Las otras víctimas del crimen de los marqueses de Urquijo
‘Honor’, o los intentos de la hija de Mauricio López-Roberts, condenado por encubrimiento en el crimen, por determinar qué pasó realmente
Sucedió un caluroso 1 de agosto de 1980. María Lourdes de Urquijo Morenés y Manuel de la Sierra y Torres, marqueses de Urquijo, fueron asesinados a tiros en su chalé de doble planta en Somosaguas. El marqués, de 54 años, recibió un tiro en la nuca, disparado desde un arma con silenciador. Su mujer, que tenía 45 y dormía en la habitación contigua a la suya, se despertó al escuchar ruidos y descubrió al autor o los autores del crimen, lo que llevó a que recibiera un primer disparo en la boca y fuese rematada por otro en el cuello.
El hallazgo de los cadáveres se convirtió en un crimen mediático, y el peso de las sospechas recayó en un primer momento en el entorno familiar. Aunque sus hijos, que eran los herederos y tenían una relación tirante con sus progenitores, se salvaron porque tenían coartada: Juan, de 22 años, se encontraba entonces en Londres, mientras que Miriam, de 24, vivía con su nueva pareja y, según declaró, estaba cuidando de su hijo la noche del asesinato.
La coartada más endeble era en aquel momento la del ex de Miriam, Rafael Escobedo, Rafi, un niño bien sin mucha personalidad que se había separado de Miriam (con la que se casó en separación de bienes) poco antes del crimen, y afirmó que la noche de marras había salido de copas con un amigo. Ocho meses después de lo ocurrido, la policía registró la finca que su padre tenía en Moncalvillo de Huete (Cuenca). Allí se encontraron varios casquillos de bala, lo que llevó a que tanto Escobedo como su padre resultaran detenidos (en la armería familiar faltaba una pistola del mismo calibre que la utilizada en el crimen).
Finalmente, el yerno de los marqueses confesó bajo presión policial ser el autor de los disparos que habían acabado con la vida de ambos. La investigación del caso fue chapucera, alguien logró eliminar todas las pruebas (los casquillos desaparecieron del juzgado) y el juicio se convirtió en un circo que no esclareció los interrogantes que se habían planteado. Aun así, Escobedo fue condenado en julio de 1983 a 53 años de cárcel por el doble asesinato de los marqueses. «Escobedo cometió el crimen solo o en compañía de otros», rezaba la criticada sentencia.
Cuatro años más tarde, totalmente deprimido y consciente de su negro futuro, Escobedo concedió una entrevista en la que acusaba de los asesinatos a Juan y Miriam, y aseguraba que el móvil del crimen fue la cuantiosa herencia familiar. «Fui a la casa de mis suegros, citado por Miriam. Me llevó [mi amigo] Javier Anastasio y, cuando yo llegué allí, supongo que ya estaba todo más o menos hecho», contó frente a las cámaras el que, poco después, aparecería muerto en su celda de la prisión de El Dueso (Cantabria), colgado de los barrotes de una ventana con un trozo de sábana, llevándose a la tumba los nombres de quienes le acompañaron la fatídica noche. La versión oficial habló de suicidio, pero otros aseguran que Escobedo fue asesinado porque molestaba (los datos de la autopsia encargada por el abogado Marcos García Montes revelaron que los pulmones de Rafi contenían restos de cianuro, y que el principal acusado no murió por asfixia provocada por ahorcamiento ni por sobredosis de drogas).
Pero la truculenta historia no acabó ahí. El llamado segundo sumario del caso, abierto en 1983 a raíz de que Mauricio López-Roberts y Melgar contara a la policía todo lo que sabía sobre la noche de autos, sirvió para detener a Javier Anastasio, quien por lo visto se deshizo de la pistola empleada para matar a los aristócratas, pero también llevó al marqués de Torrehermosa a ser procesado por encubrir a su amigo Rafi (que para muchos fue la víctima propiciatoria de una conspiración).
López-Roberts y Melgar, que resultó condenado a diez años de cárcel y pasó casi un lustro entre rejas, quedó marcado para siempre por el crimen de los Urquijo. «Vivir con tres compañeros en una misma celda fue un ejercicio emocional diario que pudo soportar gracias a la cercanía y el apoyo constante de su familia», comenta ahora a THE OBJECTIVE su hija Macarena López-Roberts. «Siempre nos recibía con una sonrisa cuando íbamos a visitarle. En la mayoría de sus cartas siempre daba la impresión de estar equilibrado y contento. Conociéndolo, sé el gran esfuerzo que tuvo que hacer para mantenerse cuerdo. Cuando salió de la cárcel vivió retirado, en el campo. Volvió a su esencia».
Desde que el marqués de Torrehermosa falleciera en 2014, su hija ha intentado ver restablecida su reputación. «Quiero desempolvar el caso y devolver a mi padre el lugar que le corresponde. No tuvo nada que ver con los asesinatos pero pagó caro proteger a su amigo Rafi Escobedo», asegura López-Roberts en Honor. Las otras víctimas del crimen de los marqueses de Urquijo, una novela ficcionada que ha escrito a modo de diario junto a la periodista Angie Calero.
En ese libro, la hija del marqués de Torrehermosa, viendo que alguien atenta de nuevo contra el honor de su padre, maltratándolo en un programa de televisión, intenta buscar la fórmula para acogerse al derecho al olvido y borrar las más de setecientas entradas que hay sobre Mauricio, relacionadas con el crimen de los marqueses. Ante la negativa de Google de eliminar los rastros en la red, la empresaria madrileña decide contratar a un hacker para que le ayude con el ‘borrado digital’.
Al mismo tiempo, López-Roberts decide iniciar junto a la periodista de ABC una investigación exhaustiva, entrevistándose con todos los supervivientes para intentar esclarecer qué ocurrió realmente aquel día de agosto de 1980. Una de las charlas más reveladoras es la que ambas mantuvieron con Julián Zamora, el psicólogo que trató a Rafi poco después de la fecha de los crímenes. Para Zamora, el único condenado por el crimen «se reconoció desde el principio como autor porque figuraba en el guion que alguien había escrito. Pero Rafael no disparó, no estaba en su personalidad».
La opinión de Calero concuerda con la del psicólogo. Además, la periodista tiene claro que las distintas teorías sobre el caso desviaron desde un principio la atención sobre quién mató a los marqueses. «La teoría de que el crimen de los Urquijo fue el crimen perfecto no solo se construye por la cantidad de pruebas que se perdieron, los testigos que no ratificaron sus declaraciones, o todas las idas y venidas de acusaciones a través de demandas y querellas que después no llegaron a ningún lado», apunta Calero. «Que no se pudo demostrar nada es un hecho, pero el crimen de los Urquijo también fue perfecto por todo el ruido mediático que generó. El debate en la calle se basó en hablar sobre el perro que no ladró aquella noche, un lazo de terciopelo sin dueña que apareció en la escena del crimen, o las fiestas que se celebraron en la casa cuando los marqueses acababan de morir».
Ese tipo de informaciones, cargadas de morbo, fueron las que desviaron la atención de lo verdaderamente importante: quién mató realmente a los marqueses de Urquijo. «A todos y a nadie», responde convencida Calero cuando se le pregunta a quiénes beneficiaron las muertes de los marqueses. «Está claro que Rafa Escobedo tenía algún interés en que aquello ocurriera, pero él no fue quien disparó, ni quien trazó el plan». Sea como fuere, nunca se pudo demostrar quién ideó el crimen, ni tampoco se sabe quién le acompañó aquella noche. «Se juzgó a la persona que convino según la línea de investigación», apostilla López-Roberts. «Aún no se han sentado en el banquillo los inductores y otros que participaron. Y quizá ya no lo hagan nunca».