The Objective
Fotomatón

De Podemos y el abuso sexual

«No son un modelo intelectual para nadie, pero sus limitaciones no les impiden desplegar una crueldad elemental»

De Podemos y el abuso sexual

Ione Belarra, Irene Montero y Pablo Iglesias en una imagen de archivo. | EP

Hace años vi en El Español un diagrama que mostraba a la dirección de Podemos con las relaciones sexuales polivalentes entre todos ellos: la cópula, que no la cúpula. Irene era la quinta novia de Pablo Iglesias, después de Tania Sánchez, Marisa Matías, Jessica Albiach y Dina Bousselham. Pablo era el cuarto de Irene, después de Rafa Mayoral, Juanma del Olmo y Sergio Pascual, no sé si por este orden. Iñigo Errejón tuvo amores con Clara Serra, que después de lió con Daniel Iraberri, y Rita Maestre, actualmente casada con Manuel Guedán júnior. Rafa Mayoral empató con Gara Santana y Juanma del Olmo con Isa Serra. Al verlo me vino a la memoria un famoso soneto de Quevedo: «Hecho un corral de cuernos te contemplo, cuernos pisas con pies de cornería», aunque admito no tener el diagrama al día, en parte por la complejidad del tema, en parte por pereza. Javier Krahe empleó el sintgma quevediano en el título de un disco.

Cualquiera diría que estos cruzamientos son fruto de un talante liberal y que no suponen en ningún caso motivo de afrenta, ya dijo y repitió Irene que el único criterio es el consentimiento, pero no debe de ser verdad del todo; cualquiera que haya visto aquella histórica foto de la ex de Pablo, Tania Sánchez, bajando por el pasillo del hemiciclo desde el escaño detrás de la columna que le había asignado Irene, puede comprobar la mirada preñada de rencor con que la augusta pareja la apuñala por la espalda.

Más modernamente, según me cuenta Rosa Belmonte, Pere Rusiñol acuñó una exacta definición de la naturaleza de Podemos: «Fue un plan para follar que les fue de las manos». No fue lo único que se les fue de las manos y el apellido Rusiñol es cuna de grandes frases. El gran Santiago Rusiñol, del que no me consta parentesco con el citado, alumbró una que la revista Por Favor tuvo como divisa: «La vida es como una escalera de gallinero: corta, pero llena de mierda».

No son un modelo intelectual para nadie, pero sus limitaciones no les impiden desplegar una crueldad elemental, un instinto criminal que en ellos hace las veces de inteligencia. La última manifestación de esto que digo es la unanimidad con que las voces más destacadas de la purria se han concertado para expandir y dar carta de naturaleza a un anónimo injurioso contra Adolfo Suárez. Una vez más unidos en la tarea de hacer el trabajo sucio a Pedro Sánchez y a su propia memoria y, de paso, echar un borrón sobre la parte más noble de la transición y sobre una de sus figuras más señeras. 43 años después de los pretendidos hechos, una supuesta víctima de Adolfo Suárez, se querella contra su figura, sin aportar prueba alguna, solo con su palabra. Padece un dolor insoportable y se siente revictimizada desde que le han puesto su nombre al aeropuerto Madrid-Barajas. El presunto delito se ha evaporado por la vía de la prescripción y el denunciado es inimputable por haber fallecido hace 11 años. Más mérito tenía lo de Baltasar Garzón que firmó el auto contra los responsables de la dictadura franquista 43 años después del hecho biológico que se llevó a Franco. Es un plazo razonable por lo visto para la memoria histórica. El País llevaba 13 meses detrás de la historia, cuenta Isabel Valdés, aunque admite que «no cuenta con pruebas documentales de la relación ni de las agresiones». No se aporta tampoco la identidad de la denunciante. Y sin pruebas, ni denunciante conocida, se han lanzado contra el gran mito de la democracia española: la Transición, que tiene a dos figuras relevantes en las personas del rey Juan Carlos, inspirador, y Adolfo Suárez, su gestor. Aún no han encontrado la cuña para arremeter contra el artífice legal, el gran Torcuato Fernández-Miranda, pero todo se andará. Algo de zoofilia, quizá. La fecha en la que empezó el supuesto affaire de Suárez con la menor también tiene su aquel: el 31 de octubre de 1982, tres días después de la noche triste del fundador, el hundimiento de la Unión de Centro Democrático. Pueden argumentar que con el estado de ánimo que le quedó tras la derrota era lógico que buscara consuelo en brazos adolescentes.

Irene Montero debería tener en cuenta que tiene junto a sí, eso creo, un caso claro de prevalencia de abuso, de superioridad que empaña el consentimiento: el que tienen los profesores sobre sus alumnas. El Mundo relató hace años la denuncia de Fernanda Freire, entonces una alumna de Relaciones Internacionales de la Complutense, de 18 años, hoy consultora, a quien Iglesias le dijo: «Voy al baño a refrescarme. Te espero allí», después de que Monedero le hubiese metido mano. Era un trato frecuente con las alumnas. Una de ellas hizo carrera, pongamos que hablo de Dina Bousselham. Recordemos que esta moza denunció el robo de su móvil y que el aparato acabó en poder de Antonio Asensio. Este llamó a Pablo Iglesias para devolverle la tarjeta por una razón evidente: era el único personaje conocido que aparecía en las fotos, no sé si muy explícitas, que yo no las he visto.

Hay otro asunto del que tiene conocimiento la disminuida madre de sus hijos: el mensaje que su novio compartió con su cómplice Monedero a través de la mensajería de Instagram sobre la periodista Mariló Montero: «La azotaría hasta que sangrase… Esa es la cara b de lo nacional popular… Un marxista algo perverso convertido en un psicópata».

Me van a permitir llegados a este punto un reproche que ya tengo escrito hacia esta tía, convencido, como estoy, de que todo lo que pase entre adultos libres, mediando consentimiento, es absolutamente lícito. Pero Irene, al tener noticia de esta querencia debió decirle: «Escucha, imbécil. Tú no le azotas a nadie más que a mí».

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