Sánchez ha calcinado a Rosalía
«En otros tiempos Radio 3 era sinónimo de libertad»

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en su visita al programa 'Generación Ya', de RNE. | Radio 3
1. Sánchez ha calcinado a Rosalía. Inescuchable ya. La ha convertido en la Estrellita Castro de su franquismo.
2. Un amigo me había dicho: «Rosalía es la Sor Citroën del pop mundial». Lo cierto es que ninguna de las monjas de esta insufrible avalancha tiene la modernidad de Gracita Morales en ese papel. Nuestro tríptico insuperable de monjas (dos españolas y una mexicana): Santa Teresa, Sor Juana Inés de la Cruz y Sor Citroën. Las de ahora ni las rozan.
3. Algunos (no muchos) somos tan visceralmente antifranquistas que nos revuelven el estómago los actos que, aunque se presentan como antifranquistas, atufan a franquismo. Así, la visita del presidente a Radio 3, con la sumisión de su jefe de propaganda, José Pablo y todos los empleados, que se abalanzaban (¡con sus looks tan guays!) para la genuflexión. En otros tiempos Radio 3 era sinónimo de libertad (¡y de buscar la belleza, la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo!). También me eduqué con ella. Quienes señalan que Sánchez no está cumpliendo con los eventos prometidos del Año Franco, no se dan cuenta de que lo está celebrando a lo grande: por suplantación.
4. David Uclés se ha enfadado porque ha habido uno (¡uno!), el tuitero Basi, que ha leído su novela y la ha estado comentando en Twitter. Me ha llamado la atención lo mortalmente mala que es. No tenía pensado leerla porque me suscitaba perezón, pero daba por hecho que tendría algún valor literario. Las reseñas han sido elogiosas y se ha vendido como rosquillas. Ahora estos datos son un síntoma del estado catastrófico de nuestra cultura. El autor y los medios oficialistas hablan de odio. Pero lo que ha habido ha sido crítica literaria. Como la que los medios oficialistas han ejercido contra Juan del Val. Una vez más, los hunos y los hotros hablan de lo mal que escribe el autor de enfrente. Y, una vez más, todos tienen razón.
5. He leído Astérix en Lusitania, por Astérix y por Lusitania. Es flojísimo, pero me lo he pasado bien. Como hacía tanto que no leía a Astérix, sobre el menesteroso volumen se han posado los volúmenes grandiosos. El primero que leí, con ocho o nueve años, fue Astérix y el caldero. ¡Qué gustazo entonces! Luego fueron cayendo los demás. Mis favoritos: El escudo arverno y La Vuelta a la Galia de Astérix. Del de ahora solo está realmente bien el fatalismo que inyectan los fados. Entona uno Obélix y los romanos que los persiguen entran en depresión.
6. Gloriosa la reaparición de Rubiales. La finta que hace para ir a por el que le lanza los huevos es un prodigio. Este hombre es un portento de elasticidad. Por su ballet gestual en aquel palco junto a la reina y la infanta lo llamé «el Nadia Comaneci del tocarse los huevos». No me cansaba de ponérmelo. Ahora no me canso de ponerme esto otro, con otros huevos. Siempre huevos con Rubiales: parece que su arte lo desencadenan los huevos.
7. Magias de la fisonomía: personas que te caen mal o que te caen bien porque se parecen a otras. Me cayó mal el escritor mexicano Xavier Velasco cuando se plantó en España como enfant terrible, diciendo que le gustaba dar besos con la boca llena de wasabi, sin saber que su cara ya estaba repartida entre nosotros: la tenía Milikito. Y me cayó bien Xabier Azcargorta, que se acaba de morir, porque tenía la misma cara que mi adorado Eugenio Trías. Incluso me parecía que hablaba filosóficamente. Azcargorta fue para mí el Trías del fútbol.
