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Fotomatón

Cercas, entre el instante y el silbido

«Una de sus manifestaciones más frecuentes es la mezcla de ficción y realidad que afecta a una parte del periodismo de opinión»

Cercas, entre el instante y el silbido

El escritor Javier Cercas. | Agencia Balcells

Javier Cercas es un periodista que practica la proximidad afectiva y la lejanía crítica de Pedro Sánchez con cierta intermitencia. Hace cosa de diez días presentó en el Congreso la serie que se ha hecho sobre su novela Anatomía de un instante y tocaba proximidad. Estaban junto a él el director, el representante de Movistar y el presidente del Gobierno, a quien le venía mejor comentar la serie que hablar de los escándalos que tiene a sus alrededores, por la familia, el Gobierno y el partido, equivalentes en el sanchismo de la familia, el municipio y el sindicato, que eran los tres tercios de la representación popular en la democracia orgánica franquista. El fin de semana siguiente me vi los cuatro capítulos de Anatomía de un instante que en lo tocante a su delgadez bien podía haberse titulado Radiografía de un silbido. Yo no había leído la novela, por lo que llamé a mi amigo Arcadi Espada, que es el mayor experto en Cercas que conozco y me confesó no haber podido superar la página sesenta, así que me la compré en Amazon y me dispuse a leerla. Debo reconocer que yo me rendí antes. Exactamente durante el prólogo. Hace falta mucho amor propio para dedicarse un prólogo de tres capítulos, como hace el autor. Tres capítulos en los que explica prolijamente que con los hechos ha escrito una novela, una obra de ficción.

Aprendí hace años del maestro Paul Johnson algunas cosas básicas sobre el oficio de columnista. Y sobre sus peligros, entre los que sobresale el yo del columnista. Una de sus manifestaciones más frecuentes es la mezcla de ficción y realidad que afecta a una parte del periodismo de opinión. A Cercas le pasa y al leer su confesión pensé que la cosa no podía llegar a buen término. Así pues, no voy a escribir de la novela, que no he leído, sino de la serie, que sí he visto y doy por bueno que todos los defectos que le veo son aceptados por el autor de la novela que no hizo una sola corrección a la misma.

Hay un aceptable parecido de los actores con los personajes que interpretan, excepto en Miki Esparbé, cuyo parecido con el rey Juan Carlos, su personaje en la serie, es francamente remoto. Pero hay algunas cosas más que chocantes: La serie presenta a Suárez con extraordinaria simpleza como un arribista, que probablemente lo era; pero también un personaje más complejo, que tenía algo del general della Rovere, aquel personaje de Rossellini que asume ejemplarmente su papel hasta el paredón y pone la clave de la democracia en los tres diputados que no se tiraron al suelo al oír los primeros tiros: Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo. La sinopsis ya anuncia el desastre narrativo: «Anatomía de un instante disecciona uno de los momentos cruciales de la historia reciente española: la transición democrática […] A través de estos tres hombres [Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo] que lideraron el paso a la democracia y de los tres principales cabecillas del golpe de Estado, Tejero, Milans y Armada…». La Transición no fue un momento, sino un proceso. El instante de los guardias de Tejero en el Congreso apenas explica nada sobre la Transición y la victoria de la democracia. Es inadecuado el silencio sobre el general Aramburu Topete y el capitán general de Madrid, Quintana Lacaci, cuya actuación fue más relevante contra el golpe que los tres citados. Él ordenó al general Juste que no moviera a la Brunete como le había ordenado Milans y fue asesinado por ETA tres años más tarde. Y está, en fin, el discurso del rey aquella noche que desactivó los impulsos golpistas en tantas capitanías generales.

No confundamos las cosas. Aquellos tres hombres reaccionaron con coraje: Suárez como gobernante, aunque fuera en trance de salida; Gutiérrez Mellado como mando militar y jefe, por tanto, de aquella chusma con tricornio y Carrillo, creyendo llegada su hora para no descomponer la figura en aquel trance. Vendo mi alma, vendo mi vida, de todas maneras las tengo perdidas… Fueron tres gestos muy estimables, pero como ya tengo dicho, la democracia se la debíamos de antes a otras tres personas: el rey, que fue el inspirador y dos exministros secretarios generales del Movimiento: Torcuato Fernández Miranda, que fue el guionista y Adolfo Suárez que fue el ejecutor. A ver quién se lo explica a estas almas pías de la izquierda.

Recuerdo que también se produjeron escenas de zozobra. El diputado Juan M.ª Bandrés se dirigió a su colega navarro Urralburu, que años después sería condenado por corrupción, para pedirle que le oyera en confesión, porque había sido cura en el pasado, y Urralburu le respondió: «Hombre Juan Mari, vete a tomar por el culo».

Hay asuntos infumables, choques con el protocolo. Es radicalmente impensable que Suárez tutease al rey. Rigurosamente incomprensible que a Carrillo se le dedique uno de los cuatro capítulos de la serie, absolutamente contrafáctica la afirmación del primer capítulo: que el engaño de Suárez a los militares al legalizar al Partido Comunista fue el origen del golpe, aunque más tarde se matiza con referencia a la intensa actividad terrorista. Fue esta la causa, los 246 asesinatos cometidos por ETA entre los años 1978, 79 y 80, más los del Grapo y otras bandas. La legalización del PCE produjo incomodidad y la dimisión del almirante Pita da Veiga, ministro de Marina, pero había pasado cuatro años antes.

La serie cuenta con acierto los intríngulis de la Ley para la Reforma Política diseñada por Torcuato, de la ley a la ley, y las maniobras y ardides para alejar de la votación a los procuradores más acérrimos y conseguir que las Cortes franquistas se practicaran el seppuku.

En el capítulo uno, Un franquista de provincias, se incluye, un poco traído por los pelos, su momento de camisa azul y correaje, levantando el brazo a la romana mientras grita «¡Arriba España!».

El capítulo dos, Un revolucionario frente al golpe, está dedicado a Santiago Carrillo por el gesto de permanecer sentado cuando Tejero gritó: «¡Todos al suelo!», una actitud digna, como ya está escrito, pero que no basta para afirmar su liderazgo en el paso a la democracia. Se habla en conversación de Suárez y Carrillo sobre el espinoso asunto de Paracuellos, pero la omnisciente voz en off descalifica a las víctimas con el mismo argumento que ha empleado siempre el líder comunista: «Durante dos semanas, más de 5.000  fascistas y militares rebeldes fueron sacados de las cárceles y ejecutados sin juicio». Carrillo había justificado su decisión de excarcelarlos (no de asesinarlos) porque podían ser una quinta columna que tomara Madrid desde dentro.

En el capítulo tres, Un golpista frente al golpe pone en boca del Guti una autodefinición inadecuada: «Soy un militar, no un político», le dice a Suárez sin razones para mentir. Lo cierto es que ya había tenido un cargo político con Arias Navarro: delegado del Gobierno en Ceuta.

En 1977, al hilo de la legalización del PCE, la serie plantea el enfrentamiento de Milans del Bosch con Gutiérrez Mellado. Una voz en off dice del primero: «Uno de los militares franquistas más admirados. Conocido por su propensión de sacar los tanques a la calle». Hombre, no. Faltaban cuatro años para que lo hiciera por primera y única vez en su vida. Una vez difícilmente hace costumbre o vicio.

Repito que esto no es una crítica a la ficción que Cercas escribió sobre los hechos. Sí lo es a una serie plagada de errores, que el autor de la novela aplaudió con su silencio ante el presidente del Gobierno. Tal como resume la insoportable voz en off sobre los tres líderes, «Los tres traidores habían logrado salir vivos».

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