El sueño vano del 'PSOE bueno'
«Ya tenemos el triste conocimiento de que sus votantes, y no digamos sus militantes, son malos»

El exministro Jordi Sevilla en una imagen de archivo. | EP
1. Yo era de los que escribían su articulito constitucional por estas fechas. Pero la Constitución se ha terminado para mí. ¿Qué Constitución puede haber cuando el presidente del Tribunal que supuestamente la garantiza actúa a las órdenes del Gobierno? Los que defendíamos el patriotismo constitucional hemos de reconocer que lo que hay en España, propiciado por la letra de la Constitución (aunque obviamente no por su espíritu), es un despotismo constitucional. Resulta patética la pelea anual en nombre de la «convivencia» que la Constitución propugna. La «convivencia» no se puede imponer. Ese empeño es ya la constatación de un fracaso. El fracaso de España, inútil siempre salvo en el paréntesis de la Transición. Esta, desengañémonos, no fue el producto de una súbita lucidez entre los españoles, sino el producto del miedo y el dolor histórico en las propias carnes. En cuanto las carnes han dejado de sentirlo, vuelta a las andadas. Lo peor es que ya no serán posibles Constituciones para todos, sino solo Constituciones de parte. Como siempre ocurrió en España. Constituciones de fracaso para una España de fracaso.
2. Estuvo bien lo que dijo el exministro socialista Sevilla, contra Sánchez, en el programa de Alsina. Pero a estas alturas da igual que haya por ahí escondido un «PSOE bueno»: porque ya tenemos el triste conocimiento de que sus votantes, y no digamos sus militantes, son malos. Es decir, seguidores a machamartillo del líder, haga lo que haga, sin crítica ni autocrítica; oscurantista, antiilustradamente.
3. En Arcadi Espada es habitualmente loable su freno en la tendencia a la horda. Ante las acusaciones a Paco Salazar por acoso pide prudencia, por más apetecible que le resulte ese bocado al antisanchismo. Y señala que aquellos mismos que reclamaban precaución ante las denuncias a Plácido Domingo se lanzan ahora sin más trámite contra Salazar. Lo que me ha llamado la atención es su ingenuidad (confesada en su podcast) de pensar que un comportamiento como el que le achacan a Salazar, ese de salir del baño con la bragueta abierta y cerrársela a la altura de la boca de una de sus empleadas, es imposible. Me he acordado de aquel dictum de Borges: «No hay nadie que sea imposible». Al final, el desprecio por la ficción, como lo tiene Espada, limita la imaginación de la ciertamente inagotable realidad.
4. Tampoco es imposible la mujer que denuncia falsamente a un hombre, disponiendo de ese arma proporcionada por la ley en su arsenal, en las cruentas batallas que se libran en algunas parejas. Constatar esto no es negar (no es ser «negacionista») de la violencia de hombres contra mujeres, como se le está acusando a Soto Ivars por haberse ocupado de las primeras en su libro Esto no existe. El histerismo inquisitorial que se ha desatado contra él ya es grave en sí; pero lo es más por cuanto se funda en imputaciones falsas.
5. En mi ejemplar de La muerte únicamente de Villena tengo la dedicatoria que me puso hace cuarenta (¡cuarenta!) años. Nos citó a dos amigos y a mí en la barra del Café Gijón y luego fuimos al Nuevo Oliver, donde nos sentamos en unos sofás tras bajar la espiral dantesca: «He bajado las escaleras que he bajado / (muy en penumbra, a menudo)», decía en La vida escandalosa de Luis Antonio de Villena. Él tenía treinta y cuatro años y nosotros dieciocho y diecinueve. Pidió un «raf de Beefeater», cuando aún le llamábamos «cubalibre» o «pelotazo». Qué velada tan de época: se había estrenado la noche anterior Los abrazos del pulpo de Molina Foix en la Sala Olimpia, con Gurruchaga en el elenco, y los amigos y amigas que se acercaban a saludarlo destrozaban la obra, con la anuencia de Villena. Nos deslumbró con sus anécdotas de la Generación del 27, los Novísimos y todo lo demás. Y después volvimos a su poesía. Ahora he abierto el libro, en homenaje. «Las primeras ilusiones que se pierden / (y hablo de sentimientos) / mueven mucho aparato de tragedia». O: «Soy de los que ardientemente detestan la injusticia, / de los que creen que es indigno casi cualquier privilegio, / y al tiempo soy clasista y amo la diferencia». Y el que le dedica al final de Raymond Roussel: «El sol de Palermo después de tantos viajes, / el sabor helado del Pernod en un balcón abierto…». Con sus dos versos últimos: «Hay una sombra siempre detrás del espectáculo. / Y si no es nuevo morir, vivir tampoco es nuevo».
