Pensiones en España: el momento de la responsabilidad y el realismo
Para 2054, habrá tres personas mayores de 65 años por cada cinco en edad de trabajar

En las últimas semanas (aquí, aquí, aquí y aquí) hemos tratado algunos problemas que afectan a nuestro sistema de pensiones. En la actualidad, atraviesa un momento crítico, marcado por una descompensación estructural y sostenida entre sus magnitudes fundamentales. Los más de 200.000 millones de euros pagados este año, junto con la revalorización de todos los conceptos (el 2,7% para las contributivas, el 7% para las mínimas y el escandaloso 11,7% para las no contributivas, aludiendo a una justicia social que, de nuevo, castiga a quienes aportan y premia a quienes no) muestran una tendencia donde el gasto agregado —la nómina total— se dispara muy por encima del número de pensionistas y de la capacidad de los cotizantes para sostenerlo. Como hemos visto, desde 2005 el gasto anual en pensiones se ha multiplicado por 2,6, superando con creces el modesto incremento del 15% en el número de prestaciones. Esta brecha creciente entre ingresos y gastos actúa como un canario en la mina: las tendencias demográficas avanzan mucho más rápido que los ajustes normativos.
La realidad demográfica es, quizás, el desafío más grave. España se enfrenta a uno de los incrementos más pronunciados de la ratio de dependencia de toda la OCDE; para 2054, habrá tres personas mayores de 65 años por cada cinco en edad de trabajar. La llegada masiva a la jubilación de la generación del baby boom, unida a una natalidad persistentemente baja, crea una presión que se intensificará en la próxima década. Además, el sistema español es excepcionalmente generoso, con tasas de reemplazo del 86,3% frente al 63,2% de la media de la OCDE; esto significa que los jubilados españoles perciben casi el 90% de su último salario en el momento de la jubilación. En segundo lugar, lo que es mucho más grave, nuestros jubilados perciben, en promedio, entre un 62% y un 72% más de lo que han aportado.
Para sostener este desequilibrio, el Estado transfiere constantemente fondos que provienen de nuestros impuestos, habiendo pasado de 15.600 millones en 2019 a 41.600 millones en 2024. Mientras tanto, se mantiene el relato de la «hucha de las pensiones» que lejos de ser un fondo de reserva real, como hemos visto, funciona como un instrumento coyuntural para cubrir gasto corriente, ofreciendo apenas dos semanas de cobertura en la última década. Seguir apelando a este concepto sin abordar reformas profundas recuerda al «espejito, espejito, dime quién es la más guapa» de la madrastra de Blancanieves; lo que existe es un sistema de reparto puro que, ante el déficit, difiere el ajuste mediante deuda o subidas de cotizaciones que penalizan el empleo.
Por otro lado, la inmigración no es una solución mágica por sí sola. Un escenario de inmigración cero llevaría al colapso financiero, pero una inmigración indiscriminada y mal integrada reducirá la productividad, tensionará los servicios públicos y generará problemas sociales, como muestran nuestros vecinos. La clave reside en una inmigración selectiva ligada a las necesidades reales de la economía, que ayude a sostener la población activa sin desestabilizar la cohesión social.
A pesar de la gravedad del diagnóstico, y al cada vez menor plazo para reaccionar, el futuro no está escrito. Contamos con el diagnóstico, con los ejemplos internacionales y con el talento para rectificar el rumbo. Países como Suecia o Italia han implementado cuentas nocionales, aportando credibilidad y solvencia al sistema. La solución pasa por tratar a los ciudadanos como adultos y debatir con serenidad un modelo que combine sostenibilidad y suficiencia.
El camino hacia la estabilidad requiere alejarse del populismo y de la compra del voto y elevar la productividad, alargar la vida laboral, mejorar la participación de jóvenes y mujeres, e introducir mecanismos de ajuste automático ligados a la esperanza de vida. Si actuamos con responsabilidad, el sistema dejará de ser una carga insostenible para convertirse en una garantía de bienestar real. La descompensación actual es una invitación a reflexionar y a modernizar nuestro pilar social; el tiempo para actuar es ahora, y la oportunidad de construir un modelo equilibrado y justo para todas las generaciones está a nuestro alcance.
