La descompensación de las pensiones: es el momento de repensar el modelo
Resulta demasiado evidente para cualquiera que algo no funciona

El gráfico elaborado a partir de los datos oficiales de pensiones y de afiliados a la Seguridad Social —con índice base 100 en 2005— muestra con claridad una tendencia que, aunque conocida, pocas veces se representa de forma tan elocuente: las cuatro grandes magnitudes del sistema no avanzan al mismo ritmo. El número de pensiones crece, pero lo hace moderadamente. La pensión media avanza más deprisa y la nómina total —el gasto agregado— se dispara por encima de ambas. Todo lo soportamos los trabajadores con nuestras cotizaciones, y resulta demasiado evidente para cualquiera que algo no funciona. La descompensación es evidente, sostenida y, lo peor de todo, estructural.
Entre 2005 y 2024, el número de pensiones creció un 15%. Es un alza continuada, derivada del envejecimiento demográfico, el aumento de la esperanza de vida y la entrada en edad de jubilación de generaciones numerosas. Sin embargo, este ascenso es relativamente gradual y, por sí solo, no explicaría el incremento del gasto.
Lo verdaderamente significativo aparece al comparar esa evolución con la pensión media, cuya trayectoria es más pronunciada. El índice se acerca ya a 180, lo que implica que el importe promedio que recibe cada pensionista ha crecido muy por encima del número de beneficiarios. Esta tendencia responde a múltiples razones: carreras laborales más largas, bases de cotización más altas en las cohortes más recientes, y los mecanismos de revalorización aplicados durante estos años, que han protegido el poder adquisitivo de las prestaciones.
Pero el elemento central del gráfico, el que desborda cualquier explicación parcial, es la línea correspondiente a la nómina total, que supera el índice 260. Dicho de otro modo: desde 2005, el gasto anual en pensiones se ha multiplicado por 2,6, un ritmo de crecimiento que no encuentra paralelo en las otras anteriores magnitudes. El sistema paga hoy más pensiones, sí, pero sobre todo más elevadas, y por un periodo cada vez más largo debido a la longevidad.
Si le añadimos que el incremento en los cotizantes, los verdaderos titanes que soportamos sobre nuestros hombros fiscales la generosidad de unos políticos irresponsables, el resultado es una brecha creciente entre lo que el sistema ingresa y lo que está obligado a desembolsar. Aun cuando los ingresos por cotizaciones se han comportado relativamente bien en los últimos años, apoyados por el empleo y las subidas salariales, la velocidad a la que crece la nómina total es mayor. El gráfico funciona, así, como una advertencia visual: las tendencias demográficas y financieras avanzan más rápido que los ajustes normativos.
Este desajuste no implica un colapso inmediato del sistema, pero sí señala que la presión se intensificará en la próxima década. La llegada masiva a la jubilación de los nacidos durante el baby boom, unida a una natalidad persistentemente baja, es una combinación difícil de sostener sin introducir cambios adicionales. Es más importante que nunca enfrentar el problema con seriedad, tratar a los españoles como adultos, no engañarlos con huchas de pensiones que malamente cubren la nómina de un mes, y, de una vez por todas, debatir con serenidad qué modelo de pensiones necesita nuestra sociedad. La descompensación entre las cuatro curvas obliga a reflexionar sobre cómo equilibrar sostenibilidad y suficiencia en un sistema que es, al mismo tiempo, pilar social y desafío económico. Entender su evolución es el primer paso para afrontarla con responsabilidad.
