Extremadura: comienza la Reconquista
El desafío electoral extremeño puede abrir un nuevo ciclo político en España

La presidenta de Extremadura, María Guardiola.
Si Sánchez, este psicópata amoral aún en el poder, se jacta de que «España va como un cohete», los más reputados electorólogos españoles, nada que ver con el tramposo Tezanos, responden asegurando que ahora «la derecha va como una moto». Lo cierto es que aquí, en nuestro país, y más concretamente en Extremadura, ha aparecido un milagro: concluye la campaña electoral del domingo y ni María Guardiola, candidata del Partido Popular, ni ninguno de sus cuates, regionales o nacionales, ha metido el cuezo.
Recuérdese lo que ocurrió en la anterior cita: los dirigentes de Feijóo en Madrid y los de la citada Guardiola en Cáceres y Badajoz se pegaron literalmente para constatar quién era más perjudicial para los intereses de su partido. Y así sucedió que los outsiders de Vox les rebañaron algunos votos decisivos. Ahora, en este momento, lo que se desprende de las muestras más fiables es, sin embargo, que el PP se está llevando casi un 10% de las voluntades que hace tres años se alojaron en el PSOE.
Y otra percepción más: aunque se diga lo contrario, fundamentalmente en las abyectas redes sociales, Vox no está pescando a lo grande en el caladero popular; no tiene candidato… aunque, bueno, sí lo es un tal Fernández y, sobre todo, ese señorito a caballo llamado Abascal que recorre las dehesas llenas de bellotas (me refiero al fruto) y que está empezando a cabrear a los currantes que todos los días van a la oficina.
Guardiola lo tiene a huevo porque se lo ha trabajado. Enfrente, un individuo acosado por la Justicia, de apellido Gallardo, al que Sánchez ha mantenido en el machito en pago a haber sido la muchacha de servir del hermano trompetista David.
Extremadura es la gran desconocida de España. En su tiempo recibió, al alimón con la cercana Andalucía, una pléyade de cadáveres procedentes de los asesinatos de ETA, y se aguantó con la escasa atención que los sucesivos Gobiernos de la democracia le prestaron durante décadas. Ya no es, pese a la propaganda de los analfabetos, una tierra ni vacía ni baldía, pero todavía padece una despoblación clamorosa: apenas 25 habitantes por kilómetro cuadrado.
Pero, de pronto, la Historia, con mayúsculas, de este país se ha dado un capricho, se ha puesto cachonda y ha decidido poner de moda, dar una oportunidad a los menos favorecidos. Es decir, lo que ocurre exactamente ahora, este domingo en que probablemente empieza la Reconquista de España con la victoria —¡Dios lo quiera!— de la gente honrada y liberal de la Nación sobre las hordas que, al mando del susodicho psicópata amoral, han enfangado y destrozado la Nación más antigua de Europa.
(Y un viraje a este respecto. La denominación de «psicópata amoral» no es un invento agresivo del cronista; no: es la definición del gran padre de la psiquiatría científica moderna, el alemán Emil Kraepelin, que describió más de cincuenta variables de la psicopatía y que se centró en la «amoral», que padece cualquier persona que actúa con indiferencia y desprecio ante lo que pueda pensar la gente, que está desprovista de sentimientos nobles como el honor, la verdad, la ética, el Derecho o la Justicia y que resulta ser, en definitiva, un hombre «desalmado». Díganme si encuentran en España un arquetipo al que colgarle este hallazgo psiquiátrico. Digo yo que Kraepelin le tendría encerrado en un manicomio de los antiguos).
Pero volvamos al caso, que escribiría Pemán (por cierto, un enorme literato condenado a galeras por los analfabetos de izquierda). Comienza este domingo el gran festín electoral español después de casi seiscientos días de abstinencia, en los que el poder nos ha trabajado en seco. Y empieza en el territorio clásicamente más comprometido del país, en esa Extremadura donde nunca ha ganado el centroderecha: todo se lo han llevado dos políticos de la siniestra, Rodríguez Ibarra y Fernández Vara, ciertamente edulcorados en sus señas de identidad progresistas, unos gravámenes que apenas se han traducido en prosperidad para sus semejantes.
A Guardiola le toca ahora iniciar la Reconquista de una Nación colapsada por la maldad intrínseca de un sujeto empeñado en enfrentar de nuevo, civilmente, a dos bandos que hace muchos años que se habían reconciliado. A Guardiola le toca asentar los principios, o sea, vencer con claridad en una región sistémicamente inclinada a la izquierda. Una buena parte de su destino marcará no ya el de Feijóo, desde luego, sino el de todas las gentes del país, hartas del destrozo político, social y natural que ha realizado el susodicho psicópata amoral.
Esto es lo que está en juego a la vera misma de las elecciones extremeñas. Un triunfo glorioso de Guardiola, cercano o por encima de los 30 escaños, serviría de acicate para Azcón, el 8 de febrero en Aragón; para Mañueco, la segunda semana de marzo en Castilla y León; y para Juanma Moreno, los últimos días de mayo en Andalucía. La Reconquista se inaugura en tierra hostil donde nunca ha vencido el centroderecha español. Es —lo digo— el más difícil todavía.
Es de esperar que, en las pocas horas que quedan para que se abran los colegios electorales, no viaje a Badajoz o Cáceres alguno de los ciertos genios que todavía se acoplan en el regazo de Feijóo y que, de un plumazo, pueden destruir el esfuerzo y la campaña —estupenda campaña— de Guardiola. Tópicamente, está en juego, sin exageración alguna, el gran porvenir de España.
P. D.: Si España fuera Italia y los obispos españoles hubieran nacido, por ejemplo, en Valladolid o en Huelva, las opiniones comprometidas del presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Argüello, sobre cuestiones de actualidad política se habrían escrito, negro sobre blanco, en una homilía que se leería en todas las iglesias extremeñas este fin de semana. Allí, en Italia, los católicos exigen saber cómo instruirse. Aquí —lo dictamina Sánchez— eso es fascismo.
