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¿Salazar o Solazar?

«Para un socialista que no aparentaba haber robado tiene que estropearlo con la portañuela»

¿Salazar o Solazar?

Paco Salazar. - Archivo

Había uno recordado a veces la preposición ‘hasta’ al ver las dos líneas rojas pintadas en las arcadas que sustentan el Ayuntamiento de Burgos. Marcan el límite de las aguas desbordadas del río Vena en 1874 y 1930. Análogamente, podríamos trazar dos rayas rojas en La Moncloa y en Ferraz para señalar los niveles máximos alcanzados por el puterío y la corrupción bajo el liderazgo de Pedro Sánchez Pérez-Castejón.

La corrupción venía marcada por las cinco imputaciones de su mujer, las cuatro de su hermano y de su enchufador en la Junta de Extremadura a quien el presidente apadrina como candidato a la Presidencia de la Comunidad Autonoma y también por sus cuatro compañeros del Peugeot 407: Koldo, Ábalos y Cerdán. La línea maestra de la putañería, parte de los negocios de su suegro, pasa por su mujer que los administró, Koldo, que los vigilaba en el Rosalex de Pamplona, y Ábalos, que era un experto. Esta línea del sexo ha registrado otra marca en Paco Salazar, que se subía la cremallera de la bragueta ante la cara de sus subordinadas en Moncloa (cuando él estaba de pie y ellas sentadas). Lástima, porque era hombre de confianza política de Sánchez, en quien al parecer había pensado para sustituir a Cerdán en la secretaría de Organización. Para un socialista que no aparentaba haber robado tiene que estropearlo con la portañuela.

Hasta aquí llegó. Pero mi compañera y, sin embargo, amiga Silvia Riveiro aplicaba a la preposición un sentido adverbial en su revista de prensa y a su modo, hoy tengo que decir después de leer ‘El País’ sigo su ejemplo: «Hasta Berna González Harbour dimitía ayer de su defensa del sanchismo con una columna titulada “El fango está en el PSOE” y la remataba diciendo que el fango no viene de los tribunales ni de la prensa crítica, sino de sus propias filas. Ahora sí huele a fin de época».

Se especula razonablemente sobre la cantidad de información que Paco Salazar tiene sobre las primarias de Sánchez. Hasta el momento, el partido ha aplicado a este tipo la contundencia cero que preconizaban contra los acosadores la ministra portavoz, Pilar Alegría Incontinente, dos veces, y la portavoz de la Ejecutiva Federal, Montse Mínguez en otra ocasión. Creímos que era incompetencia oratoria, pero tal vez no. Quizá eran portavoces autorizadas. Otra cosa es lo que puede entender por «contundencia» la vicepresidenta segunda, que se la exige al Gobierno del que forma parte, pero no exige al PSOE que lo lleve a la Fiscalía.

Cinco meses después de haber planteado su denuncia, las acosadas no encuentran rastro de ella y se les ha dado una explicación delirante: que el canal interno que gestiona estas denuncias entra de forma automática en «modo ofuscación» cuando pasan tres meses sin actividad para evitar riesgos en la protección de datos. Que el sistema se ofusca, vamos.

Para acabar de redondearlo, Sánchez asume «en primera persona» el «error en la velocidad de la interacción» con las dos denunciantes de su hombre de confianza en el Gobierno y en el partido, Paco Salazar, a quien acusan de acoso sexual. O sea, lo mismo que con Ábalos, pero echándole más énfasis. Ya la había asumido respecto a Ábalos, Roldán y Koldo. No fue en primera persona, dijo que lo hacía con rapidez y tolerancia cero porque quienes resultaros sancionados fueron sus compañeros del Peugeot, en el caso de Ábalos, con una tardanza de dieciocho meses y colocándole en las listas para hacerle diputado en julio de 2023. Con Salazar ha expresado que en esta ocasión ha sido en primera persona, lo que así, al primer golpe de vista parece una redundancia. Pero, ¿qué ha querido decir este gañán con ello? Pues nada, exactamente lo mismo que en el caso de Ábalos que he citado más arriba, pero echándole más énfasis. ¿Cómo vamos a extrañarnos de que las pobres portavoces del Gobierno y el partido crean que tolerancia cero y contundencia cero sean conceptos intercambiables?

La alarma Salazar se ha extendido hasta Berna González Harbour, laus Deo, pero ni un paso más allá. El feminismo socialista ha resistido impávido durante meses tener en la dirección del partido, en íntima complicidad con el secretario general y presidente del Gobierno, a un cerdo, que en lugar de salir del urinario secándose las manos, sale subiéndose la cremallera de la bragueta ante la cara de las secretarias, la única peste porcina no es la de los jabalíes y esta sí es contagiosa, aunque solo entre socialistas.

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