Elogio a Elisa Beni
«Este elogio quiere reconocer una rareza en extinción: una periodista progresista que no ha vendido su alma al diablo»

La periodista Elisa Beni.
Hay personas que, en tiempos de ruido y furia, deciden hablar claro, aunque sepan que el precio será alto. Elisa Beni es una de ellas. Periodista, columnista, tertuliana infatigable y, sobre todo, una mujer que ha puesto la coherencia por delante del carnet. En un ecosistema mediático donde la mayoría de los progresistas han acabado comprando la mercancía averiada del sanchismo, ella se ha negado a tragarse el relato oficial. Y eso, en la izquierda española de 2025, equivale a convertirse en un hereje.
Elisa Beni lleva cuatro décadas ejerciendo el periodismo con la misma profesionalidad que empleó cuando fue nombrada en 2004 directora de comunicación del Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Con 23 años fue la directora de periódico más joven de España al hacerse cargo de El Faro de Ceuta. Ha colaborado en muchos medios de comunicación y actualmente colabora en distintos medios del grupo Planeta. Es autora de libros tan necesarios como La soledad del juzgador o La justicia sometida.
Su relación con el poder judicial no es la de una recién llegada a ese mundo. Es la de quien conoce los pasillos, los tiempos, las presiones y también las grandezas de una institución que, con todos sus defectos, sigue siendo el último dique de contención frente al asalto político. Beni no defiende la institución judicial por intereses personales, como le han acusado algunos iluminados, sino porque entiende que sin jueces independientes no hay democracia que valga. Y lo dice alto, claro y sin pedir permiso. Su puesto como directora de comunicación de un Tribunal de Justicia y estar casada durante algunos años con el juez Javier Gómez Bermúdez, que fue magistrado de la Audiencia Nacional, habla del conocimiento que tiene de la materia desde la curiosidad y el ansia de saber, pero siempre desde una perspectiva ética y moral, como demuestra su temperamento aguerrido.
Todo empezó, como casi todo en esta legislatura zombi, con la amnistía. Cuando Pedro Sánchez decidió borrar de un plumazo los delitos de sedición y malversación a cambio de siete votos independentistas. La mayoría de la prensa progresista se puso de rodillas para aplaudir la «generosidad histórica». Elisa Beni no. Ella vio lo que era: una transacción antidemocrática envuelta en papel de regalo progresista. Y lo dijo sin eufemismos.
Desde entonces, la lapidación ha sido constante. La han llamado facha (¡a Elisa Beni!), quintacolumnista, traidora y otros halagos y piropos parecidos. Los mismos que hace años la invitaban a tertulias y a actos de todo tipo como la representante perfecta de sus ideas. La diferencia es que en la izquierda española actual no se tolera la disidencia. Hay que estar en su trinchera, o si no perteneces al enemigo. Y si además, como es el caso, su crítica es documentada, razonada y viene de alguien que votó progresista toda la vida, el navajazo efectuado por esta izquierda posmoderna, es todavía más trapero.
No es fácil hacer lo que hace Elisa Beni. Requiere de una mezcla de coraje, conocimiento y una piel de cocodrilo que no todo el mundo tiene. Porque los peores golpes no le vienen de la derecha, sino de los que pensaban que estaba en su bando y descubren, horrorizados, que tiene principios que no negocia ni con el Gobierno, ni con nadie. Los fanáticos no admiten fisuras. Y el sanchismo, en su fase terminal, es puro fanatismo: quien no aplauda la amnistía, el lawfare inventado o la foto de Waterloo es automáticamente un traidor a la causa.
Pero Beni no se ha movido un milímetro. Ha seguido explicando, con paciencia de maestra, por qué la amnistía es inconstitucional, por qué el TC está haciendo malabarismos jurídicos para no caer en el ridículo histórico, por qué el Poder Judicial no es un «poder fáctico» sino un poder del Estado que merece respeto y renovación urgente. Y lo ha hecho en tertulias de televisión, en artículos de opinión, en hilos interminables de X que se convierten en clases magistrales gratuitas de derecho constitucional.
En un país donde la mayoría de los columnistas progresistas han decidido que la verdad es relativa y que la moral depende del BOE que toque publicar, ella ha recordado algo muy sencillo: que la verdad y la ética están por encima de las siglas. Que se puede ser progresista y defender el Estado de derecho. Que el feminismo no consiste en aplaudir a quien miente sobre una ley del solo sí es sí que llenó las calles de violadores.
Hay que ser muy fanático de unas siglas para no darse cuenta de lo antidemocrático que fue entregar la Fiscalía General del Estado a un «sumiso hombre de partido». O para justificar que el Gobierno quiera controlar el CGPJ mientras se acusa a los jueces de «golpismo». Elisa Beni ha denunciado estas cosas que son de una obviedad manifiesta. Y por eso la odian tanto los que antes la querían.
Este elogio no pretende beatificarla, sino reconocer una rareza en extinción: la de una periodista progresista que no ha vendido su alma al diablo. Que sigue creyendo que el periodismo no está para aplaudir al amo de tu cuerda ideológica cuando se comporta de manera despótica.
