The Objective
La semana por delante

La Corona, Franco y la última puñalada a Mazón

«La gente ya cruza apuestas como si una sentencia a favor o en contra fuera similar al resultado de un Real Madrid-Barça»

La Corona, Franco y la última puñalada a Mazón

Carlos Mazón. - Archivo

El expresidente apaleado, Carlos Mazón, comparece hoy en el Congreso de los Diputados para que la izquierda en comandita le aseste la última puñalada política de su vida. ¿O es la penúltima? Probablemente, no porque la juez de la dana se la tiene jurada, vía su marido, de una forma inclemente. A él y a todo lo que huela a Partido Popular en la Comunidad Valenciana. Fíjense en la amenaza que ya ha empezado a perpetrar contra el presunto sucesor, Juanfran Pérez Llorca. Basándose en un recado telefónico el día del apocalipsis, la susodicha ha llamado a declarar como testigo al sustituto de Mazón. Diecisiete, ¡diecisiete! segundos de conversación son razón más que suficiente para que el nuevo presidente de la Generalidad termine por sentarse ante Su Señoría, Nuria Ruiz Tobarra, conocida activista del ultraizquierdismo más radical. Si el PP de Feijóo ha creído por un solo momento que muerto el perro —Carlos Mazón— se acabó la rabia, ¡qué equivocado está! Van a seguir mordiendo, más después de comprobar que las encuestas les retiran de cualquier posibilidad de victoria. Así que hoy Mazón se viene a Madrid para decir, se supone, lo que lleva repitiendo hace un año. Seguirán las feroces invectivas, porque lo que menos importa de aquella hecatombe es averiguar las causas, las causas que dejó bien denunciadas Felipe VI en el bochornoso funeral laico de la Ciudad de las Artes valenciana.

Cosa parecida le han preparado al monarca para esta semana. Tengo que suponer que la Casa Real se ha atado bien los machos ante la encerrona que le pueden realizar al rey los sanchistas en el Congreso de los Diputados. Se ha programado un acto con un título extraño y ambiguo: «50 años después: la Corona en el tránsito a la Democracia» que, si no fuera por el protagonismo efectivo de dos periodistas de aquella época (y de todas) Fernando Ónega e Iñaki Gabilondo, pondría los cabellos como escarpias a todos los que siempre nos tememos lo peor de la presidente del Parlamento, Francina Armengol. En fin: ambos asegurarán que sus intervenciones, también la del rey, claro está, van a poner las cosas en su sitio, y no en el lugar que está pretendiendo el furioso presidente: revancha contra el franquismo y puesta en duda del papel de la Monarquía en aquel tiempo. Es esta semana la del recuerdo para dos acontecimientos: la muerte de Franco sobre la que ya hemos escrito aquí, y la proclamación de Juan Carlos I como restaurador, que no instaurador, de la Monarquía en España. El dato desde luego es estremecedor: precisamente el gran fautor de aquel milagro, entre institucional y dinástico, es el Gran Ausente de la celebración. El Estado español, ahora en manos de unos facciosos «patricidas», le han suprimido como, si en vez de haber sido el responsable de aquel cambio trascendental, hubiera sido sencillamente el hijo póstumo del dictador. A muchos de nosotros nos causa una vergüenza infinita. Al parecer, todo se ha solventado con un almuerzo íntimo y familiar en la Zarzuela, como si este Palacio acogiera al padre pródigo al que se recibe entre recelos. Este almuerzo es todo lo que ha conseguido salvar Felipe VI para recordar que fue su padre el hombre excepcional que entonces hizo posible la libertad.

Con Franco, por cierto, de cuerpo presente. Al general le han asestado en estos días su postrer, cincuenta años después, aldabonazo con el anuncio de la conversión de un templo religioso, el Valle de los Caídos, en un práctico parque temático. ¡Qué gran estupidez! La Casa de Hitler permanece incólume en Munich y Roma aún está repleta de rememoranzas del fundador universal del fascismo, Benito Mussolini. De esta forma, los alemanes y los italianos tienen muy presente que «aquello» no debe repetirse, pero que la Historia, de la que todo el mundo es cómplice, no se puede borrar de un plumazo. ¿Qué están consiguiendo estos ardorosos iconoclastas? Pues que buena parte de la descendencia joven de este país se vea representada en aquel franquismo de ley a la fuerza y de orden más la fuerza aún, que feneció, ya lo hemos dejado dicho de muerte natural  (no le mató ningún Pablo Iglesias aunque lo intentaron) el 19 de noviembre de 1975 a las 21 horas 17 minutos de la noche. El odio que supura Bolaños, cada vez más reducido en estatura moral, se está convirtiendo en imitación y acicate de unas generaciones que lo único malo que han soportado en su vida es este régimen corrupto que todavía está anegando España.

Un país que contiene la respiración ante la próxima decisión —digo yo— del Supremo sobre el fiscal general del Estado, García Ortiz. La gente ya cruza apuestas por los bares como si una sentencia a favor o en contra fuera similar al resultado de un Real Madrid-Barça. La noticia es que la deliberación de los siete magistrados no puede alargarse mucho y el temor es que culmine en una especie de arreglo similar al que culminó con aquel dictamen que descalificó el golpe de Estado de octubre del 78: nada de rebelión ni, por lo menos sedición, nada, un apaño. Se quedó en solo malversación y ya se ve que, incluso esa mínima pena, está ahora mismo revisándose a la baja. O sea que, ¡ojo al parche!, a pesar de que la presencia en el Tribunal de jueces como Martínez Arrieta o Marchena nos deparan una respetable seguridad jurídica. La pregunta de ahora mismo es en todo caso esta: ¿Qué ocurrirá después? ¿Qué pasará tras una conducta condenatoria? ¿Qué después de una favorable? En ambos casos, este depravado gobernante, Sánchez, la convertirá, con el auxilio de sus costaleros de confianza, en un marchamo más para continuar detentando (escribo «detentando») el poder. Lo verán.

Mañana, el tipo recibe al disimunido Zelenski, mendicante de una ayuda que desde Europa se le está proporcionando con cuentagotas, y perdedor —es hora de decirlo— de una guerra cruel que empezó, y concluirá, Putin, el socio de una parte de este Gobierno infame que, con toda certeza, mañana no le aplaudirá en el Congreso de los Diputados. La visita del preboste ucranio aminorará la importancia de la inútil iniciativa que cumplirán también en estos días Sánchez y su alborotadora vicepresidenta Montero: la presentación, de la llamada «Senda de Estabilidad» y del consecuente «Techo de gasto» que se quedarán al final en un arado sobre el mar porque las Cortes no aprobarán los Presupuestos… salvo que, a última hora los versátiles diputados de Junts cambien de opinión y modifiquen sus insultos («cínico» e «hipócrita») en dulces votos para que Sánchez supere, una vez más, el trance. El parlamentario no sería la primera vez, el judicial lo tiene más difícil de atravesar este sátrapa desarrapado porque, también en estos días, se está revisando en todas las empresas que han llenado de euros las finanzas del PSOE, quiénes y cómo articularon el desfalco. ¿Lo dirigió el gran okupa de la Moncloa? Las dudas ya se han disipado. 

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