Yolanda Díaz, la sonrisa que no asusta
A Sánchez no le debe de estar haciendo mucha gracia la creciente popularidad de la vicepresidenta segunda y saber que para los votantes de la franja entre 18 y 45 años es la que goza de mayor simpatía
Hace unos días, al escuchar a un tertuliano en una emisora de radio me impactó una frase suya: «Es una comunista que cae simpática hasta a los ricos del barrio de Salamanca» de Madrid. Se refería a Yolanda Díaz (Fene, A Coruña, 1971), la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social. Es la sonrisa que no asusta ni siquiera a no pocos de las capas conservadoras, incluso a aquellos que están en las antípodas de su ideario político. ¿Podría esta gallega de origen y vocación llegar a ser presidenta en las próximas elecciones generales? Sus detractores sostienen que es una sectaria, una comunista irredenta que defiende el gasto social exagerado y una mayor presión fiscal. Quienes la defienden, por el contrario, se identifican con su verbo suave, su lenguaje directo en defensa de los trabajadores (perdón, y de las trabajadoras) y de denuncia de la desigualdad social.
Mi opinión poco cuenta obviamente, más allá de ser un simple ciudadano, que a veces ejerce el derecho de voto y otras, bastantes, declina hacerlo ante el pobre panorama que me rodea. Confieso que a fecha de hoy lo que más me atrae de la vicepresidenta es su sonrisa (¿siempre se ríe esta señora?), su acento gallego y su melena rubia al viento. Las malas lenguas aseguran que frecuenta una cara peluquería madrileña y que cuida mucho la imagen y el vestuario a diferencia de cuando en Ferrol, Coruña o Santiago ejercía como abogada laboralista, dirigente de Esquerda Unida y Marea o diputada autonómica. ¿Es machismo este comentario elogiando su apariencia por delante de sus ideas? Quizás. No me importa en cualquier caso. Pienso que en la sociedad actual el ciudadano presta más atención al aspecto físico y al tono de un político antes que a sus ideas. En el caso, obviamente, que las tenga. Así, por ejemplo, si nos centramos en la política española, Pablo Iglesias, el gran valedor de Yolanda Díaz y a la que ayudó a dar el salto a la política activa, nunca cayó muy bien cuando era el número dos de Pedro Sánchez. Poco contaba lo que estuviera diciendo. Lo hacía frunciendo el ceño, medio enfadado, como si nos riñera y nos aleccionara desde un púlpito. Sánchez tiene otras maneras, pero el problema del actual primer ministro es que lo que a mí me dice en la tele o la radio o en los demás medios no sólo no llego a creérmelo, sino que me lo dice con un irritante tono condescendiente. En teoría (sólo en teoría) se siente muy seguro de sí mismo y piensa ser el más guapo y el más listo de todos. Qué engaño el suyo. Yo lo voté una vez, pero no tengo ninguna intención de repetir.
Yolanda, en cambio, es bien distinta. Ella confesó en un reportaje que apareció el año pasado en el dominical de El País (el diario progubernamental no da puntada sin hilo y ya ha puesto el ojo en ella) que lo más le gusta es mezclarse con la gente: «Me da mucho cariño cuando me paran y me saludan. Me emociono». En ese mismo artículo declaraba que «soy muy idealista, pero estoy pegada al suelo». El anuncio de que desea crear un movimiento social por encima de los partidos ha generado inquietud no sólo en las filas de Unidas Podemos, sobre todo en su actual líder, Ione Belarra, y su hasta ahora íntima Irene Montero, sino también en el propio Sánchez y en el PSOE. No debe de resultar agradable para el jefe de Gobierno que la vicepresidenta segunda esté mejor valorada que él en todas las encuestas y que lo acaba de confirmar la última del CIS esta semana, donde, por cierto, Unidas Podemos sube por primera vez unas décimas al igual que Vox. Iván Redondo, el ex gurú de Sánchez, cuyo desembarco en los medios desde la salida de Moncloa ha revelado a mi juicio que vende más humo que paja, viene pronosticando desde esa colaboración semanal en La Vanguardia, bajo el pomposo epígrafe inglés The Situation Room (todo es pomposo en este hombre) que Díaz tiene «altas probabilidades» de ser la primera mujer presidente de gobierno de España, «y ojo, cuanto más se alargue la legislatura, mejor para ella». A Sánchez no le debe de estar haciendo mucha gracia la creciente popularidad de la vicepresidenta segunda y saber que para los votantes de la franja entre 18 y 45 años es la que goza de mayor simpatía.
Entre sus colegas del Consejo de Ministros no todo son sonrisas. Los ministros económicos socialistas, y en especial la vicepresidenta primera y titular de la cartera de Economía, Nadia Calviño, han tenido fricciones abiertas con ella en muchos temas y sobre todo en el espinoso de la reforma laboral. ¿Derogar? ¿Eliminar y revisar algunos de los puntos de la reforma de 2012 como son la precariedad y la temporalidad del empleo? Ellos sostienen que bajo la máscara de la sonrisa y la melosa voz gallega hace lo que quiere y es radical en sus posturas. Vaya, una loba con piel de cordero. Díaz sostiene públicamente que ante todo defiende el diálogo en una negociación, que hay que saber escuchar a la otra parte y ceder. Hasta ahora le había ido muy bien con los agentes sociales y especialmente con el presidente de la patronal, Antonio Garamendi: ERTES, salario mínimo interprofesional, salario mínimo vital, etc. Más espinoso lo tiene con sus ideas sobre la reforma laboral, enfrentada a su colega Calviño y a la filosofía de los empresarios.
¿Hasta dónde puede llegar esta política gallega, que no ha roto el carné del PCE y es hija de un ex dirigente sindicalista gallego? Ese proyecto de movimiento de izquierda por encima de los partidos y de identificación con la sociedad civil está en una fase embrionaria y no exento de obstáculos. Ella fue ungida con el título de heredera por Pablo Iglesias el mismo día que éste abandonó la vicepresidencia para presentarse a las elecciones autonómicas madrileñas. ¿Quién la votó más allá del dedazo del hoy tertuliano radiofónico? Su ventaja es que, como opinan algunos analistas políticos, su discurso es transversal, genera ilusión, que tanta falta hace, y no es frentista a a diferencia del Podemos de Iglesias. ¿Girará ese futuro movimiento en torno a ella? Yolanda confiesa que no tiene ambiciones personales y que soporta mal el ruido político y los egos que le rodean. «Si eso sigue me voy a mi casa», declaró sin explicarlo más en una reciente entrevista en la SER. Tengo fuertes dudas de que cumpla la amenaza y se vaya a su querida tierra gallega a disfrutar sobre todo del mar, que tanto echa en falta en Madrid. Todos, o casi todos, quienes se dedican a la política aseguran carecer de aspiraciones más allá de lo que tienen en el momento. Sin embargo, una vez que se meten en esa hoguera de la vanidades resisten mal dejarla. Veremos qué sucede con esta mujer de rostro y voz amables, sonrisa encantadora y rubia cabellera al viento. A mí me tiene algo inquieto al mirar por la mirilla. Lo confieso como también que si en un futuro no lejano se llegara a dar un duelo entre ella e Isabel Díaz Ayuso en busca de La Moncloa lo seguiría con atención como si fuera un clásico de fútbol en donde estuviera en juego la Liga. ¡Un debate en televisión entre las dos lideresas en hora punta! ¡Qué emoción! ¡Qué más da que incumplieran luego su programa! De momento, ya hay en máquinas libros sobre el efecto Yolanda. ¡Cómo debe de estar Sánchez tragando sapos y mirándose al espejo para preguntarse si el más alto y más guapo continúa siendo él!