The Objective
Hastío y estío

Pedro Sánchez, solo en casa

«Atrincherado como un niño bastante más asustado que el de la película, prepara sus trampas»

Pedro Sánchez, solo en casa

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Fernando Sánchez (EP)

Estas fechas navideñas, con sus luces y sus villancicos, siempre nos devuelven algún clásico moderno. Uno de ellos, inevitable en las televisiones españolas, es Solo en casa, esa película de 1990 donde un niño travieso, Kevin, interpretado por un Macaulay Culkin en su momento de gloria, es olvidado por su familia en una mansión de Chicago mientras todos vuelan a París para celebrar la Navidad. Kevin, solo, transforma la casa en una fortaleza improvisada contra dos ladrones torpes, usando trampas caseras que van desde planchas calientes hasta tarántulas sueltas.

Y aquí viene lo curioso. Mientras millones de españoles revivimos esas escenas estas Navidades de 2025, Pedro Sánchez parece estar viviendo su propia versión de Solo en casa. Pero sin el ingenio de Kevin, sin las risas y, sobre todo, sin el final feliz donde la familia regresa a casa a reencontrarse con el niño. El presidente se ha «bunkerizado» en Moncloa tras el batacazo histórico del PSOE en las elecciones extremeñas, un feudo tradicionalmente socialista que se ha derrumbado como un castillo de arena.

Pedro Sánchez es, sin duda, el culpable de la humillación extremeña y de las que están por venir. Él impuso a Gallardo como candidato, un perfil controvertido por sus imputaciones y por el caso del «hermanísimo» David Sánchez, que olía a enchufismo desde lejos. Sánchez se implicó en la campaña, prometiendo inversiones millonarias y defendiendo a su pupilo como víctima de «bulos». Pero los extremeños no compraron el relato. Votaron con la memoria de la amnistía, de los escándalos de corrupción, del desgaste acumulado. Fue un referéndum contra el presidente envuelto en unas elecciones autonómicas, y el resultado fue demoledor.

Desde entonces, Sánchez ha optado por el «modo Kevin». Estar «solo en casa». Encerrado en Moncloa sin dar la cara. El día después del fracaso extremeño, compareció en una declaración institucional sin preguntas, clásico del manual de resistencia, para anunciar un minirrelevo ministerial tras el exilio forzado a tierras aragonesas de mi paisana Pilar Alegría. Ni una palabra sobre Extremadura. Mucho menos hacer autocrítica. Como si el hundimiento en un feudo histórico no hubiera pasado. Algunos socios de investidura, como Podemos y Sumar, le afean el «inmovilismo». Pero él, atrincherado como un niño bastante más asustado que el de la película, prepara sus trampas: cambios cosméticos como el de la portavoz del Gobierno, o la ministra de Educación. Encapsular la derrota como «algo local», y que las fiestas navideñas traigan el olvido.

En la película, Kevin pone trampas porque sabe que los ladrones quieren robar en su casa. Sánchez, amuralla el que cree su castillo, la Moncloa, con la esperanza de no salir nunca de esa humilde residencia para un socialista como él. No teme a los «ladrones», pues han sido sus hombres de confianza en el partido, tanto que los eligió él con ese ojo clínico suyo para rodearse de personas con sus mismos «intereses». Santos Cerdán, Koldo, o Ábalos, le han sido tan fieles que le acompañaron en un viejo Peugeot por la piel de toro, hasta ser cogidos por este. Hay que ser muy desagradecido para que los tres cambiaran ese vehículo por un furgón, y Sánchez no haya querido acompañarles en ese viaje. Los tres acabaron en una casa con barrotes. Igual que como Sánchez se siente en la suya, pero los del presidente son imaginarios, y, por tanto, los más sólidos. No querer salir de su casa por si acaba en la de sus «tres amigos». Las trampas de Kevin eran ingeniosas y divertidas. Las de Sánchez huelen a desesperación. Kevin, al final, anhela el regreso de su familia. Sánchez, en cambio, se va quedando cada vez más solo. Rodeado de unos pocos fieles incondicionales, que es cuestión de tiempo que le abandonen. Compañeros de partido con bastante menos moralidad que los dos ladrones de poca monta de la película. Y es que no es lo mismo unos rateros con poca malicia, que unas ratas que abandonarán el barco en cuanto vean la primera gota de agua bajo sus pies.

Estas Navidades, mientras vemos Solo en casa por enésima vez, pensemos en el paralelismo. Kevin era un niño listo que sobrevivía solo. Sánchez, en su palacio presidencial, está solo porque se ha olvidado de muchos por el camino, y no se puede fiar del resto. Solo le queda convertirse en un hikikomori —término japonés para referirse a un aislamiento social extremo; personas que se retiran de la sociedad y se confinan en sus hogares por periodos mínimos de seis meses, pero que pueden alargarse por bastante más tiempo—. El objetivo «mínimo» de Sánchez es hacerlo hasta 2027. Algo probable, pues desde las últimas elecciones se va preparando para ello. No será fácil sacarle de Moncloa antes de esa fecha, y por descontado hará falta algo más que dos malhechores de poca monta para conseguirlo.

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