La separación de los Javis en la España 'woke'
Pertenecer a cualquier tipo de minoría no justifica actitudes despóticas, ni mucho menos imponerlas

Javier Calvo y Javier Ambrossi en una imagen de archivo. | EP
Queridos lectores, permítanme empezar con una confesión: no me gustó La llamada. Aquel musical católico-LGTBIQ+ me pareció un cóctel tan forzado como el gin-tonic de un hipster en Malasaña: mucha botánica y poca liquidez. Pero reconozcamos lo obvio, Javier Ambrossi y Javier Calvo, Los Javis, eran el matrimonio perfecto para el progresismo actual español. Dos chicos talentosos con éxito desbordante, que convertían cualquier proyecto en oro woke. Paquita Salas, Veneno, La Mesías… Las plataformas babeaban con ellos. Eran la prueba viviente de que el amor homosexual no solo era posible, sino rentable. Y ahora van y se separan. No como pareja laboral. Se separan como enamorados. Como el tándem sentimental que vendía la idea de que dos hombres pueden quererse para siempre sin que el «malvado» heteropatriarcado les arruinase la fiesta.
Y aquí viene lo sociológicamente jugoso: ¿qué significa esto en la España de 2025? Primero, el silencio. Un silencio sepulcral, casi religioso. El periodismo woke español, ese que disecciona cada gesto de Ayuso como si fuera el mal absoluto, ha reaccionado con una contención que roza lo hipócrita. No se han hecho ninguna pregunta. Mucho menos alguna que sea incómoda. Ni un «fuentes cercanas». Ni un «según ha podido saber este medio». Nada. Solo comunicados leídos con voz de funeral laico: «Seguimos queriéndonos y respetándonos». Punto. ¿Dónde está el Sálvame progresista? Cuando el desamor toca a los suyos, la prensa se convierte en monja de clausura.
Pero no nos engañemos, esto no es respeto. Es miedo o complicidad. O ambas cosas a la vez. Miedo a que el divorcio de Los Javis revele lo que la izquierda posmoderna lleva años ocultando, que el amor, sea hetero u homosexual, es un campo de minas. Que las relaciones duraderas no se sostienen con discursos de empoderamiento, ni con banderas arcoíris. Que dos personas, por muy exitosas que sean, pueden cansarse, traicionarse o simplemente dejar de desearse. Y eso, en la España woke es herejía cuando no viene de los suyos.
Porque Los Javis no eran solo una pareja. Eran una marca comercial. Un logotipo viviente de la España woke. Su relación era la prueba de que el matrimonio igualitario no solo era justo, sino necesario. Algo más puro. Más moderno. Más cool. Mientras los «heteruzos» se divorciaban, ellos duraban. Trece años. Una eternidad en los tiempos de Tinder. Eran el antídoto a las políticas conservadoras y «viejunas». Y ahora, ¿Vamos a admitir que los gais también se separan? ¿Que el amor homosexual tiene las mismas grietas que el resto? En definitiva, que actúan igual que todo el mundo, dando igual su tendencia sexual.
Aquí entra el estudio sociológico que tanto le gusta a la progresía actual (cuando les conviene). En España, el matrimonio homosexual lleva legal desde 2005. Veinte años es tiempo suficiente para tener datos. Y los datos son tozudos: la tasa de divorcios entre parejas del mismo sexo es superior a la de las heterosexuales. Estamos hablando en proporción, por supuesto. ¿Por qué? Porque el amor no entiende de orientaciones. Porque el éxito profesional no inmuniza contra la infidelidad, el desgaste o el aburrimiento. Porque ser buena persona no depende de con quién te acuestes o a quien votes, por mucho que la lacra woke lo haya intentado imponer. Que pertenecer a cualquier tipo de minoría no justifica actitudes despóticas, ni mucho menos imponerlas o creer que son superiores a las del resto. La mayoría queremos que nos dejen tranquilos, y para ello sabemos que debemos dejar a los demás en paz. Que su libre albedrío no ose entrar en el de los otros. Es una lección bastante fácil de aprender si no eres un tirano.
Pero lo que a un servidor le provoca curiosidad es lo de su nombre artístico o marca comercial, según se mire. «Los Javis». Ese apodo que los unía como si fueran una sola entidad. Javier y Javier. Ambrossi y Calvo. El apellido como frontera. El nombre como puente. Ahora, ¿Volveremos a llamarlos Javier Ambrossi y Javier Calvo? ¿O seguirán siendo Los Javis por inercia comercial? Porque una cosa es el amor y otra esa marca que es lo más parecido a una caja registradora. Y en esta España que se mueve por el interés, la marca siempre gana.
El periodismo woke callará. Porque no puede permitirse preguntas. ¿Hubo infidelidad? ¿Desgaste? ¿Ambición desmedida? ¿Uno quería hijos y el otro no? Silencio. Porque preguntar sería «homofobia». Sería «culpar a las víctimas por comportarse como una pareja hetero». Sería romper el tabú de que el amor LGTBIQ+ también falla. Que no es inmune al drama humano.
La sociedad española debería aferrarse a algunas realidades. Que el amor no tiene ideología. Que el éxito no compra la felicidad. Que dos Javis no hacen un para siempre. Y que, al final, da igual relacionarse con un hombre, una mujer o un algoritmo de Netflix. El desamor es universal. Y un servidor lo siente ante una sociedad cada vez más vacía de contenido. Más llena de nada.
