The Objective
Análisis

Pedro, 'el Moranco' y «el clan de los Machirulos»

Cerdán, Ábalos y Salazar ejecutaron la ‘purga de las feministas’, que ahora se organizan para cobrarse la venganza

Pedro, ‘el Moranco’ y «el clan de los Machirulos»

Julio Navalpotro, José Luis Ábalos, Santos Cerdán y Paco Salazar.

Hubo tensión desde el principio en el equipo de Pedro Sánchez, el equipo de las primarias del 2017. En el grupo de outsiders que apoyaron al derrocado secretario general tras el Comité Federal del 1 de octubre de 2016 estaban de un lado las mujeres y del otro, los hombres. Adriana Lastra, Margarita Robles, Maritcha Ruiz Mateos, Carmen Calvo… Y enfrente, Ábalos, Cerdán, Salazar, y el grupo de hombres que les rodeaban y acompañan: Koldo, Eladio, Julio Navalpotro… Algunas de esas mujeres llamaban a los segundos «el clan de los machirulos». Ya por entonces, al sector feminista del partido le alertaban de las formas de algunos de ellos en su trato a las mujeres; obviamente, no en casos de acoso, pero sí en sus formas machistas, paternalistas y, en ocasiones, algo más. «Notabas que hablaban de tías porque cuando te acercabas se callaban y se reían», explican algunas de ellas. A Paco Salazar le llamaban ‘el Moranco’, con todo el respeto para Los Morancos.

Hablamos de finales de 2017, principios de 2018, justo después de ganar las primarias. Cuando, poco tiempo después, triunfó la moción de censura, en junio de ese año, se establecieron los grupos de trabajo en Moncloa y en Ferraz. Pedro Sánchez se llevó a Iván Redondo como jefe de gabinete, y este a Paco Salazar como su adjunto. El ascenso de Salazar se produjo mucho después de que el jefe de gabinete de Sánchez, Juanma Serrano, le alertara sobre los comportamientos de Salazar con las mujeres del partido, algunas de ellas jóvenes voluntarias que trabajaban gratis para volver a auparle a la secretaria general del PSOE.

Pedro Sánchez no hizo caso y, cuando fue nombrado presidente del Gobierno, prescindió de Serrano y promocionó a Salazar. El gabinete del presidente y el equipo de Moncloa se constituyó como un grupo eminentemente masculino en el que apenas había mujeres en puestos de dirección, y las pocas que había describían un clima «cargado de testosterona» en el que se utilizaba un lenguaje «viril y de machos» con expresiones «no acordes a una reunión de uno de los foros más relevantes del Gobierno» y en los que «a las mujeres se quedan siempre con las frases a la mitad».

Poco a poco, las mujeres fueron orilladas de esos círculos y «el clan de los machirulos» extendió sus dominios, tanto en el Gobierno como en el partido, hasta controlar la organización. Al pulso permanente entre Iván Redondo y Carmen Calvo se le sumaba la guerra abierta en Ferraz, donde la vicesecretaria general del PSOE, Adriana Lastra, no tenía funciones orgánicas reales. Era Ábalos quien tenía un poder omnímodo: él pilotaba la nave, con la autorización de Pedro Sánchez; era Ábalos el que controlaba al gerente, a quien le pasaba gastos desorbitados de hasta 9.000 euros mensuales a través de un sistema sin mecanismos de control interno, sin que se enterase nadie más que el propio Mariano Moreno; el que llevaba la interlocución con los territorios y dio galones a Koldo García para que hablara en su nombre con los presidentes autonómicos que se plegaban a sus pies.

La ‘purga de las feministas’

Cuando, en noviembre de 2020, las feministas del partido tuvieron noticias de las andanzas de Ábalos con prostitutas, fueron ellas las que dieron la señal de alarma de la enorme amenaza que se cernía sobre el PSOE. Las mujeres del partido, relegadas a puestos subordinados a los hombres, vieron peligrar la credibilidad de un PSOE feminista, socialista y que acudía a su 40º Congreso Federal en Valencia con la bandera del abolicionismo de la prostitución. Fue entonces cuando Adriana Lastra alertó a Carmen Calvo, y ésta al presidente. Pero el día de autos, el 10 de julio de 2021, Pedro Sánchez optó por la destitución salomónica: junto a Ábalos cayeron también Calvo y Redondo, lo cual camuflaba los motivos reales de la crisis de Gobierno. Era el principio de la purga de las feministas que un año después provocaría la dimisión de Lastra, tras una campaña de hostigamiento por parte de Santos Cerdán. Detrás de ella fue su amiga Maritcha Ruiz Mateos, la directora de Comunicación del partido. En esa hornada de 2021 laminaron también a Llanos Castellanos como adjunta al director de gabinete de Moncloa, Óscar López, para que entraran dos hombres: Antonio Hernando y -ojo aquí-, de nuevo Paco Salazar.

Sánchez no hizo nada por impedirlo. Más bien al contrario, siempre tomó partido por sus hombres. Hasta que cesó el pasado mes de julio, Salazar ocupó cuatro cargos en Moncloa: fue Director General de Análisis y Estudios, luego director adjunto de gabinete, después Secretario general de Planificación Política y, desde septiembre de 2024, Secretario general de Coordinación territorial. A Cerdán le dio la autoridad de decidir nombramientos en empresas públicas, en Moncloa y en Ferraz. Y desde ahí siguió perpetrando la purga de mujeres recelosas de sus movimientos. En la elaboración de las listas del 23J purgó a las feministas del PSOE en favor de algunos de los diputados señalados por su asistencia a fiestas del Tito Berni. Mujeres como Andrea Fernández, Laura Verja, Uxía Tizón, Raquel Pedraja, Beatriz Carrillo. Cerdán incluso intentó excluir de las listas a la número dos del Gobierno, Carmen Calvo, en lo que tacharon las mujeres de una «auténtica venganza de Santos Cerdán contra las feministas, nos están laminando».

«Temían que pasáramos de la prostitución a la corrupción»

Un año y pico después, hicieron lo mismo en la Ejecutiva, y esos mismos perfiles críticos fueron laminados. Otra vez Andrea Fernández, portavoz de Igualdad del PSOE, fue excluida de la nueva dirección, así como mujeres no lo suficientemente dóciles para los hombres del partido: Eva Granados, Pilar Cancela y Llanos Castellanos. La purga de los feministas en beneficio de los ‘machirulos’ encubridores de puteros, cuando no acosadores sexuales, ha llegado a su cota máxima sin que pasara nada, sin que las mujeres dijeran basta, sin que se atrevieran a reaccionar.

Veremos si ahora las que denunciaban sottovoce al «Moranco», al «clan de los machirulos» y a Pedro, su principal apoyo, plantan por fin la batalla que no dieron con el caso Ábalos. Mujeres que siempre sospecharon esto: «Nos echaron porque temían que pasáramos de la carpeta de la prostitución a la de la corrupción». Ahora que todo va al peso, y la línea entre ambas cosas es difusa, el Me Too del PSOE avanza. Veremos con cuánta fuerza.

El pasado mes de junio, Adriana Lastra, la representante de la federación asturiana en el Comité Federal, fue la voz que hizo inclinar la balanza hasta frustrar el nombramiento de Paco Salazar como adjunto a la Secretaría general del PSOE. Su entrada era un intento de tutelar a la actual número dos del partido, Rebeca Torró, cuya posición, como la de la vicesecretaría general, María Jesús Montero, y la de la secretaria de Igualdad, Pilar Bernabé, han quedado claramente en entredicho.

Dentro del plenario de la sala Ramón Rubial en Ferraz, Lastra dijo: «El patriarcado no suele actuar a cara descubierta. No necesita empujar con violencia. Le basta con sugerir, con dejar caer. No te expulsa, te va empujando hacia los márgenes. Te aísla con silencios. Te convierte en sospechosa por pensar distinto. Te va dejando sin espacio, sin voz, sin respaldo. Y si no te vas, te va haciendo la vida imposible hasta que lo hagas. Lo sabe quien lo ha vivido. Y en todo ese proceso, lo que más duele no es el señalamiento. Es el silencio. El silencio de los hombres buenos. De esos compañeros que saben lo que está ocurriendo, pero callan».

Lastra se fue en junio de 2022. Vuelve tras haber callado también ella, pero con fuerza para alzar la voz y ajustar cuentas.

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