The Objective
Análisis internacional

Salud en declive, políticas impopulares y bajos índices de aprobación: problemas para Trump

«Alrededor del 36% de los estadounidenses aprueba la forma en que está gobernando, frente al 60% que desaprueba»

Salud en declive, políticas impopulares y bajos índices de aprobación: problemas para Trump

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. | Aaron Schwartz (EP)

—¿Cómo te arruinaste? -preguntó Bill.

—De dos maneras -contestó Mike- Paulatinamente, y luego de golpe.

El famoso diálogo de Hemingway podría aplicarse a muchas situaciones de la vida. Ahora mismo, bien podría aplicarse al trayecto político de Donald Trump. Por supuesto, no está políticamente en bancarrota. Su presidencia no ha terminado. Ni siquiera es un pato cojo. Trump sigue al mando. 

Sin embargo, desde octubre, el estado de ánimo en Estados Unidos ha empezado a cambiar. Hasta entonces, Trump parecía una fuerza imparable, comandando la lealtad ciega de su partido, sin enfrentarse a una oposición real, con el Congreso marginado y apoyado por un Tribunal Supremo sumiso. 

Eso ya no es así. 

Trump no ganó puntos en la opinión pública este otoño con el cierre del Gobierno de 43 días. Sin embargo, igualmente importante, enfureció a muchos miembros del Congreso de su propio partido que no estaban de acuerdo con la táctica ni con la forma en que se gestionó.  

Mientras el Gobierno quedó cerrado, los demócratas ganaron por amplias mayorías las elecciones interinas en noviembre en Nueva Jersey, Virginia y Nueva York. La racha ha continuado, incluyendo algunas sorpresas en contiendas menores en Georgia y Florida. Luego, la votación en el Congreso para abrir los archivos del caso Epstein unió a los dos partidos políticos en la Cámara de Representantes y al Senado por primera vez en la presidencia de Trump con un solo voto disidente en la Cámara. 

Unos días después, una de las más destacadas figuras pro-Trump, la bombástica y teatral representante Marjorie Taylor Greene, rompió públicamente con Trump por Epstein y sus prioridades como presidente. En una conversión al estilo paulino, se disculpó por haber abrazado la versión de política tóxica de Trump. También dimitió del Congreso, pero seguramente no desaparecerá de la política. Se rumorea que otros representantes están considerando seguir su ejemplo. 

Este mes, la Cámara de Representantes ha aprobado una iniciativa legislativa demócrata, con un apoyo significativo de los republicanos, que revoca la orden ejecutiva de Trump que había prohibido a los empleados federales tener sindicatos. 

La semana pasada, la Cámara aprobó un presupuesto anual de defensa para 2026 que requeriría que la Administración mantuviera fuerzas en Europa, desafiando abiertamente los planes de Trump de reducir la presencia estadounidense. La votación se vio como una reprimenda a la Estrategia de Seguridad Nacional orwelliana que Trump publicó la semana anterior. 

Quizá lo más significativo es que, en el conservador estado de Indiana, los legisladores estatales desafiaron a Trump y votaron no redibujar los distritos electorales para asegurar un resultado más favorable en las elecciones legislativas de mitad de mandato de 2026. Viendo hacia dónde iba la votación, Trump había amenazado (probablemente ilegalmente) con cortar toda financiación federal a Indiana si los legisladores le desafiaban. Muchos habían recibido amenazas de violencia y otras intimidaciones por parte de los seguidores de Trump.

Tomados por separado, ninguno de estos desarrollos sería significativo. Serían parte del tira y afloja de una presidencia normal, ganas y pierdes algo. Pero la presidencia de Trump no es normal. La avalancha de órdenes ejecutivas y actos que rompieron las normas durante sus primeros 200 días dejó al Partido Demócrata en un silencio atónito, sus seguidores eufóricos y su poder aparentemente sin controles. 

¿Qué pasó? Igual que la bancarrota del personaje de Hemingway, muchas cosas. 

El cierre del Gobierno ayudó a convencer a algunos republicanos de que su liderazgo iba por el camino equivocado. El sórdido y escandaloso caso Epstein logró unir a demócratas y algunos republicanos en la Cámara de Representantes. 

La salud de Trump ha ido empeorando visiblemente. Internet está inundado de especulaciones sobre su estado mental y su condición física. Abundan los vídeos de él echándose la siesta durante las reuniones, arrastrando las palabras, caminando como un marinero borracho y divagando incoherentemente. 

Casi un año después de asumir el cargo, la inflación sigue por encima del objetivo marcado por la Reserva Federal y muchos estadounidenses sienten que no pueden permitirse las necesidades básicas. Los jóvenes, en particular, se sienten excluidos del mercado inmobiliario, la edad media de acceso a la propiedad ha subido a cuarenta años. Creen que su vida será peor que la de sus padres. 

Sin embargo, a medida que comienza la campaña de Navidad, Trump ha redoblado su mensaje de que la economía está mejor que nunca, otorgándose en una entrevista una calificación de «A-plus-plus-plus-plus-plus» en economía.  Defendió sus aranceles como necesarios para proteger la industria estadounidense y dijo que los niños americanos «podían prescindir de 37 muñecas» en Navidad. «Dos o tres es suficiente.» 

Las largas, incoherentes y biliosas publicaciones de Trump en redes sociales no ayudan a aumentar la confianza en sus capacidades. Siempre ha difundido indignación y provocación en las redes sociales, entendiendo que lanzar la primera bomba, escalar y ridiculizar es un buen teatro político. Pero últimamente no ha dado en el blanco. Su extraña y frenética energía parece haberse agotado.

La lista sigue. La corrupción abierta y voraz de Trump, las redadas de personas de aspecto extranjero en las calles, el estacionamiento innecesario de tropas de la Guardia Nacional en ciudades demócratas, la traición a Ucrania, el abrazo a Vladímir Putin, los ataques a embarcaciones venezolanas, los insultos deliberados a los aliados, la probablemente  ilegal demolición del ala este de la Casa Blanca para construir un salón de baile, la percepción de que los oligarcas tecnológicos están gobernando el país –ninguna de estas actuaciones es popular. 

Todo esto se ha traducido en malos resultados en las encuestas. Alrededor del 36% de los estadounidenses aprueba la forma en que está gobernando, frente al 60% que desaprueba, un 24% neto de desaprobación. La aprobación baja al 31% en cuanto a su gestión de la economía. 

La memoria es corta, especialmente entre el sobreestimulado público estadounidense. En 2024, Trump logró derrotar a Kamala Harris centrándose en temas de guerra cultural como los derechos de las personas transgénero, la inmigración y, lo más importante, el coste de la vida. Once meses después de haber iniciado Trump 2.0, las guerras culturales parecen distantes y anticuadas y el país está replanteándose la inmigración. El coste de la vida sigue siendo la principal preocupación. 

Nada de esto augura nada bueno para los republicanos en las elecciones de mitad de mandato de 2026, cuando toda la cámara baja y un tercio del Senado están en juego. De hecho, en una entrevista este fin de semana con el Wall Street Journal, el propio Trump admite que van a ser complicadas. No es de extrañar que los republicanos de todo el país empiecen a distanciarse de él. 

Salud en declive, políticas impopulares, bajos índices de aprobación. Una serie de reveses y disidencia republicana que hace tres meses habrían parecido imposibles. Puede que no sea el final, pero es un cambio. Paulatinamente, y luego de golpe. 

Publicidad