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Opinión

Eurovisión ha muerto

«De nuevo, España no está sola. Pero el daño es irreparable. Ya nada será igual»

Eurovisión ha muerto

Yuval Raphael, representante de Israel en 2025. | Denis Balibouse (Reuters)

Lo primero y lo más importante, no vean el fantasma del sanchismo en la decisión de RTVE de no participar en el Festival de Eurovisión por no expulsar a la KAN, emisora que representa a Israel, ya que la cadena pública española no ha estado sola en esta batalla: de hecho, ya el año pasado vimos cómo la televisión flamenca encargada de la señal para Bélgica, se fue a negro durante la actuación de Yuval Raphael en Basilea, mientras en la pantalla aparecía el siguiente mensaje: «Debido a las violaciones de los derechos humanos y el silenciamiento de la prensa por parte del gobierno israelí, VTR interrumpe esta transmisión». Fue la decisión más radical tomada por un país participante como protesta.

Ante la reunión de la Asamblea de la UER, España pidió una votación secreta para decidir el futuro de Israel en el certamen: de hecho, se pedía una exclusión temporal de un año, revisable, y no una definitiva. De nuevo, no era una exigencia unilateral, porque otros siete países se sumaron a la petición. Al final se votaron las medidas de referencia que pretenden reforzar la mecánica del concurso y, con su aprobación, Israel se asegura su participación. Eso sí, les anticipo que a costa de destruir el concurso musical que presume de ser la retransmisión no deportiva de más audiencia en Europa.

La excusa del antisemitismo no cuela ya para defender la participación israelí. A estas alturas, son muchas las voces judías que se han sumado a las críticas por la radicalización del sionismo del Gobierno de Netanyahu y sus crímenes de guerra en Palestina: desde comunidades religiosas a estrellas de Hollywood como Elliott Gould, Joaquin Phoenix o Joel Coen. Por no hablar de intelectuales como Norman Filkenstein, Illan Pape o Gilad Atzmon. Incluso el ex primer ministro israelí Ehud Olmert se ha mostrado contrario a la barbarie en la franja de Gaza. No son precisamente voces antisemitas.

Además, las expulsiones anteriores en Eurovisión por conflictos bélicos sentaron precedente con Rusia, Bielorrusia y Bosnia y Herzegovina, por ejemplo.

Por otro lado, hay quienes venden el discurso de que el público apoya a Israel, como demuestra el televoto, donde el país arrasa: España, sin ir más lejos, le otorgó sus 12 puntos. Pero esto tiene truco: ante las polémicas, la propia UER realizó una investigación que vino a demostrar que el Gobierno de Israel, a través de su agencia de publicidad, financió una millonaria campaña en redes sociales para propagar anuncios que incitaban al voto, además de explicar cómo hacerlo hasta en 20 ocasiones, en una clara maniobra que para alterar los resultados (nota: producía bochorno leer comentarios del tipo «No he escuchado la canción, pero voy a votar a Israel como muestra de apoyo». ¡Pero si es un concurso de canciones, gilipollas, no de bandos políticos!). Les ha funcionado muy bien en las últimas ediciones, tanto que solo perdieron ante Austria por el voto del jurado profesional.

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Y su presencia se hace a costa de la ausencia de un país miembro del Big Five (España, presente en 64 ediciones, no solo es uno de los que más aporta a la organización, también alimenta la cuota de audiencia con millones de espectadores y una brutal participación de los eurofans en redes sociales) y de otros veteranos miembros como Irlanda (en el podio de los ganadores a lo largo de la historia) o Eslovenia, a las que podrían sumarse Islandia y Bélgica. Conviene señalar la reacción de Países Bajos, que no solo abandona este Titanic musical, también ha publicado un contundente comunicado oficial explicando su irrevocable decisión.

De nuevo, España no está sola. Y cualquiera que entre en las redes sociales verá cómo los eurofans europeos aprueban mayoritariamente esta decisión.

Pero el daño es irreparable. Ya nada será igual.

Primero, porque el cisma enrarece el clima del concurso, sometido más que nunca a las críticas al doble rasero de sus decisiones y su evidente cinismo cuando se insiste en que «no es un concurso político». El mal rollo ha sido tan desagradable que la propia UER manipulaba las retransmisiones, eliminando el sonido ambiente del público en directo, cubriendo los silbidos y abucheos con aplausos pregrabados para salvar la imagen de las actuaciones de Israel. Una medida tan excepcional como injustificada, porque era un descarado engaño a los espectadores, creando una ilusión de falso apoyo a los artistas.

Segundo, porque viendo lo bien organizada que está la propaganda y sus turbios manejos, lo más probable es que Israel se haga en la próxima edición con el preciado micrófono de cristal y lleve a la organización a enfrentarse a una decisión mucho más delicada: ¿podría celebrarse una fiesta de canciones, petardeo y brilli-brilli mientras a pocos kilómetros del escenario siguen cayendo bombas porque el país organizador se salta el alto el fuego de manera sistemática?

¿Cuántos países se atreverán a seguir el juego?

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