The Objective
Hastío y estío

Odiar más a Soto Ivars que a Paco Salazar

«Le han llamado negacionista, machirulo de manual y, en el colmo de la creatividad, ‘aliado objetivo del patriarcado’»

Odiar más a Soto Ivars que a Paco Salazar

El periodista Juan Soto Ivars. | Kevin Borja

Esta semana hemos asistido a otro espectáculo lamentable. Paco Salazar, ex alto cargo del PSOE, lleva meses señalado por varias compañeras de partido por presunto acoso sexual y comportamientos que, en cualquier otra circunstancia, habrían provocado una hoguera pública si hubiera sido un político de la trinchera contraria. Pero como las denunciantes son socialistas y el denunciado también, el asunto se resuelve con un lacónico «desaparecieron las denuncias por un fallo informático» que suena a aquella patética excusa de que los deberes se los comió el perro.

En la acera de enfrente, Juan Soto Ivars publica un libro titulado Esto no existe. No es un tratado misógino, no defiende la violación ni pide volver a la Sección Femenina. Es un trabajo periodístico incómodo que demuestra, con datos judiciales y sentencias, que las denuncias falsas por violencia de género existen, que son más numerosas de lo que el mantra oficial permite reconocer y que sus consecuencias (ruina económica, cárcel, estigma, suicidio) son devastadoras para los hombres acusados.

La respuesta del feminismo de Estado ha sido declarar a Soto Ivars enemigo público número uno. Le han llamado negacionista, machirulo de manual, tertuliano de pacotilla y, en el colmo de la creatividad, «aliado objetivo del patriarcado». Mientras tanto, a Paco Salazar le han invitado a reflexionar en la intimidad. Porque, claro, hermana, yo sí te creo, pero un poco menos cuando el culpable coincide con su secta ideológica.

La diferencia de decibelios es tan obscena que produce rubor ajeno. Cuando un periodista señala que el sistema de denuncias puede usarse como arma arrojadiza en divorcios contenciosos, se organiza un aquelarre digital que incluye intentos de boicot a sus presentaciones y amenazas de cancelación. Cuando un dirigente socialista acumula varias acusaciones internas de acoso, el aquelarre se convierte en misa de réquiem susurrada.

Todo esto no es casualidad. El feminismo posmoderno español hace tiempo que dejó de ser un movimiento por los derechos de las mujeres para convertirse en un instrumento de poder de la izquierda. Mientras la víctima sea útil para derribar al adversario político, se le concede el estatus de mártir. Cuando la víctima incomoda al aparato, se la invita a que permanezca callada, cuando no se la silencia directamente. 

Recuerden a Juana Rivas. Todo el aparato feminista oficial la convirtió en un icono de resistencia. Después se demostró que había mentido, que había incumplido sentencias judiciales y que había utilizado a sus hijos como escudo. ¿Rectificaron sus palabras? ¿Pidieron disculpas públicas? ¿Hicieron autocrítica? Ninguna de ellas. Porque la causa para ellas es más importante que la verdad.

Con Soto Ivars ocurre exactamente lo contrario. El libro no niega la violencia machista (nadie con dos dedos de frente lo hace). Lo que hace es pedir proporcionalidad, datos y garantías procesales. Escribir eso hoy en España equivale a blasfemia. Porque cuestionar el relato oficial, aunque sea con sentencias en la mano, rompe el hechizo. Y el hechizo es lo único que mantiene unida a la coalición progresista: el enemigo común, el macho ibérico, el facha que se disfraza de periodista para negar la evidencia.

Lo más triste es que mientras la tribu se entretiene linchando a un periodista, las mujeres siguen muriendo. Este año llevamos 38 víctimas mortales de violencia de género. Algunas de ellas habían denunciado y no les hicieron caso. Otras nunca llegaron a denunciar porque no confiaban en el sistema. Y mientras tanto, el Ministerio de Igualdad gasta nuestro dinero en perseguir tuits y en subvencionar estudios sobre «micromachismos» que no sirven para nada.

El feminismo que odia más a Soto Ivars que a Salazar no es feminismo. Es militancia mal entendida. Es la misma lógica tribal que hace que Puigdemont sea un exiliado político para unos y un prófugo para otros. Es la misma que convierte a Bildu en socio preferente, y seres de luz, y a Vox en el diablo. La verdad, la proporcionalidad y el sufrimiento real de las mujeres quedan fuera del guion.

Así que, queridas hermanas del «yo sí te creo» selectivo, sigan ustedes con sus comunicados contra un libro que demuestran no haber leído, y sus silencios cómplices o quejas con la voz muy baja, casi imperceptible, con los acosadores con los que comparten negociado político e ideológico. Aquí lo importante es mantener a la tribu unida, aunque sea por encima de la realidad, y de unas mujeres que creyeron que el partido las iba a proteger. Porque, al final, la gran enseñanza que deja esta semana es devastadora. Y es que, para el feminismo institucional español, criticar las denuncias falsas y hacerlas visibles es mucho más peligroso que un acosador con carné del PSOE. Y eso, queridos lectores, no busca la virtud de proteger la verdad y a las auténticas víctimas. Sean estas mujeres u hombres. 

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