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Contra la polarización: ¿en realidad pensamos tan diferente?

El deterioro de la convivencia tiene responsables políticos y una estrategia deliberada de dividir al país en bloques

Contra la polarización: ¿en realidad pensamos tan diferente?

Ilustración de Alejandra Svriz.

En un homenaje reciente a Javier Lambán, Felipe González lanzó una propuesta tan irónica como reveladora: que los políticos españoles pasaran un mes sin insultarse. Alfonso Guerra había planteado otra igualmente irrealizable: recuperar el espíritu de la Transición llevando a institutos y universidades conferencias sobre reconciliación, libertad y tolerancia. Ambas iniciativas comparten un diagnóstico: la polarización ha roto la convivencia democrática. No está claro, sin embargo, que pueda resolverse así este embrollo.

Desde la llegada al poder de Pedro Sánchez, la confrontación política ha escalado hasta alterar la cultura política del país, moldeando emociones, percepciones y comportamientos. La polarización en España no es un accidente meteorológico: tiene responsables políticos, decisiones concretas y una estrategia deliberada de dividir al país en bloques irreconciliables. Y ese proceso se ha acelerado en los últimos años. La verdad es que si te están robando la cartera es difícil no gritar «¡Al ladrón! ¡Al ladrón!», y esa es la sensación que tiene buena parte del electorado. El clima de crispación no se resuelve con buenos deseos, del mismo modo que la guerra en Ucrania no se terminará dándole un beso a Putin.

Los datos lo confirman. La IV Encuesta Nacional de Polarización Política del Cemop revela que la polarización afectiva —el rechazo visceral hacia quienes piensan distinto— ha aumentado un 30% desde 2021. El 82% de los españoles percibe más crispación que hace cuatro años, y el fenómeno ya está instalado en la vida cotidiana: discusiones familiares, amistades que se enfrían, compañeros de trabajo que evitan ciertos temas. El estudio muestra además que el rechazo crece con la edad y que la hostilidad hacia partidos y líderes políticos se ha disparado.

La polarización afectiva ha transformado al adversario político en un enemigo personal y moral. La polarización actual no es solo ideológica, sino emocional y tribal. No discutimos sobre políticas públicas, sino sobre identidades de izquierda o de derechas, españolistas o catalanistas, democráticas o autoritarias. Y cuando la política se convierte en identidad, cualquier desacuerdo se vive como una traición personal. Así es como un adversario pasa a ser un enemigo. Y así es como se fractura una sociedad. La competencia partidista, el sistema mediático y las redes sociales han reforzado esta dinámica polarizadora, haciendo difícil revertirla.

Cada vez más personas de derechas afirman que no se tomarían ni un pinchito con votantes del PSOE, Podemos o de partidos independentistas, y personas de izquierdas que no lo harían con los del PP o Vox. La polarización entre partidarios y detractores de Sánchez o de Puigdemont ha llevado a que amigos se eliminen de redes sociales y familiares dejen de hablarse. En el ámbito de la amistad, incluso una diferencia de interpretación sobre el conflicto en Gaza puede llevar a la ruptura de una relación con un amigo, lo que muestra que incluso temas aparentemente humanitarios pueden ser vistos como cuestiones políticas y provocar distanciamiento.

«La polarización política se ha adentrado en nuestras mentes desde el debate público; ha circulado desde el ámbito público al privado»

Al margen de la responsabilidad por esta situación debemos hacernos preguntas como: ¿cuáles son los mecanismos que nos hacen decantarnos por uno de los dos polos cuando ambos contienen elementos claramente contrarios a nuestras sensibilidades políticas, sean estas el rechazo de las políticas de extrema derecha, de extrema izquierda o independentistas? Y, ¿por qué estas preferencias políticas se convierten de pronto en incompatibles para la continuidad de nuestras relaciones y nuestros afectos? ¿En realidad pensamos tan diferente? ¿Por qué una sociedad que compartía valores básicos ha acabado partida en dos? ¿Por qué viejos amigos dejan de hablarse por Sánchez, Puigdemont, Ayuso o Abascal?

Este virus divisivo ha circulado de arriba hacia abajo y no al revés. La polarización política se ha adentrado en nuestras mentes desde el debate público; ha circulado desde el ámbito público al privado, en el que los lazos afectivos parecían sólidos, de forma que las diferencias políticas han acabado generando tensiones e incluso rupturas. Por eso para eliminarlo hay que hacerlo también desde arriba. Creando alternativas. Lo curioso es que blandiendo las mismas o muy parecidas «razones compartidas» (que antes cimentaban una relación personal afectiva) se adoptan ahora posiciones radicalmente contrarias y enfrentadas ante lo que sucede.

Hay que ser conscientes, no obstante, que en todos estos casos, lo que se rompe no es solo una afinidad sentimental o ideológica o una expectativa concreta, sino una confianza básica en la compatibilidad de valores, intereses o formas de ver el mundo, la convivencia, la propia identidad. Por ello, las iniciativas del tipo «daros la mano y pelillos al mar» no funcionan. La polarización no es un malestar difuso: es el resultado de un proyecto político que ha hecho de la división una herramienta de poder. Se ha instalado de arriba hacia abajo. La ha creado el poder político y es desde ahí arriba desde donde hay que desactivarla.

El país no puede estar rehén de una tensión diseñada desde el poder. Aunque existan diferencias, el respeto y la búsqueda de puntos en común pueden transformar los actuales conflictos en oportunidad. Eso es exactamente lo que hicimos los de la generación de la transición política y la Constitución del 78. Pensar en el futuro desde la diferencia, porque no pensamos tan diferente; y hacerlo desde la política y la cultura de la negociación y el pacto. Necesitamos menos trincheras y más políticas que no rompan lo que aún nos une. ¿Cómo es posible que la influencia de la política termine por romper vínculos que considerábamos sólidos como la amistad o la familia?, y ¿cómo podemos remediarlo?

La respuesta es que, en realidad, no deberíamos dramatizar estas rupturas. Establecemos relaciones sentimentales fuertes que también rompemos, nos enamoramos y nos divorciamos incluso después de largos periodos de amor y relación; de forma que  las rupturas por razones políticas tienen puntos en común con estas otras experiencias humanas. Comprender estas razones, es  también fundamental para construir una sociedad más tolerante, aceptar las diferencias de percepción y poder reconstruir en el futuro estas mismas relaciones u otras nuevas. Un divorcio no implica necesariamente la renuncia a otros matrimonios o a mantener la amistad con nuestro excónyuge. Debemos hacer dos cosas: crear alternativas y evitar que la política se convierta en una barrera insalvable entre personas que, por encima de todo, compartimos la experiencia humana.

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