico como Pedro Sánchez Pérez-Castejón desde Vespasiano, el emperador de Roma que sucedió a Nerón. Cuando puso un impuesto a los urinarios, su hijo Tito le afeó por inadecuada la gabela y Vespasiano se llevó a la nariz unos sestercios y respondió: «Pecunia non olet». Parecido criterio moral ha mostrado el presidente del Gobierno respecto a los dineros que su suegro, Sabiniano Gómez, había ganado en los prostíbulos que administraba junto a sus hermanos. El asunto es relevante porque Pedro Sánchez fue beneficiario del asunto, partícipe a título lucrativo, como señaló Feijóo en histórica sesión parlamentaria.
Fueron cuatro los pisos de Sabiniano de los que se benefició Sánchez por la vía de su mujer, Begoña, que también había tenido un papel en los negocios de papá. Los cuatro tienen su origen en el dinero que los inquilinos/as de la red de lupanares sabiniana habían ganado con el sudor de su frente. La habilidad de los lectores sabrá interpretar adecuadamente la metáfora. El primero fue en Pozuelo de Alarcón y en este inmueble vivió durante varios años el matrimonio Sánchez-Gómez, hasta que se mudó a otra casa. La vivienda está situada en un exclusivo complejo residencial y fue adquirida por Begoña Gómez cuando solo tenía 22 años.
La segunda vivienda fue un piso también en Pozuelo. La familia Sánchez-Gómez se mudó a esta propiedad, que fue heredada por Begoña Gómez tras el fallecimiento de su madre y en ella vivieron hasta su traslado a La Moncloa. El tercer piso es un apartamento en Mojácar, comprado por Begoña Gómez en abril de 2013 y la compraventa fue realizada con San Bernardo 36 SL, razón social del prostíbulo más relevante de la familia. El cuarto piso, de 113 metros cuadrados, está situado en la calle Prado, en el centro de Madrid. La mujer de Sánchez es propietaria de un apartamento en pleno corazón de la capital. La compraventa se firmó el 1 de abril de 2004 cuando Gómez tenía 28 años y fue un regalo de Sabiniano.
Si a los urinarios públicos se les llamó «vespasianas» en honor a su inventor, quizá podríamos llamar a las mancebías «castejonas» en atención a uno de sus personajes más notables.
Su suegro, qepd, y sus hermanos eran lo que en términos bastante estrictos podían considerarse proxenetas, definidos por el DRAE como «personas que obtienen beneficios de la prostitución de otras personas». Y ahí todo seguido los sinónimos: chulo, rufián, gancho, macarra, cafiche, alcahuete, padrote o macró.
No fueron solo los pisos. Pero Sánchez respondió a todo con «no me consta» o «no lo sé». El portavoz del PP, Alejo Miranda, que estuvo inquisidor y agresivo con el compareciente, le preguntó: «¿Desmiente usted tajantemente que San Bernardo 36, las saunas de su suegro, financiaran su campaña de las primarias o hayan financiado alguna vez al PSOE?». El interpelado dijo al mismo tiempo que no y quizás. Leamos la no respuesta de Pedro Sánchez: «Yo he sido claro en esta cuestión, el que, en fin, mi suegro que en paz descanse pudiera o no donar como particular, eso ya no tengo información sobre ello, señoría».
Mentira. Hay algo que siempre sabe el máximo responsable de una organización cualquiera, que es de dónde viene el dinero. Moisés, que él sí que era un líder, sabía que el maná venía del cielo. ¿Cómo no iba a tener información el secretario general del PSOE de si su suegro, mucho más terrenal y más cercano, regaba de pasta gansa su campaña electoral? Sabiniano se lo haría saber, hombre, nunca actuaría como un donante anónimo.
Sánchez calificó aquello como comisión de la difamación, un circo, una pérdida de tiempo, respondió «me repugna el consumo de la prostitución» al ser preguntado por Ábalos, aunque trató de recluir el tema en sus hábitos personales. Las afinidades electivas le habría llamado Goethe al nexo entre los cuatro viajeros del Peugeot. A preguntas de la senadora Caballero dijo no saber en qué piso de Ferraz estaba el despacho de la gerente del PSOE, aunque afirmó haber recibido pagos en metálico, pero no cuánto dinero ni cuántas veces. Peor era lo de su hermano, que no supo decir a la juez Biedma dónde estaba el despacho que le pusieron en Badajoz.
A los suyos les parece que salió triunfal de la comparecencia. También habría salido airoso si a cada pregunta hubiera respondido: «¿Y qué?». Hay que imaginar la escena que se tiene por arquetípica en la exigencia de responsabilidades al mando: la de El Cid y el rey sobre la inocencia del soberano en la muerte de su hermano. Alfonso VI negó; no dijo: no me consta o no lo sé, aunque esto no sea muy relevante porque la carga estaba en la pregunta, no en la respuesta. La carga de Pedro Sánchez estaba en la mera comparecencia y en las preguntas a las que hubo de responder. No salió indemne.
De su presencia en la comisión, sin embargo, uno sí sacó un matiz. Hace ya mucho tiempo que acuñé una definición que hizo fortuna: Sánchez todo lo que toca lo emputece. No es del todo exacto: algunas cosas venían emputecidas de origen, no me pidan que dé nombres.
