The Objective
Hastío y estío

El domingo al sol de los yayoflautas

«Lo más gracioso, o lo más triste, según se mire, es lo que no les mueve ni un milímetro»

El domingo al sol de los yayoflautas

Algunos de los presentes en la protesta por la sentencia condenatoria a Álvaro García Ortiz. | Ignacio Lopez Isasmendi (Zuma Press)

El domingo pasado en Madrid amaneció fresco, pero con el sol en todo lo alto. Uno de esos días de noviembre que invitan a pasear por el Retiro, a tomarse un café con los amigos o, en el peor de los casos, a quedarse en casa viendo la tele con la estufa puesta. El tiempo pasaba lento, como pasa siempre cuando ya no se tiene que fichar en ninguna parte. Y los yayoflautas, esa tropa imbatible de jubilados revolucionarios, decidieron gastarlo en lo que mejor saben: protestar contra la Justicia y el Estado de derecho.

El pasado domingo varios cientos de ciudadanos, todos ellos, sin excepción, en edad de jubilación y con pensión garantizada (ganada a pulso), se plantaron delante del Tribunal Supremo para clamar por la libertad de Álvaro García Ortiz, el ex fiscal general del Estado condenado por revelación de secretos. Porque, claro, qué mayor injusticia puede haber en la España de 2025 que un alto cargo progresista tenga que rendir cuentas ante un tribunal.

Allí estaban ellos, algunos ataviados con sus pañuelos palestinos y sus carteles hechos a mano que decían cosas como «Álvaro no estás solo» o «La Justicia es fascista». Algunos llevaban hasta bocadillos envueltos en papel de aluminio, porque la revolución también da hambre. Y entre grito y grito, se quejaban del frío en las rodillas y de que la manifestación empezaba demasiado temprano para gente que se acostó a la una de la mañana «informándose» viendo en la televisión La Sexta Xplica.

Lo más gracioso, o lo más triste, según se mire, es lo que no les mueve ni un milímetro. A estos mismos yayoflautas no les hemos visto nunca exigiendo que bajen los tipos de interés para que sus hijos y nietos puedan pagar una hipoteca. Ni gritando porque un piso de 50 metros en Carabanchel cueste 400.000 euros. Ni, por supuesto, en ninguna concentración contra los okupas mientras sus hijos malviven en habitaciones alquiladas en Parla. Para ellos estas cosas no merecen ni media pancarta.

Cuando un joven de 30 años tiene que volver a casa de sus padres porque cobra 1.200 euros y paga 900 de alquiler, los yayoflautas están ocupados viendo el telediario de TVE y aplaudiendo que el Gobierno suba otro 8% las pensiones no contributivas. Mientras una pareja de mileuristas renuncia a tener hijos porque no llega a fin de mes, los yayoflautas cantan a Víctor Manuel, Ana Belén o Miguel Ríos, celebrando el «pijoprogresismo». Y cuando el precio de la luz vuelve a dispararse en invierno, los yayoflautas se ponen el jersey de lana y dicen que «antes también se pasaba frío, no dramaticemos».

Porque mientras ellos gritan «¡No a la Justicia patriarcal!», sus nietos están mirando portales inmobiliarios soñando con un estudio en Móstoles que no les robe el 60% del sueldo. Mientras ellos corean «¡Álvaro, amigo, el pueblo está contigo!», sus hijos están haciendo cábalas para ver si pueden permitirse tener un segundo hijo antes de los 40. Mientras ellos se fotografían con el puño en alto delante del Supremo, gran parte de España está pensando en emigrar.

Ellos, casi todos propietarios (y vuelvo a repetir que se han ganado lo que tienen), que mayoritariamente no han conocido el alquiler ni un contrato temporal, que nunca han pagado el 80 por ciento de su salario mensual por una habitación con derecho a cocina… ellos son los que ahora se erigen en defensores de unos «oprimidos» especialmente privilegiados.

El domingo al sol fue, en realidad, un ejercicio de nostalgia mal entendida. Nostalgia de cuando la izquierda significaba defender a los débiles y no a los fiscales generales del Gobierno. Nostalgia de cuando manifestarse era por el pan y el trabajo y no por mantener los privilegios de los amigos del poder. Nostalgia de cuando los jubilados, en lugar de hacer de escudo humano de los poderosos, se dedicaban a jugar al dominó y a disfrutar de la vida tras tantos años de lucha y esfuerzo. Este artículo no busca la gerontofobia, sino todo lo contrario. Un servidor sabe de primera mano lo que puede aprender de muchas de las personas en edad de jubilación. Y ahí estarían mis padres o mi admirado y patriarca del articulismo español, Raúl del Pozo. Este texto es contra la casta privilegiada y acomodada de los yayoflautas. Que no quede margen para la duda.

El domingo amaneció con sol en Madrid. Y mientras unos cuantos abuelos con mucha energía y poco sentido del ridículo gritaban contra los jueces, miles de jóvenes miraban el cielo desde sus pisos compartidos y pensaban que, efectivamente, hacía un día estupendo para quedarse en la cama.

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