La vivienda social es parte del problema
«La vivienda social es una interferencia en el mercado que evita que el sector privado ofrezca viviendas más asequibles»

Un edificio de vivienda social en Valencia. | Europa Press
En mi artículo anterior, sobre el problema de la vivienda, hice diez propuestas compatibles con la prosperidad general para aliviarlo. Varios lectores me hicieron un mismo comentario: el «olvido» de la vivienda social entre las soluciones. No fue un olvido: no creo que la vivienda social sea una buena idea.
Lo primero es que la vivienda social deja la solución en manos de los mismos que crearon el problema: los socialistas de todos los partidos. Los planes de vivienda social les permiten jactarse de que se están ocupando del problema, al mismo tiempo que tienen una excusa más para mantener la presión tributaria en niveles asfixiantes y decidir arbitrariamente ganadores y perdedores (es decir, unos que consiguen una vivienda social y otros que no).
Una solución mucho más veloz sería agilizar, con las medidas oportunas, por ejemplo, la conversión en viviendas de bajos comerciales vacíos: ya están construidos; solo hay que adaptarlos. Uno de los obstáculos son las normas que impiden ofrecer viviendas nuevas de menos de un determinado tamaño.
Por ejemplo, en Madrid, una vivienda nueva no puede tener menos de 40 metros cuadrados, entre otras exigencias. ¿Por qué 40 y no 35 o 30? Porque los políticos juegan a ser dioses capaces de saber con exactitud cuál es el límite preciso de lo que se considera «digno». ¿No sería más lógico que cada uno lo definiera según sus particulares circunstancias?
Algunos dicen que menos de 40 metros es «muy pequeño». ¿No está peor un joven compartiendo un piso con dos, tres o cuatro personas, a veces incluso desconocidas, que en un piso propio de 25 metros cuadrados? ¿No es una decisión que, en todo caso, debe corresponder a los propios interesados?
Otros dicen que, si se quitaran esas regulaciones, las promotoras solo construirían pisos de 20 metros cuadrados. Supongamos que fuera así. ¿Qué pasaría? Que esos pisos no se venderían, por lo que las promotoras corregirían rápidamente su error. Los empresarios, al arriesgar su dinero, tienen un incentivo poderoso para no equivocarse y ofrecer lo que la gente desea. Tanto en el sector inmobiliario como en cualquier otro.
Podemos comer por cinco euros en McDonald’s, pero también podemos gastar cientos de euros en un restaurante de tres estrellas Michelin: hay restaurantes para todos los bolsillos. ¿Por qué no ocurre eso con la vivienda? ¿Por qué el mercado no ofrece viviendas para todos los bolsillos? Por las regulaciones e impuestos que inventan los políticos estatistas (casi todos).
Un ejemplo concreto. Supongamos que el metro cuadrado dentro de la almendra central de Madrid cuesta 7.000 euros. Un piso de 40 metros cuesta 280.000 euros. Una cifra equivalente, redondeando, a 140 salarios promedios. En cambio, un piso de 25 metros costaría 175.000 euros, que serían 88 salarios medios. Si para la entrada y gastos suponemos que hay que contar con un 25%, la diferencia es entre ahorrar 43.800 o 70.000 euros. Además, es evidente que es más fácil conseguir y pagar una hipoteca para un piso más pequeño. Equipar y mantener (IBI, comunidad, etc.) un piso más pequeño también es más barato.
Nadie imagina que quien se compre un piso de 25 metros cuadrados estará allí el resto de su vida. Es un primer paso. Un primer paso que los socialistas de todos los partidos dificultan por capricho.
Esa regulación también dificulta otras situaciones: alguien que quiere comprar un piso pequeño para poner una consulta o un despacho, alguien que quiere una segunda residencia (por ejemplo, porque viaja regularmente a Madrid y prefiere comprar a gastar en hoteles), un estudiante (cuyos padres podrían comprar un piso de 175.000 euros, pero no uno de 280.000 euros) y muchos casos más.
La vivienda social es una interferencia en el mercado que evita que el sector privado ofrezca viviendas más asequibles. Si el estado (siempre con minúscula) tuviera tiendas para vender ropa muy barata, ¿existiría Primark?; si tuviera supermercados para vender a precios bajos, ¿existiría Mercadona?
Libérese suelo, quítense regulaciones contraproducentes y suprímanse impuestos innecesarios, y el mercado solucionará por sí solo el problema de la vivienda. No es dogmatismo: es lo que ocurre cada día en el mercado de los alimentos, el de la ropa, el de los coches y tantos más.
