The Objective
Hastío y estío

La 'Soledad' también abandona a Sánchez

«La que fue guardiana del sanchismo ahora lo despide con un beso de Judas impreso en papel de periódico»

La ‘Soledad’ también abandona a Sánchez

La periodista Soledad Gallego-Díaz. | EP

En estas fechas navideñas, cuando la soledad se disfraza de melancolía y las luces de las calles intentan disimular las sombras asociadas al poder, llega un artículo que, como un puñal envuelto en seda, hiere de muerte la esperanza de un líder. El domingo pasado en las páginas de El País, Soledad Gallego-Díaz, esa dama de hierro del periodismo progresista, y la primera mujer en dirigir el diario del grupo Prisa, escribía una columna titulada «Sánchez no debería volver a ser candidato». Y aquí está el juego cruel del destino: la Soledad que tanto ha acompañado a Pedro Sánchez en sus días de resistencia, ahora lo abandona. No deja de ser irónico que la otra soledad, la que no es un nombre de mujer, le haya acogido en su seno por ser un fiel defensor de esa frase maquiavélica de que «el fin justifica los medios», y si estos eran del grupo Prisa, pues mejor.

En junio de 2018, cuando Sánchez estrenaba su presidencia tras la moción de censura que desalojó a Rajoy, el grupo Prisa buscaba una directora que se llevara bien con el nuevo inquilino de Moncloa. Antonio Caño había sido demasiado crítico, demasiado independiente para los gustos de algunos. Y allí estaba Soledad Gallego-Díaz, veterana de la casa, defensora feroz del sanchismo naciente, elegida para pilotar El País en tiempos de luna de miel entre ese partido socialista y ese grupo de comunicación. Fue la primera mujer al frente del periódico, un hito simbólico que coincidió con el alba de un Gobierno que prometía feminismo, diálogo y renovación. Durante años, sus columnas y el tono general del diario actuaron como escudo protector: defendiendo al presidente de los ataques de la derecha, justificando sus alianzas con unos socios manifiestamente mejorables, y tapando sus errores y maldades. Era la Soledad aliada, la que no dejaba solo al líder en la tormenta.

Y ahora, siete años después, esa misma Soledad escribe que «diga lo que diga Sánchez, en estos momentos es muy difícil que el presidente del Gobierno renueve su candidatura personal». Dice que no hay un candidato mejor en el PSOE, pero añade, con esa mordacidad disfrazada de objetividad: las ventajas que pueda presentar Sánchez no son comparables con el rechazo visceral que provoca en sectores que no están dispuestos a valorar siquiera su candidatura. Propone, incluso, que dé paso a una mujer «con vocación de diálogo», una imagen más cercana a la concordia que el país, según ella, necesita para evitar la «huella terrible» de la polarización eterna.

Qué ironía tan exquisita, qué poesía trágica. La que fue guardiana del sanchismo ahora lo despide con un beso de Judas impreso en papel de periódico. Porque este artículo no es solo una opinión aislada; es la señal de que el viento cambia en el grupo Prisa, ese feudo que parecía de fidelidad inquebrantable. Parece que los tiempos están cambiando como canta Bob Dylan, este con bastante mejor aspecto que el presidente y con un Nobel en su casa, y los mamporreros de Sánchez todavía llorando porque su amado líder no ganará nunca el de la Paz. El País, cabecera histórica del progresismo español, comienza a soltar amarras. Ya no defiende con uñas y dientes. Ahora analiza, critica, y sugiere relevos. Habla de la debilidad del líder socialista como quien describe un ocaso inevitable.

Y si El País empieza a dejar de lado a Sánchez, ¿qué vendrá después? La Cadena SER, esa otra joya de Prisa, con sus mañanas dominadas por voces que han sido altavoz del Gobierno. Pronto, quizá, hasta Àngels Barceló, esa sacerdotisa de la información progresista, negará hasta tres veces haber conocido y defendido las políticas del líder socialista.

Pedro Sánchez, ese superviviente de la política que ha bailado sobre volcanes con gracia felina, se encuentra ahora en la más poética de las soledades: la de quien ve cómo hasta sus aliados históricos le sugieren, con delicadeza, que es hora de irse. La Soledad lo abandona, y con ella, quizá, el último bastión mediático que le quedaba. Qué elegante es el declive cuando se anuncia en columnas dominicales. Qué mordaz la historia cuando escribe sus giros con el nombre más solitario de mujer. Sánchez intentará sobrevivir a esta puñalada y que su herida no sea tan profunda ni tan oscura como un pozo, o lo que es lo mismo, cuando la soledad se escribe con minúscula y busca acaparar en quien ha puesto sus ojos.

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