Vestir la camiseta, sudar la toga
Álvaro García Ortiz mandó la toga a hacer puñetas, salió a jugar al campo y se convirtió en pichichi

El fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, junto a Félix Bolaños.
Cosas que nos encantan a los medios: las «txistorras» de Koldo, Pedro Sánchez en camiseta en Radio 3, sus gafas… Nada como una buena dosis de folclore periodístico para que la anécdota nuble la categoría. Nada como una imagen para tapar mil palabras. Pero, a veces, la anécdota se convierte en categoría con la misma efectividad con la que los bulos mutan en exclusivas, a conveniencia del fiscal general. En pocas ocasiones, la forma es exponente del fondo; el contenido, del continente. Ocurrió en enero de este año, cuando Álvaro García Ortiz acudió a declarar al Tribunal Supremo por la presunta revelación de secretos del novio de Isabel Díaz Ayuso ataviado con una corbata de color azul con los motivos de las balanzas, símbolo de la Justicia. Un mensaje subliminal con intrahistoria.
Casualidades de la vida, la prenda provenía del Poder Ejecutivo, no del Judicial: fue un regalo de Navidad del titular de Justicia, Félix Bolaños, con el que obsequió a varios ministros y personalidades cercanas; algunos, como el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, lo portaron esa semana en un guiño a su fiscal general, a quien muchos llaman «el ministro 23» del Gobierno. Pero el gesto de mayor enjundia fue el de Bolaños: ese mismo 29 de enero en que el fiscal general acudía a declarar, el notario mayor del Reino fue entrevistado en TVE con la misma corbata. Un gesto de solidaridad, de sincronización, que borró de un plumazo la voluntad implícita de defender la independencia judicial. El gesto teenager de vestir la misma corbata derivó en el efecto bumerán de evidenciar las porosas fronteras entre los poderes del Estado.
Álvaro García Ortiz vestía la camiseta (o la corbata) de su equipo. Pasó de árbitro a delantero, salió al campo, dispuesto a «ganar el relato». Ese fue el contexto en el que redactó una nota de prensa para «desmentir un bulo» que nunca lo fue. Utilizando los mismos argumentos, consignas (y corbatas) que el Gobierno, el fiscal general sudó la camiseta: adelantó por la izquierda a sus medios dictando una nota de prensa con un párrafo que desvelaba dos delitos fiscales de Alberto González Amador antes de que se difundiera en los medios; sacó del partido —literalmente— al fiscal Salto; regateó a la fiscal de Madrid, Pilar Rodríguez (la del «cianuro»), de quien obtuvo los correos electrónicos de la defensa del novio de Ayuso; y le metió un gol a su superior, Almudena Lastra. Tras apuntarse el tanto, salió del campo, se sentó en el banquillo y se enfundó la toga.
García Ortiz se convirtió en pichichi
Igual que la estética es una forma de ética, en este caso, el atuendo no es accesorio, sino nuclear. Camiseta, corbata o toga, es importante en la medida en que evidencia que la Fiscalía General del Estado y el Gobierno juegan en el mismo equipo y ejecuta sus intereses. Y los que tenía en aquel momento el Ejecutivo de Pedro Sánchez era buscar escándalos de Isabel Díaz Ayuso «hasta debajo de las piedras» para contrarrestar los escándalos de la mujer del presidente, Begoña Gómez, investigada por la Justicia en esas fechas. La portavoz del PSOE Esther Peña comparecía todos los lunes para dedicarle a Ayuso y a su pareja todos los inicios de sus ruedas de prensa con una cascada de preguntas sobre el grupo Quirón, el ático en que residían y los negocios de González Amador, mucho antes de conocer sus dos delitos fiscales. El PSOE tenía a varios altos cargos destinados a buscar información sobre ambos, encomienda compartida con algunos (seudo)medios de comunicación. Precisamente por ello, el papel de fiscal general fue definitivo y capital. Álvaro García Ortiz se convirtió en el pichichi.
Y como ocurre con los que más sudan la camiseta, el Ejecutivo no podía hacer otra cosa que defender su inocencia, frenar su dimisión, y hasta invitarle a cenar, como le propuso la ministra de Igualdad Ana Redondo: «No estás solo, ¿Una cena? Todo lo que necesites, todo». Con un Gobierno en el que todo lo que no está prohibido es posible, cabría esperar una puerta giratoria a la inversa. Perpetrado el descrédito del Ministerio Público, quién sabe si el que fue el teniente fiscal de Dolores Delgado no consumará el camino de vuelta de la puerta giratoria que un día inauguro su jefa, del Ministerio de Justicia a la Fiscalía General del Estado. Tendría su guasa que el sucesor de Félix Bolaños fuera aquel con quien coordina su vestimenta.
Cuando esta semana el fiscal general del Estado se bajó del estrado, se quitó la toga y se sentó en la silla colocada frente al tribunal, se visibilizó una imagen de enorme carga simbólica. El plano de apenas unos segundos ejemplificaba lo que ocurrió en esos días de marzo del 2024, cuando Álvaro García Ortiz mandó la toga a hacer puñetas y salió a jugar al campo. Más allá de su condena o absolución, esto es lo relevante: la operación para acabar con Isabel Díaz Ayuso, una operación con sede en Moncloa y Fortuny, independientemente de si jurídicamente hay kilo y medio de carga indiciaria o cuarto y mitad de probatoria. El debate jurídico se centra en si merece tarjeta roja o amarilla cuando hace tiempo que pitaron los 90 minutos. La cuestión es que ganó un partido que nunca debía de haber jugado. Lo que ha quedado constatado esta semana en el juicio en el Tribunal Supremo es su «dominio de la acción en todos los niveles». Lo dicen los profesionales de la UCO que le han dejado sin coartada. García Ortiz vistió la camiseta y sudó la toga. Como dijo su predecesor, Cándido Conde-Pumpido, en 2006: «El vuelo de las togas de los fiscales no eludirá el contacto con el polvo del camino». Y de aquellos polvos, este fango.
