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Opinión

Eliminar el déficit fiscal es una decisión política

«Cuando la inflación se disparó en Europa, Sánchez la aprovechó para esquilmar a los pagadores de impuestos»

Eliminar el déficit fiscal es una decisión política

Ilustración de Alejandra Svriz.

Cuando Javier Milei asumió el cargo de presidente de la Nación, el 10 de diciembre de 2023, heredó un déficit fiscal de 5% del PIB en las cuentas del Tesoro. A eso había que sumar otros 10 puntos porcentuales por el déficit cuasifiscal (que se originaba en los intereses que tenía que pagar el Banco Central por quitar de circulación los pesos que él mismo emitía para financiar los gastos del gobierno).

En enero de 2024, el primer mes completo de la gestión mileísta, las cuentas del Tesoro registraron un ligero superávit. Seis meses después, se eliminó también el desequilibrio cuasifiscal. Antes de lograrlo, la «academia» y la «opinión publicada» decían que era algo imposible y de consecuencias económicas y sociales inasumibles. Cuando se concretó, dijeron que no sería sostenible. La realidad es que estamos transitando el 24º mes consecutivo con superávit en las cuentas públicas nacionales de Argentina.

En 2025, España cumple 18 años seguidos pagando todos los intereses de su deuda pública emitiendo más deuda pública. Una conducta financiera suicida, aunque cómoda para los socialistas de todos los partidos, siempre dispuestos a gastar un poco más.

No todo fue igual en estos 18 años. Entre 2008 y 2011, el keynesianismo del chavista Zapatero multiplicaba el gasto y el déficit públicos. Entre 2011 y 2018, Rajoy fue el único presidente que dejó el cargo con un número de empleados públicos y un gasto público total inferiores de los que había cuando llegó. Al momento de la moción de censura de 2018, las cuentas públicas estaban prácticamente en equilibrio primario (antes del pago de intereses). En cambio, Sánchez aceleró el aumento del gasto público desde el primer día y acumula un incremento total del 50%.

Unos dirán que es fácil «licuar» el gasto público cuando la inflación es alta, como cuando Milei comenzó su tarea: solo con subir el gasto menos que la inflación, la segunda se ocupa de reducir el primero en términos reales. Sin embargo, cuando la inflación se disparó en Europa, Sánchez la aprovechó para esquilmar a los pagadores de impuestos, por ejemplo, al no actualizar los tramos del IRPF según el incremento de los precios al consumo.

Por eso llegamos a una conclusión evidente: eliminar el déficit fiscal es una decisión política. En el caso de Milei, su convicción se ocupa de superar los obstáculos para mantener el superávit, que es la prioridad absoluta de su política económica. En el caso de Sánchez, su general falta de escrúpulos se traduce en el ámbito de las cuentas públicas en un desinterés por los riesgos futuros, priorizando sus objetivos políticos de corto plazo.

Digamos la verdad completa: la irresponsabilidad temeraria de Sánchez tiene dos cómplices necesarios. Uno son las instituciones europeas; el otro, los mercados financieros que el sanchismo-leninismo tanto aborrece.

Si el Banco Central Europeo no hubiese comprado la enorme cantidad de títulos públicos que compró (que en gran medida aún mantiene en su poder), los tipos de interés habrían sido mayores, forzando a Sánchez a algún control del gasto. Además, Von der Leyen abolió en la práctica las reglas fiscales (primero suspendiéndolas cuatro años, de 2020 a 2023; luego, «flexibilizándolas»). 

En cuanto al mercado financiero, su exagerada complacencia le hace seguir invirtiendo en títulos de un gobierno manirroto, sin presupuestos, que no corrigió el déficit ni aun habiendo llevado la presión tributaria al máximo histórico, como si se tratara de un deudor de máxima solvencia. Esa financiación abundante y barata permite que continúe la perorata oficial de que el déficit debe corregirse de a poco, para no debilitar la demanda y evitar «costes sociales». 

Por aceptar el falso argumento del «coste social» (en Argentina, con superávit fiscal, se redujo fuertemente la pobreza), consentimos que sea cada vez más grave el problema financiero (con obvias consecuencias sociales) que tendrán que arreglar nuestros hijos y nietos. 

Pero Pedro Sánchez no piensa ni le importa lo que ocurra en 10, 20 o 25 años; él solo se ocupa de cómo rebatir lo que puedan decir Ábalos, Koldo o Cerdán, cómo amnistiar al condenado fiscal general, cómo mantener tranquilo a Puigdemont, cómo tapar sus reuniones con Otegi, cómo evitar que se sepa el contenido de ese móvil que Marruecos conoce y ese tipo de cosas.

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